Capítulo II

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Como toda chica preocupada por su apariencia, Jazmín buscó el vestido indicado junto con los zapatos que le fueran a juego

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Como toda chica preocupada por su apariencia, Jazmín buscó el vestido indicado junto con los zapatos que le fueran a juego. De vez en cuando echaba miradas furtivas hacia la ventana, con la ilusión de encontrarse a su vecino. Suspiraba inconscientemente cada que lo recordaba, por mucho que esperó a que diera señales de vida, no lo tuvo fortuna de volverlo a ver. Sin remediar más en ese capricho, terminó de arreglarse.

Lucía un vestido negro de pliegues sueltos que quedaba bien con cualquier color, en ese caso el rojo de un cinturón de cuero que se ceñía a su cintura. Se puso accesorios de tono carmesí y marrón rojizo —diadema, aretes, collares y pulseras—. Para completar su atuendo, se colocó unas sandalias de tacón mediana, también rojas. Se pintó los labios de escarlata intenso, maquillándose un poco los párpados. Mientras terminaba de darse los últimos toques con su delineador de ojos, pensó en qué máscara usar, no tenía ninguna, rezaba porque Marián se la trajera, si no le tocaría improvisar con una cinta de encaje transparente para ponérsela sobre los ojos y eso para nada se veía bien.

Eran casi las nueve; impaciente aguardó a que su prima llegara, estaba tan aburrida con el asunto de la mudanza no esperó estar lista tan pronto para una fiesta, siempre tardaba en alistarse.

Tomó el celular que estaba sobre la mesa de noche al pie de su cama para distraerse, recordando otra vez a su vecino; sus ojos volvieron a remediar en el tercer piso del edificio. Se entusiasmó un poco al notar las luces encendidas, que se apagaron justo cuando se le dio por mirar. Suspiró, indignada, desviando su atención hacia la calle, esperando la llegada de su prima.

Minutos después, notó a un sujeto salir del edificio, yendo hacia un auto aparcado frente a la entrada. Era alto, tenía el mismo porte que el chico, fue grande su emoción al cerciorarse que si era él. Estaba vestido de un pantalón de pana negro, con un chaleco del mismo color y una camisa manga larga blanca por debajo. Suspiró al verlo, soltando una risita, gesto que se le borró del rostro cuando él dirigió su atención hacia ella.

Como la anterior vez, Jazmín se paralizó al tener esos ojos negros como un hondo abismo sobre ella. La observaba con furia desmedida, apretando la mandíbula, tensando sus facciones, cerrando los puños.

Jazmín esta vez intimidada, apartó la mirada y se alejó lo más que pudo de la ventana. Se quedó inmóvil, sintiendo esos ojos sobre ella, como si le punzaran la nuca, poniéndole la piel de gallina. Tuvo un cierto temor, no supo la razón, sensación que se disipó al escuchar el motor de un auto arrancar para escabullirse rápido de allí.

Al asomarse, notó con alivio que el auto ya no se encontraba. Sacudió la cabeza esperando disuadir así el absurdo momento. Tal vez era imaginación suya lo que pasó o de pronto el chico era uno de esos locos de ira que con nada se alteran.

—Jazz, soy yo, Marián —llamó su prima a la puerta, haciendo que se le dibujara una sonrisa en los labios.

Abrió con afán, topándose con una despampanante trigueña vestida de rojo.

—¡Te ves estupenda! —la halagó Jazmín, mientras la aludida con una sonrisa pícara en sus labios dio una vuelta sobre sí.

—¡Gracias! Tú no te quedas atrás —indicó Marián viéndola de arriba a abajo, arqueando la ceja, asintiendo en aprobación por la ropa que Jazmín se había colocado.

—Trajiste una máscara para mi ¿verdad? Si no, dime para improvisar una.

—Tranquila —aseguró su prima con sonrisa triunfal

Sacó de su bolso dos antifaces, uno blanco y uno rojo los cuales tenían piedras de fantasía y encajes que los hacían lucir victorianos.

—¡Gracias, eres lo máximo! —exclamó la castaña quien le zampó un beso en la mejilla.

Marián le pasó el antifaz rojo, quedándose con el blanco que hacía juego con los accesorios que llevaba puestos. Las dos chicas bajaron a despedirse de los padres de Jazmín, prometiendoles que volverían antes de la una de la madrugada. Partieron a la fiesta en el carro de la mejor amiga de Marián, Carla.

•••

Llegaron cuando la fiesta estaba en su apogeo, había no menos de sesenta personas en aquella casa de dos plantas, todas con máscaras puestas de diversos colores y formas, hasta habían tipos vestidos de jeans y camiseta a cuadros, con una máscara de gorila o de caballo. Las chicas se adentraron al sitio con confianza, Jazmín conoció a los amigos de Marian, también a su novio el cual mantenía en secreto porque de enterarse sus padres, le harían la vida de cuadritos a ambos.

La recién llegada a la ciudad simpatizó enseguida con ellos, entrando en confianza con Esteban, un amigo de Carla, una pelirroja de pelo corto que se lo había tinturado para esa fiesta.

El chico era alto, un tanto apuesto, algo fornido, mucho para su gusto, pero no le importó, lo que quería en ese momento era divertirse, dejar de pensar su vieja vida, olvidarse de todo lo bueno que dejó en la capital. Bebía cuanta cerveza le ofrecía Esteban, dándose cuenta que había tocado fondo cuando el chico se quiso propasar con ella.

—¡Suéltame! —protestó la chica en una voz que ni ella entendía por lo borracha que estaba.

Esteban no se detuvo, siguió probando con alevosía el cuello de Jazmín, dejándole moretones con cada succión. Ella forcejeó un poco, intentando alejar las manos del tipo que se aferraban a su cintura, manos que fueron bajando hacia su trasero. Disgustada, trató de zafarse de su agarre pero no pudo siquiera apartarlo sin sentir que se iba a caer por el mareo.

—Suéltame —repitió con desgana, ya rendida.

Pensó en matar a su prima por dejarla sola con ese manolarga, le reclamaría en la mañana luego de sacarse la resaca si es que lograba salir ilesa.

De repente, sintió que alguien la empujó hacia atrás. Lo último que vio antes de chocar en una esquina de aquella sala donde varias personas presenciaban el espectáculo que ella estaba protagonizando, fue la espalda ancha de un tipo más alto que Esteban.

Aquel extraño de cabello negro, le propinó un puño en la cara al atrevido rubio que acosaba minutos atrás a la Jazmín. Esteban se fue con el rabo entre las piernas, sobándose el golpe que le había hecho sangrar la boca.

Jazmín quedó pasmada al darse cuenta que era su vecino, el cual reconoció por sus marcadas facciones y sus intensos ojos, a pesar del antifaz que cubría su identidad. La había salvado al parecer, no estaba del todo segura ya que veía borroso. No supo si sentirse segura o no; la veía tajante, queriendo traspasarla con esa penetrante mirada, oscura como la perpetua oscuridad.

—Acompáñame, te llevaré a un lugar seguro —señaló el chico, extendiéndole la mano, sin separar los ojos de los de ella.

Temerosa, correspondió a su gesto. Él la tomó con firmeza de la muñeca, jalándola entre el gentío, haciendo que chocara con las personas. Aunque no lo vio a mal por ser dirigida por él, se sintió un tanto inquieta por cómo la agarraba, guiándola a quién sabe dónde. 

Mascarada de Rojo y Sangre ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora