Aniversario

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-¿Puedes, decirle a  Umino Iruka que necesito que venga a mi oficina?

-Sí Lord Hokage... -

Suspiré al quedarme de nuevo solo en la oficina. -En realidad odio el papeleo. - Tomé un viejo pisapapeles en forma de delfín que reposaba en mi escritorio mirándolo con detenimiento. ¿En qué momento? ¿Cómo fue que ese pedazo de hielo que tenía en el pecho se derritió por completo? – Sonreí para mi mismo poniendo de nuevo MI pisapapeles en la tabla lustrada.- Es que... no podía ser de otro modo.

Miré hacia afuera, el cielo estaba despejado, hacía un fabuloso día para vaguear en el campo pero yo tenía que estar aquí. Ví correr unos niños a la distancia y sonreí. Las memorias llegaron solas a mi mente.

Después del ataque del Kyuubi yo estaba destrozado. Acababa de perder al único lazo que tenía con la aldea. El único atisbo de familia que me quedaba. Había visto a mis amigos desfilar hacia su muerte frente a mí, uno tras otro. La muerte de Minato sensei había sido la gota que derramó el vaso. La prueba fehaciente de que todo aquél con quien creara un lazo acabaría convirtiéndose en un nombre grabado en roca.

Fue  en el primer aniversario del ataque del zorro de las nueve colas cuando lo conocí, pasadas las doce de la noche, había llegado recién de una de mis misiones con ANBU y después de entregar el reporte decidí visitar el monumento memorial, quería charlar con Obito, bueno, con su recuerdo, quería contarle a Minato sensei que la aldea se estaba reponiendo, así era yo. Decidido a no crear nuevos lazos, me aferraba fervientemente a los recuerdos de aquellos que alguna vez sonrieron a mi lado.

No llegué a acercarme bastante cuando ví a un chico hecho un ovillo durmiendo a los pies del monumento. Las lágrimas secas manchaban su cara y tenía las ropas sucias. Llevaba el cabello atado y una larga cicatriz dividía su rostro justo por encima de la nariz, recorriendo de lado a lado  su cara.

-Oye... - Murmuré acercándome, moviéndolo con el pie, como haría con un perro callejero, sonará un poco inhumano, pero me daba la impresión que saltaría y me atacaría en cuanto despertara. No estaba tan equivocado- ¡Oye!..¡Despierta!

El chico abrió los ojos y se sobresaltó empujándose hacia atrás hasta quedar con la espalda contra la roca memorial, fue en ese momento que recordé que estaba usando mi máscara ANBU, lo cual no es lo mejor para ver cuando acabas de despertar.

-Vete a tu casa- Dije. – Tus padres deben estar preocupados-

-¡Mis padres están aquí! – Me gritó con un gesto de enojo, sin embargo sus ojos se habían humedecido, lucía gracioso, debo admitirlo. Queriendo hacerse el valiente y luchando por contener el llanto- Anbu idiota.... –Murmuró dándome la espalda.

No sé qué me impulsó a hacerlo, pero en ese momento actué sin pensar demasiado.

-En ese caso.... – empecé a decirle poniendo mi mano en su cabeza, aunque solo es tres años menor, por ese entonces era bastante bajo de estatura. –Que tus padres no estén físicamente en casa, no significa que hayan dejado de preocuparse por ti-  lo sentí estremecerse y lo escuché sorber la nariz-

-¡¿Tú que sabes?! –me gritó apartando mi mano de un golpe firme y volviéndose para mirarme furioso, esta vez con lágrimas que corrían indignas sobre sus mejillas, las cuales se apresuró a limpiar

-Lo digo, porque mi padre, mis amigos y mi sensei... todos ellos también se encuentran aquí... -murmuré recobrando mi usual tono frío- me voy, y tu deberías hacer lo mismo.- le dije molesto . "Eso me gano por tratar de ser amable". Pensé mientras me alejaba de rama en rama.

Después de ese incidente, solía encontrarlo con frecuencia en ese sitio, a menudo por las tardes, me alegraba que no permaneciera la noche ahí, ese chico tenía algo que me hacía querer procurar su bienestar, después de todo, estaba solo, igual que yo.

Por ese tiempo, supe quién era, su nombre era Umino Iruka. Para cuando me di cuenta, yo ya estaba usando parte de mi tiempo libre en observarlo a la distancia. Como ANBU me era sencillo pasar desapercibido. Me habría gustado hacerme su amigo, ambos necesitábamos eso, pero aunque yo tenía ya diseiséis y era bastante maduro como para cometer asesinatos en realidad no sabía como relacionarme con los demás, no sabía hacer amistades y me limitaba a las relaciones de trabajo, donde no tenía que abrirme a nadie. Pasarían muchos años antes de que comprendiera eso.

Lo ví convertirse en genin, y eventualmente en chuunin, algunas veces el advirtió mi presencia. Se estaba convirtiendo en un buen ninja, gentil y alegre. El tiempo desvaneció la tristeza de su mirada y yo no podía estar mas feliz por ello.

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Continuará.





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