Sábanas

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—Cariño, deberías empezar a arreglarte —dijo mi madre, asomándose a la puerta de mi habitación—. ¿Recuerdas que hoy tenemos visita?

—Gracias mamá —respondí, inclinándome en mi espaciosa cama para alcanzar la varita que había dejado encima de la mesita de noche—. Si no hubiera sido porque me lo has recordado unas cuarenta veces en lo que va de día, seguramente se me habría olvidado —dije de mala manera mientras con un simple movimiento de varita le cerraba la puerta en las narices.

Últimamente había estado muy nerviosa por esa misteriosa visita de la que no había querido darme detalles. ¿Quién coño podría ser tan importante como para tener a mi madre así de desquiciada toda la semana?
Cuando hablaba sobre la visita no parecía acongojada, como cuando el Señor Tenebroso nos citaba a todos los mortífagos en casa, sino impaciente, en el mejor de los sentidos. Se la veía animada, casi esperanzada.
Por eso pronto descarté la idea de que nuestro invitado se tratase del Señor Tenebroso, aunque, siendo realista, dudaba que ese hombre comiera algo alguna vez. Eso era demasiado humano para él.
A causa de mis pensamientos, se me vino a la mente la imagen del Lord comiéndose una tostada con mermelada, lo cual me produjo una mezcla de gracia y espanto.
¿Se comería Nagini las migas que cayeran al suelo? Nunca lo sabríamos.

Me levanté de la cama de sábanas rojas de terciopelo y mullidos cojines con bordados de plata en la que había estado tirado toda la tarde. Apesadumbrado, caminé por mi amplia y espaciosa habitación hasta el viejo armario negro de dos puertas que se encontraba en la pared del fondo. Cuando llegué a él, me sorprendió ver a alguien bastante mal peinado frente a mí. Aquella persona ojerosa y de mirada vacía tenía un aspecto realmente horrible. Sus pómulos se marcaban fuertemente bajo su piel, y daba la impresión de estar enfermo. Parecía cansado, como si no hubiera dormido en años, y abatido, como si acabara de luchar contra todo un ejército de dementores. De repente, sus ojos se entrecerraron, intentando entender algo... Me llevó un segundo comprender que lo que veía era mi reflejo en el espejo de una de las puertas.

—Joder, parezco recién salido de Azkaban—dije con una mezcla de pesadez y asco.

Abrí el armario y cogí al azar uno de los muchos trajes hechos a medida que guardaba en el interior.

Cuando entré en mi enorme baño de azulejos de diferentes tonalidades de marrón y luces incrustadas, cerré la puerta de un sonoro portazo.
Sorteé la pequeña piscina que ocupaba la mitad de la habitación y colgué el traje en una de las perchas más cercanas a la ducha con mamparas de cristales inmaculados.

Odiaba aquel momento del día en el que me encerraba allí y sentía el agua caliente caer sobre mi cuerpo. Era el momento perfecto para pensar en las cosas que evitaba en todo el día, y por más que lo intentaba no lograba controlarlo.

Me desvestí, haciendo de la ropa una bola y lanzándola a lo lejos. Me metí en la ducha y abrí el grifo caliente. Empezó a caer el agua del techo, mojando cada centímetro de mi piel.
El agua salía tan caliente que sentía mi cuerpo quemándose bajo cada gota, enrojeciéndose a su paso, y el vapor que producía pronto inundó toda la habitación, haciéndome perder notoriamente la visibilidad de lo que se encontraba a mi alrededor.

Tomé el bote de champú del estante colgado de la pared y vertí un poco en la palma de mi mano. De repente, la imagen de su enredado y castaño cabello apareció en mis pensamientos sin ser llamado.
Dejé el bote en su sitio con un fuerte golpe, y el estante se tambaleó levemente en respuesta. Sabía perfectamente lo que venía ahora.

—Mierda.

Me pasé la mano con el champú por la cabeza y empecé a masajear el cuero cabelludo con los dedos, apretando fuertemente los ojos, como si así desaparecieran aquellas imágenes y recuerdos de mi mente. Pero lo cierto era que no se iban, y cada segundo que pasaba se hacían más acentuadas y dolorosas.
Hermione sentada frente a mí en una de las mesas más apartadas de la biblioteca, frunciendo el entrecejo ante aquella difícil cuenta de Aritmancia, mordiendo el extremo de su pluma con desesperación.
Hermione intentando ocultarse tras un árbol cercano mientras presenciaba uno de los entrenamientos del equipo de Quidditch de Slytherin, desnucándose mientras miraba al cielo en busca de la estela que dejaba mi escoba.
Hermione en el gran comedor, girando la cabeza para mirarme, fijando sus ojos en los míos, y sonrojándose al percatarse de que yo también la estaba mirando.

Mi estúpida GrangerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora