Capítulo 5: Unas escaleras puñeteras.

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Nerviosa, cansada y sobre todo, eufórica. Esos son los tres adjetivos que describen las emociones que acompañan a mis ojeras al despertarme esta mañana con el terrible despertador siempre inoportuno.
La divina luz que me llena de esperanzas cada mañana vuelve a entrar una ocasión más en mi cuarto causando a su vez una ceguera inmediata. Tomo la dura y difícil decisión de mirar la hora que marca el aparato endiablado.

6:00 AM.

Me levanto, no sin tomar uso de mi fuerza de voluntad, y me dispongo a ducharme. Cuándo termino, me vuelvo al poner mi pijama de encaje azul, posponiendo así el terrible momento en el que tendré que escoger la vestimenta para el día.

Me reconforta algo encontrarme por lo menos sexy con este pijama, pero cuándo me encamino a la cocina y recuerdo que, además de que el desayuno es tarea mía esta mañana, cierta persona me debe varias/muchas explicaciones después de la noche pasada, mi recién adquirido buen rollo mañanero, se vuelve a nublar.

Me dirijo a despertar a la susodicha individua que me debe más de una explicación, pero al abrir la puerta y verla desplomada sobre la cama, con pintas de resaca grave, y dormida profundamente, sé que por más que lo intentara, la misión de hacer que Raquel abandone su cama en este momento es imposible. Me siento muy enfadada y traicionada por su parte, ni estando borracha nunca me había dado susto tan tremendo dejándome además sola en un pub desconocido en pleno Madrid, pero las locuras que los hombres hacen que hagan las mujeres, sobre todo tan aventureras y extrovertidas como mi amiga, son muchas, y a veces sorprendentes.

Vuelvo a la cocina y tras recargar la tripa con una macedonia fresca y un yogurt, me vuelvo al dormitorio a vestirme. Me lo pienso bastante pero no tanto como había predicho al despertarme, y el resultado final es un pantalón culotte gris oscuro, que según Raquel me estiliza las piernas, y un top que se ata a la espalda de un color beis muy bonito combinado con una blazer del mismo color que el pantalón. Me parece una elección seria,moderna y estilizada pero al mismo tiempo casual, así que para no estropear el conjunto, calzo unos stilettos bajos del mismo color que el top.

Esperando que el calor madrileño de principios de Septiembre no lo estropee, me maquillo ligeramente centrando más atención en mis ojos esmeralda. Me dejo la melena lisa caer sobre los hombros y me llevo una pinza en el bolso por si las moscas o más bien por si el estrés que ocasiona la incomodidad de un pelo suelto en jornadas intensivas de trabajo. Me termino de arreglar, compruebo que tengo todo lo que necesito para sobrevivir al primer día en un nuevo empleo, dejo una nota a Raquel ordenándole que me llame o envíe un mensaje de texto en cuánto despierte, atrapo en la mano mis llaves del viejo automóvil que conduzco y salgo de mi piso decidida a hacer de esa mañana un buen día.

(...)

7:00.

Entro a trabajar en una hora, el tráfico de Madrid me está retando a un ataque de nervios y ya hemos alcanzado 26 grados, así que la blazer ocupa un lugar en el asiento que tengo a mi lado.

La sede de Vinde Enterprisers está justo en el centro de Madrid. Que oportuno, la zona en la que menos tráfico hay de toda la ciudad.

Cuándo empiezo a ver los edificios abismales abalanzar su sombra sobre la carretera, enseguida me pongo alerta y busco alguna señal que me indique el camino correcto, que recientemente checara en internet.
Un par de calles más, y al llegar a la última indicación que encuentro y doblar la manzana...
Un enorme edificio de dimensiones inmensas, formado en su total y completa forma por vidrieras y cristaleras invade mi visión.
La imagen de el típico edificio moderno empresarial americano está plasmada en pleno Madrid. Gente baja de sus taxis de un lado a otro vestida de traje o también unos pocos se apean de lujosas limusinas. Aún así, algunas mujeres se atreven a romper el canon empresarial con vestidos floreados y coloridos y algún que otro hombre también juega con los clásicos tonos oscuros.

Busco un lugar donde aparcar pero me es imposible y acabo aparcando en el parking más cercano que encuentro. Camino bastante nerviosa. ¿Qué me puede estar preparando la vida? Ni siquiera tengo seguro el puesto. Quizás llegué y me larguen para casa diciéndome que no valgo. O al contrario, mi vida dé un giro tremendo y comience a trabajar para uno de los inversores españoles más activos de el sector.

Además , servir a uno de los múltiples jefes ya desde el comienzo es todo un honor , siempre pensé que la experiencia era la que determinaba estos puestos, pero parece ser que no hacía más que equivocarme.

Llego a la recepción de la corporativa y una mujer de mediana edad, vestida con un traje a dos piezas me atiende.

- Perdone, mi nombre es Nadia González. Hoy es mi primer día trabajando aquí , ¿Podría decirme a donde debo ir?

La chica, muy amable, me guía hasta un despacho, y me informa de que otra mujer me ayudará a guiarme por el edificio y me explicará mis deberes. Me abandona en una sala de espera, y en ese momento me acuerdo de que he dejado el bolso en el coche. ¡Qué mente la mía!

Tras seguir esperando durante varios minutos, mi impaciencia me lleva a coger camino rápido para ir a buscar mi bolso. Ya que llegamos aquí subiendo escaleras, prefiero no tomar el ascensor y volver a recepción por donde llegué.
Pero los tacones, las prisas, y las escaleras, no son los mejores aliados, y , el equilibrio me falla y al tropezar en un escalón precipitándome al vacío, estoy a punto de darme a leche del siglo, pero asombrosa e inesperadamente , mi cuerpo no llega a tocar el suelo.

Siento haber hecho de este capítulo una narración tan introductoria, pero los capítulos así son necesarios en el transcurso de una novela. Al ser la primera que escribo, aunque lo estoy intentando, no soy muy consecuente, pero pido paciencia y doy gracias por las ya 1000 visitas. Aún no me lo creo.

¡Mil besos y más!

Cuándo un hombre se enamora. (El jefe)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora