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Antes que nada, FELIZ AÑO 2016 ❤.

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Jeffrey Thompson en multimedia.
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No me permití descansar en ningún momento. No podía bajar la guardia y tampoco dejé de pensar, buscando la manera para escapar de aquella habitación pero todo lo que se me ocurría acababa siendo desechado por razones obvias.

Había pasado un día entero en el que no dormí, no comí, no hablé con nadie y no pude hacer nada. No sabía nada de Emily ni de Hanna y eso me tenía preocupada. Si les habían hecho algo... aunque no lo creía. Si a mí no me habían hecho nada, ¿por qué se lo iban a hacer a ellas? Me agarré en esa posibilidad e intenté no derrumbarme aunque en varias ocasiones tuve la oportunidad de hacerlo. No me lo permití.

Las cuatro paredes de esa habitación me estaban trastornando. Eran lo único que veía y me estaba volviendo loca. No tenía noticias de nada de fuera de ese dormitorio.

Me recogí el pelo en una coleta alta y me miré en un pequeño espejo más sucio de lo que creía posible. Seguía con el vestido rojo, pero ya no llevaba los tacones. Prefería ir descalza aunque estuviera expuesta a coger diferentes enfermedades, porque el suelo no estaba mucho más limpio que todo lo demás.

Necesitaba cambiarme de ropa, estaba empezando a sentirme incómoda con el corto vestido pero, ¿qué iba a hacer? no tenía nada más de ropa. ¿Tendría que pasar el resto de mi estancia aquí con aquel vestido? resoplé en alto justo cuando escuché la cerradura de la puerta. Alguien iba a entrar.

Retrocedí rápidamente hasta que mis talones chocaron con la pared y apareció ante mi Jeffrey con una bolsa de plástico blanco.

— Supongo que necesitarás ropa nueva —¿me había leído el pensamiento desde tantos metros? di gracias por haber conseguido ropa nueva, pero no me acerqué a él.

— ¿Habéis ido ha comprar ropa femenina? —me resultaba cómico imaginarlos haciendo algo tan cotidiano, pero enseguida negó con la cabeza.

— No, claro que no. Tenemos gente que hace el trabajo más... light.

¿Hay más gente? eso no lo sabía. Y supongo que en la comisaría tampoco tenían mi idea.

— ¿Por qué lo hacéis? —su ceño se frunció ante mi pregunta como si no entendiera lo que quería decir—. ¿Por qué nos traéis ropa y nos dais de comer en vez de matarnos de una vez?

— ¿Por qué tendríamos que hacerlo?

¿Estaba de broma?

— Porque sois asesinos sin piedad.

Tragó saliva y vi su mandíbula tensarse desde varios metros. Era la realidad así que más le valía no hacerse el ofendido.

— Haces demasiadas preguntas y yo no tengo por qué responderte —en cambio, esperó a que le contestara en vez de darse al vuelta y largarse.

— Respóndeme —dije con autoridad.

En sus ojos vi la guasa. Parecía estar riéndose de que yo le ordenara algo, pero aún así no replicó. Yo sabía perfectamente que podía hacerme callar con una bofetada por mi osadía, pero me arriesgué.

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