4 "Enazares de la Tierra"

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Aquel ser, quien posaba su mano en mi hombro derecho, tenía un pálido rostro angelical por el cual caía un mechón ondulado, largo y castaño color chocolate... tenía el pelo recogido al estilo moño, con una hilera de raíz seca adornada de distintos tipos de flores. Todo el miedo acumulado en aquel segundo se esfumó al observar sus enormes ojos grises. Parecía un hada, aun que sin alas y de la altura de un humano. Aquella mujer me transmitía una paz infinita e incalculable. Segundos después de analizar a la mencionada, los tres nos giramos a la vez al sentir una gran cantidad de miradas clavadas en nosotros. Todos caminaban descalzos y vestían con telas finas de colores verdosos y marrones; las prendas de las mujeres eran tal y como vestidos cortos de palabra de honor con volantes caídos, y los hombres poseían unos pantalones remangados a la altura de las rodillas y una camiseta ceñida con escote de pico, aun que otros iban con el torso descubierto.

-¿Quiénes demonios sois? -inquirió el cazador después de observar con detalle a aquella tropa.

-Mi nombre es Edra, y también reconocida por ser la regidora del reino de los Enazares de la Tierra. -ella se limitó a hacer una sutil reverencia. -Esperábamos ansiosos vuestra presencia... -nos dedicó a los tres una cálida sonrisa.

Nos miramos confundidos sin entender a penas nada. Pero ya poco nos sorprendía, hacíamos mero caso por preguntar tanto, y comenzamos a hacernos a la idea de asimilar todas las situaciones que nos iban a ocurrir de aquí hacia adelante... Esto se trataba de un juego, bien, pues estaba deseando empezar y dejar a un lado las presentaciones.

Edra, quien no apartaba la mirada de nuestros desorientados rostros, nos hizo un leve gesto para que la siguiésemos. Sin duda no nos quedaba ninguna otra opción, así que redondeamos aquel inmenso árbol y nos dirigimos en dirección contraria a la que habíamos llegado. Las verdosas hojas se iban abriendo a nuestro paso, todo aquello parecía mágico. Desconocía el por qué pero me sentía tranquila al lado de aquella mujer, al contrario que Dean... Él parecía el más desconfiado de todos, aun que a veces permanecía con la mirada perdida entre los delgados cuerpos de aquellas perfectas criaturas que caminaban a la redonda. Como de costumbre, giré mi cabeza para observar a Jason quien tenía a mi lado con una ceja arqueada mientras en mi interior me susurraba que todo iba a salir bien.

-No sé cómo puedes estar tan calmada... -me comentó Jason exhalando con fuerza.

-Tan sólo me dejo llevar. -le miré cansada y seguidamente le dediqué una media sonrisa.

-Sabes que eres la elegida, ¿verdad? -apreció Edra haciéndose un hueco a mi lado.

-Algo he oído... -comenté con un tono irónico agachando la cabeza para mirarme el colgante. -Pero sinceramente, no sé qué hago aquí... -suspiré y volví a clavar mis ojos en el camino.

-Sería de gran apoyo que nos revelase alguna información más. -comentó algo tímido Jason.

-Hace mucho tiempo, este hermoso lugar estaba habitado por cuatro especies llamadas "Enazares"; los de fuego, los de agua, los de aire y nosotros, los de tierra. -Edra tragó saliva y siguió explicando. -Los de agua, tierra y aire se ayudaban entres ellos para sobrevivir; los primeros daban agua para alimentar la naturaleza, los segundos les propinábamos frutos para nutrirse, los terceros, gracias a sus grandes alas, ofrecían una gran seguridad desde las altas montañas del terreno Enazar... sin embargo, las de fuego no aportaban absolutamente nada, al contrario, destruían todo a su paso, arrasaron con una cuarta parte del bosque. Finalmente fueron desterradas y huyeron al otro lado de las montañas...

Escuchaba atenta la trágica historia que acababa de contar aquella entristecida Enazar de la tierra. Por cada palabra que narraba, podía notar como su tono de voz se debilitaba con cada imagen que recordaba en su mente de sus expatriadas hermanas de fuego. Edra se encontraba cabizbaja con los ojos clavados en la forma en la que caminaban sus blanquecinos y desnudos pies por aquellas finas y diminutas piedras.

-En aquel instante no éramos conscientes de la guerra que acabábamos de desatar... Los Enazares de fuego comenzaron a robar nuestros frutos, agua y a quemar las alas de sus ex compañeros, los del aire. Toda una desgracia. -Edra volvió a hacerse con la palabra.

-Pero, ¿y qué tiene que ver Kimerly con todo esto? -inquirió el cazador, quien caminaba detrás nuestra, dedicándome una mirada fría.

-La leyenda cuenta que el humano de la piedra blanca vendrá a nuestro mundo para hallar algo de paz con los de fuego. -dirigió su grisácea mirada hacia Dean. Seguidamente tragó saliva girándose hacia mí y depositando su atención en mi colgante. -Pero deberá sacrificarse.

-¿Qué quieres decir? -la pregunté con un nudo en la garganta. Agarré con fuerza el colgante y con la yema de mis dedos comencé a acariciar la piedra.

-En el centro del territorio de los de fuego se encuentra una gigantesca hoguera apagada, el sagrado corazón de su arquetipo de Enazar, en la cual un alma humana quedará expuesta ahí y dará lugar a una enorme llama para toda la eternidad consiguiendo así que todos los de fuego se alimenten para siempre del calor. -Edra contestó con sufrimiento.

-Pero si ella muere... ¿no podremos volver? -masculló en alto Jason.

-Hey amigo, aquí nadie va a morir. -Dean arqueó una ceja contemplando con antipatía a Jason y a continuación me miró de reojo brindándome una sencilla mueca.

Observé sorprendida a mi compañero de guardería, aquel comentario consiguió herirme de manera decepcionante, pero sinceramente lo que más me dejó sin habla fue aquella aclaración que hizo el cazador... me ruboricé al escuchar aquellas defensivas palabras que me dedicó. Mientras tanto, Jason intentó justificarse al recordar la, según él, "malinterpretada frase" que todos habíamos oído y entendido de la misma forma. Aun que me sintiese bastante molesta, estaba demasiado aturdida como para comenzar a discutir con el último que me faltaba del grupito.

-Debe haber otra manera. -comentó Dean al alcanzar nuestro paso.

-Me temo que no la hay... -Edra evitó mirarme a los ojos, lo sentía más que yo.

Cerré los puños temblorosa y me detuve pensativa. Jason fue a posar su mano en mi hombro pero antes de que lo hiciera me aparté sin mirarle, sentía que me faltaba la respiración. Sin pensar apenas, salí corriendo desviándome del camino y adentrándome de nuevo a las profundidades de aquel encantado bosque... En el momento que comencé a correr, escuché como todo el grupo de Enazares que patrullaban a nuestro alrededor comenzaron a alarmarse. Edra, entendiendo la mezcla de sentimientos que tenía en mi interior, les hizo un gesto a los suyos en señal de despreocupación. Jason no sabía bien que hacer, pues él también tenía bastante en lo que pensar y le atemorizaba la idea de tener que permanecer en este mundo para toda su vida... Pero el cazador reaccionó inmediatamente al verme huir entre sollozos, corrió detrás de mí gritando mi nombre.

Al encontrarme algo lejos del camino y de todos esos seres de fantasía, localicé una piedra grande a un par de metros de mí. La observaba con mirada perdida mientras me acomodaba en ella conteniendo todas mis lágrimas y finalmente descargué toda la secreción en ella. Con la cabeza agachada entre mis piernas, a pocos pasos de mi comencé a escuchar el tranquilo movimiento de Dean caminando hacia mí. Me encogí más al sentir su presencia tan cerca y como su mano rozaba mi espalda con sosiego...

-Mi vida es una maldita montaña rusa. Cada día es un arriesgado misterio, puedo morir en cualquier momento pero sin embargo, aquí estoy. -articuló palabra acomodándose a mi lado. -Si algo he aprendido en todo este tiempo es que existen las oportunidades.

-No quiero morir Dean, no estoy preparada para esto. -alcé mi aterrorizada mirada hacia sus verdosos ojos.

-Siempre hay otra opción para todo Kim. -me dedicó una media sonrisa dulce. -Saldremos de aquí, te lo prometo.

Contigo Aprendí | Dean Winchester Donde viven las historias. Descúbrelo ahora