CAPITULO 1

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EL GENERAL CAYO JULIO

Mi nombre es Marco Aurelio, antes de contarles sobre cómo encontré a mi verdadero amor, primero deseo relatarles un poco la que fue mi vida en el pasado y cómo llegué a ser un vampiro.

Iniciaré narrando que pertenecí a la legendaria "Quinta Legión", aún ahora se escuchan historias sobre nosotros.

Yo no era nadie antes de conocer al general Cayo Julio, sin familia, ni legado. Las calles eran mi hogar, un muchacho de catorce años que luchaba por sobrevivir.

Recuerdo el día que lo conocí, los soldados siempre marchaban por las calles de la ciudad, entrando triunfantes después de alguna victoria. Me aproximé por curiosidad y lo vi; Cayo lucía imponente con su uniforme, creí que era un Dios, y me pregunté ¿Qué se sentiría tener tanto poder y gloria?

La mayoría del pueblo romano no estaba de acuerdo con el dominio de su emperador, muchos intrigaban a sus espaldas y querían destronarlo. Cayo Julio era la mano derecha del Cesar, así que era obvio que su cabeza tuviera precio.

Todo ocurrió deprisa, se armó tremendo bullicio, observé como el general era separado del resto, tirándolo un rebelde de su caballo. La gente corría en todas direcciones, personas armadas salieron de los rincones enfrentando a los soldados.

Cayo se golpeó la cabeza, desorientándolo, el hombre se dirigió a él con la espada en alto, listo para darle fin a su existencia. El general no tenía oportunidad, reaccioné, muy a pesar de mi estado escuálido y endeble, me lancé sobre él sin temor y para mi fortuna logré hacer que cayera. Tomé la espada con dificultad, apenas podía mantenerme en pie por la debilidad de no haber comido en varios días pero soporte su peso, con un último esfuerzo logré levantarla y la clavé en su corazón reclamando su vida.

El griterío se silenció, más soldados romanos llegaron tomando el control. Uno se acercó a mí y con rudeza me golpeó en el rostro haciéndome tambalear y caer, sintiendo el polvoriento suelo bajo el peso de mi cuerpo.

-No. -Escuché al general hablar. Se levantó sacudiendo sus ropas. Era más alto de lo que imaginaba y se aproximó con paso firme.

-El chico me ha salvado la vida. -Agregó  con tono autoritario, mirándome de manera amable.

Me ayudó a incorporarme y me echó un vistazo de arriba hacia abajo, sonrió para sus adentros de una forma divertida ¿Acaso yo le causaba gracia?

-¿Cómo te llamas muchacho? -Me preguntó mientras un soldado acercaba su caballo y tomaba las riendas.

-Marco Aurelio señor. -Contesté cabizbajo.

Él levantó mi cara teniendo contacto visual con sus ojos.

-Nunca le escondas la mirada a nadie, la debilidad y la sumisión caracteriza a los mediocres. Los hombres de verdad son fuertes, tienen carácter y no le temen a nada. Me salvaste el pellejo y estaré agradecido por lo que me queda de vida ¿Tienes familia?

Tímidamente moví la cabeza en negación.

-Desde ahora la tendrás. -Lo miré sin comprender. -Ven conmigo. -Subió a su caballo y me extendió la mano.

Aún sin reaccionar me quedé unos segundos tratando de asimilar lo que estaba ocurriendo. Dubitativo acepté su ofrecimiento, acomodándome a sus espaldas. Seguimos el recorrido en silencio hasta llegar a su residencia.

La propiedad se perdía más allá de mi vista, rodeada de sembradíos y árboles frutales. Una joven de mi edad salió a recibirlo. Su hermoso y angelical rostro llamó mi atención, él la rodeó entre sus brazos y la acurrucó como si se tratase de una niña pequeña.

-Mi amada Julia. ¿Cómo has crecido?

La acompañaba una mujer de edad madura, plantándole Cayo Julio un beso en la boca. Supuse que sería su esposa.

-¿Quién es él padre? -Consultó Julia con el interés reflejado en sus azules ojos.

-Él es Marco Aurelio, mi salvador, como recompensa he decidido que viva con nosotros y estará bajo mi cuidado.

Abrí los ojos como platos, ¿Había escuchado bien? ¿Viviría con el general y su familia? Sonreí a mis anchas, al fin la suerte estaba de mi lado.

Desde ese momento Cayo me trató como a un hijo. Años después iniciaba mi carrera militar, todos me respetaban y logré prestigio ante la sociedad romana.

Llegué a ser en un hábil guerrero, al poco tiempo obtuve el rango de Centurión. Cayo Julio me decía constantemente lo orgulloso que se sentía de mí y que llegaría muy lejos.

Escuché que el Cesar formaba un nuevo ejército, se rumoraba que no había en toda Roma guerreros como los que conformaban la "Quinta Legión" y por supuesto, yo debía pertenecer a ella.

Me convertí en un hombre orgulloso y arrogante, tengo que admitir que el poder se me subió a la cabeza, en ese momento me sentía invencible y además tenía el amor de Julia, mi Julia, la mujer con quién compartiría el resto de mi existencia.

Tuve un poco de temor al comentarle al general sobre mis sentimientos hacia su hija, pero para mi alivio, pareció complacido y nos dio su bendición. La boda se celebró unos meses después y no recuerdo sentirme tan feliz como cuando desposé a Julia.

Pero aún no me sentía completo, quería más. Mi sueño era pertenecer a la Quinta Legión, lo mejor del imperio. Con ayuda de Cayo y claro haciendo precedente mis méritos en batalla, no tuve problemas en ingresar a tan privilegiado ejército. A pesar de sólo contar con veintiún años ya había participado en varias campañas.

Pronto partiríamos hacia Turquía, los pardos eran una molestia y marcharíamos hacia sus dominios. Nos iríamos en dos semanas.

Cuando le conté a Cayo Julio, se alegró por mí y yo no podía sentirme más afortunado. Si hubiera sabido lo que me esperaba. Desee tantas veces tener la habilidad de devolver el tiempo y regresar ese día, jamás haber participado en esa descabellada campaña, en la cual perdí todo lo que amaba, incluso mi vida.

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