Harry Potter.

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Dos años habían pasado desde la Ceremonia de Selección. Las bromas de los amigos iban mejorando cada día, al igual que su relación.

Tanto se habían acercado, que al finalizar el segundo curso, los gemelos invitaron a la pelinegra a pasar las últimas dos semanas de las vacaciones en La Madriguera, como ellos le llamaban a su hogar.
Ella aceptó con gusto, esperando con ansias el día para poder volver a ver a esos dos pelirrojos.

Aquel lunes, Remus hizo aparecer a Lena y a él frente a aquella casa tan particular. Parecía como si en otro tiempo hubiera sido una gran pocilga de piedra, pero habían ido añadiendo tantas habitaciones que ahora la casa tenía varios pisos de altura y estaba tan torcida que parecía sostenerse mediante magia.
Cuatro o cinco chimeneas coronaban el tejado. Cerca de la entrada, clavado en el suelo, había un letrero torcido que decía «La Madriguera».

Lena sonrió, observando ese maravilloso lugar.

— Bien, Lena. Tengo que irme, está oscureciendo, ya sabes. Pórtate bien ¿si? — dijo el castaño mirando hacia abajo por la diferencia de altura.

— Claro, Lunático. Escríbeme cuando te sientas mejor.

— Lo haré. — abrazó a su ahijada y acto seguido, desapareció.

Lena se acercó a la puerta a paso lento, mientras arrastraba su equipaje.

— Creo que me gusta más que la mansión. — se dijo a sí misma mientras observaba el lugar.

Cuando llegó, elevó el puño y golpeó tres veces la estructura de madera.

Una señora regordeta y pelirroja con un delantal blanco rodeando su cintura abrió la puerta.
Su rostro demostraba amabilidad pero a la vez determinación.

— ¡Hola! Tú debes ser la amiga de Fred y George. Soy su madre. — le dijo con una sonrisa.

— Mucho gusto señora Weasley. Soy Lena. — contestó la chica extendiendo una mano.

— ¡Oh, por favor! Nada de formalidades aquí. Dime Molly y ven. — mientras decía esto último, tomó la mano de la pelinegra y la atrajo a sí para darle un cálido abrazo de bienvenida — Prácticamente eres de la familia, mis hijos no paran de hablar de ti.

Soltaron el agarre y ayudó a Lena a entrar su equipaje. Cerró la puerta y le dijo:

— Muy bien, llevaré esto a la habitación de mi hija, Ginny. Dormirás con ella estos días.

— Me parece bien ¿Por cierto y los gemelos? — no quería sonar descortés, pero tenía muchas ganas de ver a sus mejores amigos.

— ¡Oh! ¡Claro! Casi olvido por qué estás aquí. Sube las escaleras y en la segunda planta veras una puerta con sus nombres. Avísales también que la cena estará lista en una hora.

— Bien. — dijo Lena mientras sonreía.

Subió las escaleras, tal y como le había indicado la señora Weasley. Encontró la puerta y la tocó con delicadeza, tratando de que no suenen tan fuertes los golpes.

— ¡Ron! ¡Ya te dijimos que no puedes pasar!

La chica rió al ver que no sabían que ella había llegado. Por lo tanto, decidió hacerles una pequeña broma.
Tocó la puerta de nuevo y se apoyó contra ella para verificar si alguno de los dos se estaba acercando. Nada, en vez de eso, se escuchó otro grito:

— ¡Que te vayas, Ronald!

Golpeó con más fuerza y repitió lo mismo que hace un rato, esta vez escuchando pasos que se acercaban.
Se apresuró a esconderse tras una especie de columna que había a un costado de la habitación. La puerta se abrió, dejando ver a uno de los pelirrojos mirando hacia todos lados, confundido.

[EN PAUSA] Lena Dumbledore y la Piedra Filosofal. (LD1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora