Eternidad

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Samantha Collingwood se encontraba en una de las habitaciones destinadas para los huéspedes reales de palacio. A su lado reposaba una bandeja con alimentos: frutas de la estación, jugos y algunos dátiles que una de las esclavas le había llevado. Miraba por el balcón y veía que todo el mundo corría de un lado para otro, de seguro todavía no daban con el paradero de Osiris, aunque bien había escuchado decir a Jety, que sabía en dónde posiblemente podría estar escondido o planeando su próximo golpe.

Se había enterado de aquello luego de ver que Draco había aparecido con Hermione en la sala buscando ayuda para ella. Esperaba que a esas alturas la esposa de Malfoy estuviese bien, como también deseaba que el maldito de Osiris no le hubiera causado daño.

Pero al margen de todo lo que sucedía, Samantha realmente se sentía insegura de sus actos. Tenía dudas, temores... muchas interrogantes daban vueltas en su cabeza que le hacían poner en tela de juicio la decisión que había tomado, tanto que no sabía si todo lo que estaba viviendo era real.

Esas miles de preguntas que daban vueltas y vueltas en su mente le hacían sentir que su cabeza estallaría en cualquier momento.

—No pienses tanto. Ya estás conmigo.

Una voz conocida detrás de ella interrumpió sus pensamientos. Aquel masculino y sensual tono que tanto había añorado volver a escuchar, que le infundía paz y tranquilidad pero a la vez, dudas.

Giró y lo miró a los ojos, esos hermosos ojos grises que la miraban extasiado, como si ella fuese lo más importante en su vida... El rostro de él estaba sereno, pero a la vez denotaba severidad, y esa boca que le sonreía, la invitaba a besarlo. No lo haría, no era capaz... si bien en la mañana lo había hecho, ahora las dudas hacían mella en sus decisiones. Pero lo abrazó de inmediato poniendo su rostro en el pecho de él en donde podía escuchar el acompasado latir de su corazón. Era humano, era un hombre. Eso era lo mejor.

—Todavía tengo tantas cosas en mi cabeza, no sé si decirte faraón, Horus, Jety o Jeremías como dijiste que te llamabas.

—¿Así te dije? —preguntó sonriente mientras acariciaba una de las manos de la mujer que tanto amaba.

—¿Acaso no lo recuerdas? ¿No eras tú entonces?

Jety dio un suspiro y sonrió amablemente invitándola a sentarse en uno de los sofás que estaban a la orilla del balcón.

—Tengo que contarte algunas cosas y para eso debes tener tu mente abierta... —Samantha asintió, entendía que a veces la realidad no era como lo creía y eso ya lo había comprobado—. Hace unos quince años comencé a leer las diversas escrituras que hablaban de una mujer de cabellos de fuego —dijo acariciando el cabello de Samantha—. Y mientras más leía, más me daba cuenta de que hablaban de una mujer que venía del futuro... de ti. Así que utilizando «El libro del tiempo y del espacio» me envié al futuro, solo para buscarte.

—¿Te enviaste tú mismo? ¿Cómo? ¿Y luego regresaste?

—Hice una réplica de mí. Magia muy avanzada que solo se puede hacer una vez en la vida. Es como dividir tu alma y no hablo de esos horrocruxes con los cuales muchos magos oscuros han jugado. No, hablo de magia blanca en donde divides tu alma sacrificando algo de ti con un solo motivo, el amor.

—¿Un sacrificio de amor? ¡Horus! ¿Qué sacrificaste? No... ¿hiciste un sacrificio por mí?

—Y lo volvería a hacer, con tal de tenerte conmigo, bella Samantha.

—¿Qué hiciste?

—Mi eternidad, Samantha. Sacrifiqué mi eternidad.

—¿Quieres decir que eres mortal?

—Así es —reconoció feliz—. Vivir eternamente al final cansa.

—No puedo creer que lo hayas hecho. Eso es...

—Amor. Amor verdadero. Y yo te amo, Samantha.

—Pero ya no eres un dios.

—Así es. De igual forma, sabía que tarde o temprano ciertos poderes los iba a ir perdiendo, pero aún faltaba para ello. Sin embargo estoy seguro que no me equivoqué —sonrió y continuó deleitándose con el rostro de la bella mujer que tenía en frente—. ¿Ves mis ojos? —preguntó.

—Son grises y hermosos.

—Ese es el color de la eternidad —Samantha no comprendió. Jety se puso de pie y volvió a mirar hacia el exterior por el borde del balcón. Dio un fuerte respiro y se giró hacia ella que continuaba sentada mirándolo y esperando su respuesta—. Entre los dioses, el color de los ojos indicaba si eras mortal o eterno. El gris siempre se asoció a la inmortalidad y fue así que esa teoría se comprobaba cada vez que un dios moría. Y yo creo que soy el último con esta característica.

—Comprendo —dijo Samantha y luego guardó unos segundos de silencio y después continuó—: Dime una cosa, ¿por qué tú y Draco son idénticos? ¿Qué nexo existe? ¿Son familiares acaso? Es que... ¡son prácticamente iguales!

—No, no lo somos. Nos parecemos físicamente, situaciones que se han de dar entre miles de personas en el mundo, pero como dije, al final todos los humanos tienen un parentesco. Si él guarda parecido conmigo, es coincidencia, y tal vez genética... quien sabe, ¿no?

—Sí, claro —respondió no muy convencida.

—Samantha, mírame detenidamente. No soy igual al joven Malfoy.

—Sí, son iguales —dijo riendo y acercándose a él.

—No, Samantha y ¿sabes por qué no somos iguales? Porque yo te amo —ella no resistió tenerlo tan cerca sin tocarlo, así que lo abrazó tiernamente mientras él le dio un suave beso en la frente.

—Y dime, ¿qué ocurrió con tu otro yo, el me borró la memoria?

—Desapareció. Al cumplir con su misión, no tenía más nada qué hacer. Se debió haber desvanecido o simplemente su corazón dejó de latir. Quizá haya muerto como un indigente, olvidado... son muchas las posibilidades. No quiero indagar en ello. Es cruel el destino para una parte del alma.

Samantha lo miró a los ojos y tragó en seco. Tenía que decirle lo que había vivido con ese clon, con ese «Jety» falso... con ese del cual ella se había enamorado. ¿Le diría que con su clon ella había pasado la noche?

—Con Jeremías fui feliz, Horus. Yo me enamoré de él.

—De mí, Samantha, era yo.

—Me cuesta ver la similitud... Te siento diferente y yo... con Jeremías...

—Todo lo que hayas vivido con él, lo viviste conmigo. Era yo, Samantha. Él era yo. Yo envié algo de mí en tu búsqueda. No hay terceras personas, siempre hemos sido tú y yo.

—No, Horus, no eras tú...

—Amor mío, sí lo era. Él era yo y su misión era traerte a nuestro mundo.

—Tengo miedo...

—¿Crees que yo no? El amor es incierto, pero si ambos nos amamos nada podría fallar.

—¿Seremos felices?

—Felices por siempre... esa es la finalidad de quienes se aman. La vida es incierta, pero mientras nos mantengamos unidos, Mi Gran Señora del Nilo, nada podrá destruir lo que construyamos. Tú, yo y los hijos que los dioses nos den. Envejeceremos juntos, Samantha.

—Horus...

—Horus... sí amor, desde ahora no esconderé mi nombre, ni mi rostro bajo una máscara.

El faraón acarició la mejilla de Samantha y la besó, cruzando sus brazos por la cintura de ella. Era un placer infinitamente deseado y rogado a los dioses. Al fin, la mujer de los cabellos de fuego, esa con que noche a noche miraba a las estrellas implorando por su presencia, al fin la tenía junto a él y para siempre.

OJOS DE ANGEL IV: SOMBRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora