2- El inicio

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— ¿Por qué haces esto? ¿Qué ganarás tú con su muerte?— lo dije mientras jugaba con mi cabello, estaba nerviosa.
—Lo odio, le ha hecho daño a las personas que más amo, sólo quiero ver muerto a ese  infeliz—lo dijo con real desprecio, se podía ver como su rostro cambiaba de amable, a lleno de odio, al parecer lo odiaba tanto como yo.
— ¿Y por qué me lo dices a mí?
— Porque sé que lo odias tanto como yo.

Caminé un poco por la habitación. Él me seguía con la miraba, ansiaba que le dijera que lo haría, podía ver eso. No sabía que hacer, deseaba matarlo, pero tenía miedo...

— Mira, sólo hazlo, cuando este hecho te daré una gran fortuna para que te vayas de aquí y dejes atrás todo esté infierno— Estaba desesperado y sudaba.
¡Dios!, ¿pero que situación era esta? Siempre había deseado matar al cerdo y ahora que me pagaban por hacerlo lo dudaba. ¡Pero qué estúpida!.

—Lo haré—me acerqué a él, y lo miré a los ojos— Pero tú no te lavaras las manos si me atrapan.
—Estamos juntos en esto—me dio la mano— ¿Socios?—le estreche la mano. Me dí la vuelta y miré hacía la ventana.
—¿Cuándo lo mataré? Siempre tiene a sus orangutanes detrás de él.
—Linda—se acercó a mí—Eres hermosa y mujer, ¿cuál crees que es la debilidad de los hombres?— me miró maliciosamente. Tenía razón y no me agradaba en absoluto. Con sólo imaginarme seduciendo al infeliz me daban ganas de vomitar.
—¿Cuál es tu nombre?—tenía que saber el nombre de mi supuesto socio, no me daba mucha confianza.
— Zacarias, pero no me digas así frente a otros, por favor.
—Bien Zacarias, tienes que distraer al gordo, principalmente a sus orangutanes, la única manera en que se pueden separar de él, es cuando hacen sus estúpidas fiestas de negocios. Ellos se quedan a vigilar quien entra y quien sale del salón—  lo dije mientras me cruzaba de piernas en la cama.
—¿Y cuáles son los motivos de sus fiestas?— se sentó a mí lado, era obvio que esto le encantaba.
—Tiene que tener a un socio que haya invertido una gran cantidad de dinero. Es como una especie de estúpida bienvenida—lo dije con indiferencia.
Me molestaban esas fiestas, sólo se emborrachan y drogaban. Agg, unos completos imbéciles.
— Bien. ¿Cuándo estás dispuesta a matar al infeliz?— se levantó de la cama y se quedó parado frente a mí, tenía unos ojos bellos, un negro muy profundo, debo admitir que eran hipnotizantes.
— Lo más pronto posible. Tú sólo encargate de la fiesta, yo lo mataré.

Había pasado una semana desde esa plática con Zacarias, todo estaba hecho. La fiesta era hoy en la noche. Hoy recuperaría mí libertad. Me vengaria del cerdo infeliz que me había arrebatado mis sueños y mí vida.
Ya eran las 8 de la noche, los invitados empezaban a llegar. Me empezaba a poner nerviosa. Una de las ventajas que tengo, es que nunca se me nota mucho.
Me puse mi mejor vestido, un rojo asesino para la ocasión y unos labios rojo carmesí. Me dejé el cabello suelto en ondas, al cerdo le encantaba. Hoy será el día de mí liberación, debía estar hermosa. Además de que él cerdo infeliz tenía que caer.

Caminé a su estúpido despacho y toqué la puerta, era un cerdo, pero le gustaba todo eso de la educación, ¿no es chistoso?. Já, a mí me parece bastante.
— ¡Pase!— grito él cerdo. Estaba sentado contando sus billetes y fumando.
— ¿Qué haces?— me senté sobre su escritorio y subí un poco más mi vestido, eso lo mataba.
— Já, Linda, pero que hermosa te ves hoy. ¿Alguna ocasión especial?— dejó sus negocios y me miró. Odiaba esa miraba. Agg. Pero eso era lo que trataba de conseguir.
— Bueno, un nuevo inversor para el negocio, debes estar muy orgulloso— me levanté y empecé a masajear sus hombros.
— Tienes razón Linda, esté logró merece una celebración para mí, y mi duro trabajo—lo tenía, el cerdo había caído, pero no podía bajar la guardia.
—Sí, eres muy trabajador. Eres el mejor en los negocios— lo dije mientras me sentaba en sus piernas— Estoy tan orgullosa de ti— le dije mientras me acercaba a sus labios— todo el tiempo esforzandote por ser el mejor, eres un ejemplo a seguir, pero necesitas un descanso.
— Tienes razón, Linda, tal vez puedas ayudarme en ello— me levanté y lo tome de la mano mientras lo llevaba a la salida de su despacho.
— Iremos a la habitación, cuiden la entrada— le dijo a sus orangutanes.
— Hoy quiero que te olvides de todo—lo besé mientras acariciaba su nuca.

Tenía ganas de vomitar, me parecía repugnante, pero ansiaba verlo muerto ya.
Cerró la puerta detrás de sí, y me empezó a besar como loco. Era el momento perfecto, pero debía tenerlo hipnotizado, que no notará lo que sucedía a su alrededor.
— Me puse la ropa interior nueva, ¿quieres verla?— le dije juguetona.
— Me encantaría, Linda— se acercó y me empezó a besar de nuevo— Te ves hermosa el día de hoy, eres la mujer más bella, Linda. Mí chica favorita.
— Que gusto. Lo hice sólo para ti— él infeliz no pensaba ya, lo conocía bien, sólo empezaba a decirme cumplidos y significaba que sólo quería una cosa.

Había ocultado el arma, tenía silenciador. Me la había dado Zacarias. Hubiera preferido degollarlo como el cerdo que es, pero Zacarias dijo que no podíamos esperar tanto y tenía razón.

Estábamos ya sobre la cama, era el momento perfecto. Metí lentamente mí mano bajo la almohada. Estaba nerviosa. Sentí el arma, era el momento.
— ¡Señor!— grito uno de los malditos orangutanes— ¡La policía!.
—¡¿Qué?!— grite, no me importaba que la policía llegará, ¡habían arruinado todo!, ¡Malditos!.
—¡La policía!?— dijo el cerdo mientras se ponía de nuevo los pantalones— ¿En cuánto tiempo llegan?.
—5 minutos señor, tiene que salir ¡ya!— lo dijo realmente asustado.
—Te vas con las demás chicas, Linda.
—Está bien— sentía que me temblaban las piernas, me faltaba el aliento. No lo podía creer.

Salí corriendo hacia la parte trasera, el arma la llevaba en el bolso.
—¡Hey!, ¿a dónde vas? ¿lo hiciste?— me preguntó con gran preocupación, que vergüenza sentí, por él y por mí.
—No, su estúpido orangután interrumpió. Estúpida policía.
—Lo podremos hacer de nuevo. Ahora hay que irnos de aquí. Vente conmigo— me tomó de la mano, pero me negué.
—¿Estás loco? ¿Quieres qué te mate? Sí me llevas el cerdo te mata, además no podre asesi...
La policía había llegado.
—¡No se muevan o dispararemos!— Zacarias no hizo caso a la advertencia y comenzaba a sacar su arma.
—¡Zacarias!, ¡¿Qué haces!?, ¡Deja eso!— pero el infeliz no me hizo caso.
—Prometí jamás volver a la cárcel— me miró— mátalo, no dejes que viva, hazlo por ti y por mí.
—No hagas nada estupi...
Les disparó, yo me tiré al suelo. Pude ver como las balas atravesaban al pobre Zacarias, ¿por qué lo había hecho? ¿me había dejado sola?.
Sí, estaba sola...

Belleza Asesina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora