—Me da gusto que hayan hablado y se lo aclararas, pero, James, decir las cosas a veces no basta. Piénsalo, ¿de verdad se lo has demostrado?

Quiero contestar, no obstante, mi mente se queda en blanco. Se lo he demostrado, ¿no?

—Jurarle amor eterno, besarla, hacer el amor y llevarla a citas no es demostrar. Los más grandes canallas hacen lo mismo: prometen, besan, tienen sexo y conquistan. Ella te lo ha demostrado perdonando lo que ocurrió, ¿qué has hecho tú? ¿Aceptar que se casara con otro crees que es mostrarle tu amor? ¿No crees que se va a preguntar cómo es que no la detuviste? Ni siquiera yo puedo creer que no lo hicieras. Los actos nos condenan, James, o nos llevan al paraíso.

Me da unos golpecitos amistosos en el hombro y se va, me deja en el pasillo con el alma hecha un caos. ¿Por qué mierda no la detuve?



No lloro, tampoco sollozo ni grito, no encuentro nada en mi interior que pueda liberar lo que siento. Ni siquiera estoy segura de estar sintiendo algo, es como si estuviera anestesiada, busco algún cosquilleo o picazón, y no hay. Podría estar en un mundo paralelo, tal vez soy un holograma o una estatua soñando que se mueve. Quizá estoy en un sueño y despertaré, pero se percibe real, soy verdadera y todo lo que me rodea también.

Las botellas en mi bolsa se ocultan con facilidad de los vecinos que fingen darme sonrisas cordiales. Yo regreso el gesto aunque, seguramente, la señora Gilmore —una anciana solitaria que vive en el piso de arriba— le ha contado a todo el mundo cómo cree que es cada minuto de mi vida.

Cuando era una adolescente y me perdía en el alcohol para olvidar, aprendí varias tácticas, era sencillo escabullirme con una buena ración de licor a mi habitación. Aunque esconderme siempre fue más para mí, pues mis padres nunca prestaron atención o fingieron no darse cuenta de mis actos.

Muchas veces le llamé a Tess en las madrugadas, lloraba en el teléfono y ella me consolaba. Luego me sentía egoísta porque mi mejor amiga ya tenía muchos problemas como para agregarme a la lista, sin embargo, era la única persona segura que tenía. No me tenía a mí misma, no sabía dónde buscarme, todavía no me encuentro.

El pasillo es familiar, el tapiz amarillento de las paredes me da la bienvenida. El tintineo de mis llaves al abrir la puerta alarma a cualquier presencia de la mía. Compruebo si mi madre está cerca y suspiro con alivio cuando me doy cuenta de que mi departamento se encuentra vacío.

Observo lo que tengo cerca, mi vista busca algo que me traiga un recuerdo agradable, pero lo único que hay en este concreto decorado con pintura blanca es nada. No hay nada más que sufrimiento, yo encierro mi sufrimiento y lo dejo encarcelado porque tengo miedo a ser libre.

Perdí todo por no tener lo más importante: a mí.

Bien dicen que hay que tocar fondo para recuperarse, yo lo toqué hace mucho y sigo en el mismo lugar. Siempre quise buscar un culpable de mis congojas y tragedias cuando nunca fui la víctima. Pude haber hecho muchas cosas para ayudarme, pero prefería darme vueltas en el mismo lodo.

No quiero seguir sucia, quiero ver mi piel.

Mi corazón está marchito, está sangrando, está muriendo por culpa mía. Olvidé que para vivir hay que regar nuestro interior, vendar las heridas y dejarlas cicatrizar. Nunca dejé que ese proceso ocurriera, me mantuve en un horno que alteraba más mi sistema. El calor del odio no permite que llegue la sanación.

Obtengo la primera y mis dedos recorren el fino cristal, casi deseando destapar y dejar que la espuma llene el suelo, que el líquido transparente humedezca mi garganta. Tengo ganas de dar un trago para espantar un que otro demonio; pero no las compré para eso.

Alzo el contenedor y dejo que mis articulaciones se relajen, el vidrio estalla en las baldosas y explota en fragmentos que nadan en una bebida cara y lujosa. Hago lo mismo con la segunda, la arrojo al piso con un nudo que intenta dejarme sin aire. Muchos recuerdos pasan por mi cabeza, los momentos felices y los que me hicieron añicos. Justo como los pedazos punzocortantes que se esparcen a mis pies.

No puedo más.

No quiero seguir así.

Extraño lo que era.

La puerta se abre justo cuando siento que voy a caerme, mi madre lanza un jadeo. Probablemente se está preguntando cuánto he bebido y por qué lo he hecho.

—No he tomado nada —susurró, esperando que se tranquilice, pero se aproxima de igual manera y me envuelve en un abrazo.

Me refugio en la curvatura de su hombro y cierro los párpados muy fuerte. Hace unos días me dijo que pensara en mis decisiones y en las posibles consecuencias, y aquí estoy ahora, siendo testigo de cómo todo se me está saliendo de las manos.

—¿Ya tuviste suficiente? —pregunta cerca de mi oído. Sé a qué se refiere, entiendo la cuestión tácita.

Sasha ha estado yendo a una terapia con un psicólogo, dejó de insistir que la acompañara, pero quizá... tal vez deba asistir.

—Ya tuve suficiente.

Siento su sonrisa, se echa hacia atrás y se dirige al teléfono. Marca un número y comienza a hablar con un doctor sobre mí aceptando la cita en el consultorio. Retuerzo los dedos y busco algo en qué entretenerme para no pensar. Me decido por limpiar el desastre del piso.

Mientras hago la tarea, con mamá hablando de fondo, me digo que es lo mejor. Nunca me ha gustado hablar con desconocidos sobre mí, no me gusta hablar de mis cosas en ningún sentido; pero debo dejar que fluya.

Me concentro en no cortar mis dedos, y evito pensar en lo que vi más temprano. James dijo que me esperaría, me lastima saber que de alguna forma está con esa mujer, ahí sumergía la nariz para pretender que era yo. Sobre todo me decepciona porque perdoné cada lágrima que lloré, parece no importarle que se supone estoy casada con otro.

De rodillas en la sala, miles de preguntas se hacen paso en mi mente. ¿Así fue siempre? ¿Hace siete años fue así de sencillo mirar a otra? ¿Irse a otro lado y olvidarse de lo que tuvimos? Quizá debí buscar a alguien también en vez de encerrarme en cosas que me lastimaban, debí buscar algo bueno en lugar de enfocarme en las desgracias.

Creo que pude haberlo hecho mejor, salir a tomar un helado con algún chico, aceptar esa cita en el baile de mi graduación o sonreírle al vecino amable del piso dos.

Nunca fui brillante, pero sacaba buenas notas, me gradué con una de las mejores tesis de la generación. Me ofrecieron becas para hacer una especialidad, algo que rechace por temor. Era una buena amiga que escuchaba siempre, una hija paciente que esperaba no decepcionar a sus padres y una hermana que jugaba con su hermano para aliviar sus días dolorosos.

No solamente fui la novia de James, él no marcó mi línea de tiempo, la marqué yo.

Y yo soy la que debe marcar el inicio de una nueva etapa.


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Subo porque quiero y puedo :3 y porque estaba emocionada por este capítulo. Vi los comentarios del capítulo veintinueve, sé que están enojados con James, y respeto eso. Recordemos que James siempre ha sido un chico pasivo, no me pidan que se decida de buenas a primeras porque no sería lógico. Esperemos que pronto deje esa cobardía y se enfrente a sus problemas, esperemos que empiece la pelea. Por otro lado, Maggie ha decidido salir adelante, un aplauso para nuestra lunita.

Quedan 4 capítulos y el epílogo, disfruten :3

Un beso.





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