Capítulo 4:

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Un suspiro ahogado sacó a la chica de sus sueños. Ella lo agradeció profundamente en medio de temblores y sollozos sofocados por su mano. Se puso de pie y tomó un vaso de agua de la jarra en la habitación. Quizás así podría calmarse un poco. Decidió salir a la sala común en busca de una brisa de aire fresco que aliviara la sensación de presión en sus pulmones, a pesar de que sabía que no tenía nada que ver con la falta de aire.

Se quitó uno de sus guantes, a pesar que era desaconsejable dado su estado, para secarse las lágrimas que se escurrían por sus mejillas y mojaban débilmente su pijama. Tomó asiento en el alféizar de una de las ventanas y se entretuvo observando el bosque prohibido, cuyas siluetas se hacían visibles gracias a la trémula luz de la luna. Sintió como su respiración se normalizaba y apoyó su cabeza en el cristal para sentir el frío de la noche que este le proporcionaba.

Se deshizo del otro guante.

—Lumos —murmuró sin fuerza y una suave luz blanca se desprendió de su palma, para apagarse en cuanto escuchó un ruido en la sala. Algún rezagado estaba entrando, a pesar de que podía adivinarse que era pasada la medianoche.

Una silueta emergió del hueco detrás del cuadro de la dama gorda, siendo seguido por otra idéntica antes de que las luces se encendieran y Angelique descubriese a los gemelos entrando a hurtadillas con las manos llenas de unos productos que no pudo adivinar. El mismo sonido volvió a repetirse y ellos intercambiaron una mirada de pánico antes de que George le lanzara todo lo que llevaba a su hermano, que se apresuró a entrar en su habitación, probablemente para esconder la evidencia.

El pelirrojo restante le lanzó una rápida mirada a Angelique, para luego sentarse en el sillón más cercano a esta justo un segundo antes de que la profesora McGonagall saliera por el hueco del retrato.

—Señor Weasley, justo con usted quería hablar —masculló la profesora tratando de recuperar el aliento probablemente perdido en la persecución— ¿Dónde se encuentra su hermano? —inquirió lanzando miradas a lo largo de toda la habitación.

—Tendrá que ser más específica, profesora —respondió George esbozando una pequeña sonrisa burlesca—. Bill está en Egipto, Charlie en Rumanía, Percy... no tengo idea de dónde está ese cabeza hueca —comenzó a enumerar con sus dedos, para ser interrumpido por la profesora antes de finalizar.

—Su gemelo, señor Weasley —volvió a señalar la profesora, aunque Angelique tuvo la impresión de que se refería a él por su apellido debido a la incapacidad de diferenciarlos.

—Supongo que durmiendo, no lo sé —se encogió de hombros con desentendimiento.

En ese momento, McGonagall reparó en la presencia de Angelique y su gesto se suavizó. La observó por un segundo, esperando que confirmara la coartada de George.

—Me levanté hace un rato por una pesadilla, George estaba aquí y comenzamos a hablar —mintió con voz suave, tratando de que no pareciera que acababa de despertar—. Me estaba comentando acerca del torneo de los tres magos. Me perdí esa información por el viaje —agregó alcanzando a visualizar un folleto pegado en la cartelera de anuncios.

—En ese caso... lamento la interrupción —se rectificó la profesora, creyendo en la palabra de Angelique a tal punto que la chica se sintió culpable por abusar de su confianza—. Buenas noches, les recomiendo ir a dormir para su desarrollo óptimo en las clases de mañana —finalizó antes de abandonar la sala común por el mismo lugar que había ingresado.

—Gracias por eso —George le sonrió con complicidad—. Si nos ven juntos, nos inculpan de inmediato —explicó para luego soltar un suspiro de alivio.

—No fue nada, te lo debía por lo del caramelo —la rubia también sonrió, volviendo a colocarse sus guantes debido al peligro que suponía para otra persona.

La heredera de Gryffindor (Gemelos Weasley)Where stories live. Discover now