Parte 2

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4

Sábado: 6:13am

Me desperté y fui directo a la sala.

Tenía hambre, pero en cualquier momento Lan se encargaría de hacer las arepas, como siempre.

Ron ya se había ido, como siempre.

El libro me esperaba abierto por la mitad, encima de la mesa de centro y rodeado de cientos de hojas repletas de acotaciones.

Si existía una respuesta debía estar en este libro.

Estaba seguro de eso.

Me senté en el suelo y empecé a leer.

Domingo: 6:13am

—Gun, por favor.

—Ya te dije que no.

—Es domingo.

—Ya lo sé —le dije. Él hizo un gesto de impaciencia.

—Siempre nos bañamos los domingos.

—Ya lo sé.

—¿Entonces por qué no te quieres bañar?

—Sí me quiero bañar, pero lo haré cuando regresemos.

—¿Cuál es la diferencia?

—La diferencia es que ahorita no me provoca bañarme.

—¿Y si regresamos en la noche? —me preguntó.

Lo descubrí. Mi hermano me había dicho claramente que regresaríamos en unas cuantas horas, antes de que el sol alcanzara su mayor altura. Ahora parecía convencido de que esta travesía podría tomarnos todo el día. Lo sabía. Ron no estaba planeando una "simple visita", él quería vivir otro día lleno de acción y locura como el que había vivido el domingo pasado junto a su amor platónico.

Yo no tenía ningún problema con eso, de verdad, lo que me molestaba era que me incluyera a mí en sus asuntos.

—Me dijiste que estaríamos de vuelta antes de las diez.

—No —me señaló—, te dije que lo más probable es que estemos de vuelta a esa hora. No es seguro. Vamos a ver a Ada —me dolió la cabeza de solo escuchar ese nombre otra vez—, y con ella nunca se sabe qué pueda pasar. Así que báñate de una vez. Ya es tarde.

—No me voy a bañar. Lo haré a las diez de la mañana, cuando hayamos regresado. Fin del tema.

—Gun, por favor, no seas...

—¡No! eres tú el que está enamorado, no yo —puso cara de pocos amigos. Lan, quien hasta ahora había pretendido estar dormido, soltó una carcajada—. Eres tú quien ahora se baña todos los días, quien se echa perfume y hasta se peina —le pasé la mano por el cabello y él me la apartó enseguida para que no le arruinara su peinado homosexual—. Yo no tengo por qué seguirle el ritmo a tus repentinos hábitos higiénicos. Yo no tengo nada que ver en esto, solo te voy a acompañar, como te dije que haría. —Cambiamos una mirada hostil.

—Haz lo que te dé la gana —gruñó, obstinado. Fue hasta la sala y se lanzó en el sofá—. ¡Termina de vestirte, ya es tarde!

Lan se hizo el dormido otra vez. Tramposo.

Me puse los zapatos con paciencia forzada.

Esto iba en contra de mi rutina. Yo no era así.

Yo nunca salía del apartamento, mucho menos tan temprano. Respiré profundo y rogué para que las siguientes horas pasaran rápido.

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