Muggle

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El andén estaba repleto de brujas y magos de todo tipo. Algunos llevaban sombreros puntiagudos, otros, capas tan largas que podrían arrastrar a media docena de niños por el suelo, como medio de transporte alternativo. La mayoría de ellos reían entusiasmados, aunque podía ver la emoción en las lágrimas de alguna que otra madre. Todos los que, como yo, tuvieran sangre mágica en las venas, debían recibir una educación especial en Hogwarts. Sin embargo, esta educación se veía interrumpida por esos estúpidos muggles a los que se les permitía juntarse con los de los nuestros. Mi padre había luchado siempre por una rectificación de nuestras leyes aunque sin conseguir gran cosa, como era de esperar. Mientras el director de Hogwarts fuera el viejo demente de Dumbledore, las cosas seguirían como estaban, ya que era un férreo defensor de los no magos. Ridículo, ¿cierto? Era evidente que un muggle al que no hubieran educado en base a la magia, retrasaría la capacidad de avance de la clase, y por consiguiente, estorbaría a los que tenemos una larga y noble estirpe de sangre mágica.

El tren estaba a punto de partir, y sonó el último aviso para los pasajeros, así que empujé mi carrito aún más fuerte y busqué desde fuera un compartimento que estuviera libre, y cuando al fin di con uno, me apresuré a subir. Miré a mi padre, que metía mi equipaje por la ventana del compartimento con precisos movimientos de varita, mientras se despedía de mí con un leve asentimiento de cabeza.

—Qué emocionante, ¿verdad?—dijo una voz firme y decidida a mi lado, mientras caminaba por el pasillo del tren buscando mi compartimento.

Era aquella chica de pelo catastrófico y bonitos ojos.

—Desde luego —respondí, irguiéndome rápidamente—. ¿También es tu primer año?

—Sí, estoy ansiosa por llegar al castillo. Estoy intrigada por ver si es cierto lo que dicen los libros de historia sobre él.

—¿Ya te has mirado los libros? Yo aún ni los he tocado—tercié, mientras seguía buscando mis pertenencias.

—No me los he mirado, me los he estudiado. Es tan alucinante que podamos estudiar la magia que no he podido resistirme.

Asentí, intentando que la incredulidad no llegara a instalarse en mi expresión. Controla tus emociones. Si puedes con ellas, podrás con todo lo demás.

—Aquí—dije en voz alta, aliviado de haber encontrado mis cosas, y abriendo la puerta corredera para entrar.

—¡Mira! Aquí también están mis maletas—comentó la chica, echando un vistazo al interior—. Aquel amable señor me ayudó con ellas.

Seguí su dedo con la mirada y vi a un mago de tez oscura, vestido de uniforme, que en aquel momento ayudaba a otro chico a subir sus cosas al tren mediante magia.
Cuando volví la mirada, la descubrí sentada frente a mí, mirándome.

—Por cierto, soy Hermione Granger—dijo, tendiéndome una mano.

—Yo Draco—respondí mientras se la estrechaba—. Draco Malfoy.

—Y yo Vincent Crabbe—anunció una potente voz desde la puerta—. Y éste es Gregory Goyle.

—Ya pensaba que queríais quedaros en el mundo muggle—les dije a mis amigos, poniendo una mueca.

—Ni loco, chaval—exclamó Goyle, poniendo los ojos en blanco.

—Bueno, entonces tú eres Granger—añadió Crabbe mientras se sentaba a su lado—. No me suena tu apellido.

—¿De qué casa son tus familiares?—preguntó Goyle.

Pero justo en ese momento, el tren empezó a andar, y el andén y el interior del tren se llenaron de aplausos y gritos de emoción, mientras los ya alumnos y los nuevos estudiantes de Hogwarts se asomaban a las ventanas para dar el último adiós a sus familiares. Busqué a mi padre con la mirada, casi sin mover la cabeza, pero no lo encontré. Vi muchas despedidas. Algunos se despedían con sonrisas, otros hacían gestos que daban a entender que les escribirían, pero me llamó la atención cómo una madre con los ojos anegados en lágrimas le soplaba un beso a alguien, cerca de mí, y por el rabillo del ojo vi a Hermione devolvérselo.

Mi estúpida GrangerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora