El poder de la Ambrosía

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El poder de la Ambrosía

(***)


Después de haberle contado a Eris una parte del asunto, tuvimos que esperar a que Alicia se fuera a su casa para poder hablar del tema.

No lo mencionamos de inmediato. Desayunamos con total normalidad, como si no hubiera habido una gran confesión al pie de las escaleras. Y cuando la rubia nos dejó asegurando que nos mandaría un mensaje luego, salimos al jardín con la excusa de regar las plantas que mamá tenía por puro pasatiempo.

Fue ahí en donde solté el resto, en donde pude decir cuánto miedo tenía. Todavía estaba metida en un grave asunto, sí, pero al menos tenía con quien hablarlo. De modo que después de descargarme sentí que me había quitado un peso de encima, aunque seguía pareciéndome que, como Atlas en ese cuento mitológico griego, estaba condenada a cargar con todo un mundo sobre mis hombros.

En cuanto a la manera en la que Eris lo había tomado, no podía quejarme. Su reacción había sido impecable, calmada, con tan solo un débil asomo de miedo en algún punto escandaloso de la historia. ¡Y ojalá yo hubiera podido procesar el asunto así! Ojalá no hubiera reaccionado tan abruptamente, como si entrar en pánico fuera una de mis mejores cualidades, como si lo único que supiera hacer fuera huir ante cada cosa que me sucedía.

Yo era más que eso, pero no lo había demostrado.

—Debes ir al bosque esta noche y reunirte con ellos —dijo ella, finalmente, utilizando un tono de voz muy bajo mientras regaba un conjunto de florecillas blancas—. Lo primordial es poner a todos a salvo.

—Sí, es solo que creo que temo perder... —intenté decir, pero me interrumpió y dijo:

—Lo único que debes temer perder es la vida, no la forma en que vives. ¿Qué es lo que tienes miedo de perder justo ahora? ¿El andar de fiesta en fiesta? ¿La innecesaria popularidad en el instituto? ¿El absurdo privilegio de juntarte con cualquier cabeza hueca que hay en él? ¿No poder usar un vestido de flores? Nada de eso constituye tu vida.

—No. Temo perderlas a ustedes —aclaré, dándome cuenta de que todo lo que había mencionado realmente no me era necesario para continuar.

Los labios de Eris formaron una fina línea, quizás en un gesto de pesar.

—Nadie va a perder a nadie. Debemos alejar a Alicia de esto, es demasiado inestable como para soportarlo. Ella simplemente no lo entendería, así que podemos hacerlo.

—Tú también debes alejarte, es muy peligroso —señalé, pero Eris negó con la cabeza.

—Nadie sabe que me lo has contado, ¿cierto? Además, Damián te dijo que podías juntarte conmigo, ¿no es así? Mantendré a Alicia alejada de ti, y tú y yo nos reuniremos ocasionalmente para conversar. Podemos mensajearnos a cada momento, pero evitaremos juntarnos en público. Ahora lo importante es que esta noche te reúnas con ellos para que sepan que puedes guardar su secreto y que quieres seguir viviendo. Tienes que seguir viviendo, Padme.

—Lo sé, pero esto es demasiado extraño, Eris —solté. Tenía puestos los guantes de jardinería, así que me dediqué a examinar los tallos de las flores en busca de bichos que pudieran dañarlas—. ¿Nacen el nueve del nueve y por eso son asesinos? Podría pensar que es una jodida broma muy bien montada de no ser porque yo misma vi a un tipo acuchillar a otro. Y luego toda esa gente en esa cabaña... ¿sabías que ese es el misterio al cruzar el viejo roble? Bueno, eso creo, ¿qué más podría ser?

Eris dejó a un lado la regadera y miró con curiosidad el grupo de flores que yo estaba inspeccionando. Justo después de apartar unas cuantas, curiosamente, había una cuyos pétalos, que se movían suavemente al compás del viento, habían adquirido un color rosáceo. Todas en el conjunto eran puramente blancas, pero aquella era distinta.

DAMIÁN PARTE 1 - [Un secreto oscuro y perverso] VERSIÓN DE WATTPAD ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora