Capítulo III

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Por una parte, se sintió tranquila por haberse librado de ese abusivo, pero por otra se sintió entre la espada y la pared ya que su salvador era un completo extraño, aunque fuese su vecino

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Por una parte, se sintió tranquila por haberse librado de ese abusivo, pero por otra se sintió entre la espada y la pared ya que su salvador era un completo extraño, aunque fuese su vecino. Rogaba que por lo menos dejara de comportarse como si ella fuera alguien despreciable para dejar de lado esa inseguridad que él le trasmitía con su irascible forma de ser.

A pesar de estar un tanto desorbitada por el alcohol que habían ingerido, se le había ido la borrachera. El gélido viento de la noche que anunciaba un torrencial aguacero la sobrecogió, asegurándole que estaba fuera de la casa. Estando ya en sus cabales, intentó librarse de su salvador cosa que no consiguió.

—Estoy bien, gracias —indicó, tratando de retroceder unos pasos.

Él siguió, dando zancadas, yendo hacia a un par de autos aparcados frente al lugar de la fiesta, cruzando la calle.

—Oye, estoy bien, no hace falta que me lleves a casa —dijo ella al reconocer el auto negro.

Su vecino no se inmutó, con más fuerza le apretaba la mano, obligándola a caminar.

No entendía lo que quería, bastante inquieta estaba al recordar esa mirada que le dedicaba, cargada de un odio desmedido. No deseaba que luego de ser salvada de las garras de un abusivo, llegara otro a aprovecharse de ella como pago por su rescate. Desesperada, se dejó caer al suelo, sentándose de golpe en medio de la calle, volvió a jalar del brazo para soltarse, ayudándose con la otra mano, mandando el cuerpo hacia atrás.

—¡Maldita perra, me lo haces más difícil! —bramó el sujeto, soltándola de la muñeca para luego girarse y encararla.

Su comportamiento no le pareció normal, se mostraba colérico, apretaba los puños, haciendo que sus nudillos se pusieran blancos, caminaba tensionado paso tras paso cada que se le acercaba. Ya no lo veía como un chico sacado de esas fantasías sobre badboys que le gustaba leer, sino como un loco que le infundía un miedo que fue creciendo cuando estuvo a un paso de tocarla.

—¿Q-qué quieres d-de mí? —tartamudeó, presa del pánico.

Él no quería nada de ella, no le inspiraba siquiera un mal pensamiento. Detestaba tener que estar en ese preciso lugar, a pesar de que ser la ocasión perfecta para acabar con el problema de raíz. Estaba convencido de que ella lo había visto cosa que le molesto pues primero quiso cortejarla antes de llegar a ese instante.

Jazmín intentó retroceder desde su posición, sentada en el suelo, pero el alcohol en su organismo y los nervios que ahora hacían tiritar su cuerpo, no se lo permitían.

El tipo meditó en dejarlo pasar, que ella se fuera, pero no podía. Ya lo conocía, lo más seguro es que le contaría a alguien lo que había pasado en ese momento, además, no podía echar a la suerte el que no haya visto nada cuando estaba asomada por la ventana. ¡Maldita sea su suerte!

"¡Sólo hazlo, Lucas!". Le gritó la voz en su cabeza, la que siempre imperaba sobre su propia razón.

Dando un absorto respiro, apretando la mandíbula, se acercó dando el paso que los separaba. Los ojos mieles de la castaña se empañaron en lágrimas que empezaron a desbordarse sin control sobre sus mejillas; quería comprender qué había hecho para que ese tipo, ahora con una sonrisa maquiavélica en sus labios y una mirada pérfida, se le acercara con la clara intención de dañarla.

Jazmín dio un grito pero eso no bastó, Lucas fue más rápido, la jaló de un brazo levantándola del suelo con ese sólo movimiento, sin dar tiempo de que alguien los viera, le tapó la boca. Aunque llorara aterrada y gritara con todas las fuerzas que pudiera acumular, no conseguía zafarse de sus fuertes brazos ni hacerse oír más allá de la mano que aguerrida bloqueaba clamor.

Cerca al auto, el chico sacó unas llaves de su pantalón, apretó un botón del llavero, desactivando la alarma. Mirando en todas direcciones, como pudo abrió la puerta y sin gran esfuerzo metió a Jazmín en el asiento trasero. Se subió enseguida, cerrando la puerta para montándose encima de la chica que luchaba para quitárselo de encima, pidiendo auxilio.

—Grita todo lo que quieras, cariño, los vidrios del auto no permiten que te escuchen.

—¡¿Qué diablos te hice?! ¡¿Qué quieres de mí?! —gritó, desesperada, tratando de golpearlo en la cara.

La sostuvo de los hombros; como estaba sentado sobre sus piernas, impidió que se moviera.

—Sólo quiero darte una pequeña lección —indicó el tipo, riendo entre dientes. La pobre chica sintió un vacío enorme en el pecho que consiguió que su corazón se precipitara.

Lucas la tomó de las muñecas, aprisionándolas arriba de su cabeza, tomándolas con una mano. Era grande a comparación de ella; en cierto modo le pareció divertido, nunca antes tuvo la oportunidad de estar con alguien menor, siempre buscaba chicas acordes a su edad.

—¡Suéltame! —chilló Jazmín con más fuerza, sintiendo arder la garganta de tantos gritos sumidos en desesperación.

En ese momento, Lucas se puso frenético: eso lo molestó demasiado, tanto que la golpeó en el vientre con la rodilla.

—Responderé tus preguntas —siseó con una voz tan rastrera que la pobre chica dejó de lado el dolor sólo por el temor de escucharlo hablar—: hago esto porque no debiste verme.

¿Qué rayos había notado para que la mantuviera presa de esa forma? Sólo recordó la imagen del tipo que ahora veía como a un sádico, asomarse por una ventana. También se acordó de aquella sombra, considerando que ese era el motivo de que ese loco la tratara así.

El desquiciado la devolvió a la realidad; vio un puño que veloz se aproximó a su rostro, nublándole la visión, haciendo que perdiera el conocimiento. 

Mascarada de Rojo y Sangre ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora