Los Ocho Viajeros

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El día había amanecido con niebla y frío, presagio de que sus vidas nuevamente eran puestas al peligro inminente. Regresar al pasado, el que para muchos solo eran letras en un libro viejo de historia, imágenes reflejadas en una pintura o solo palabrería de un muggle que intentó traducir lo que otro había escrito en base a dibujitos complicados. Sin embargo y, a sabiendas de que esta nueva aventura demandaba gran riesgo, ahí estaban. Listos y dispuestos para ir en busca de su amiga, la esposa de Malfoy.

Siete de la mañana en punto y todos estaban reunidos en la biblioteca de la casa de Draco:

Luna, cargando una pequeña mochila con su inseparable tablet en la mano (más de algún hechizo debió haberle hecho, pues parecía que su batería era inagotable, así como su capacidad de memoria); Draco, que ya se había tomado casi un litro de café, daba vueltas alrededor del sofá que estaba a un costado de la chimenea, como analizando mentalmente todos los pasos a seguir. A cada instante palpaba el costado de su saco en donde se encontraba la varita de Hermione mientras que la de él, la sostenía firmemente en un su mano derecha.

Harry Potter había llegado a eso de las seis de la mañana, unos minutos antes que Ginny lo hiciera junto a sus hermanos: George, Percy, Ron y Charlie (Bill se había quedado con Fleur en La Madriguera junto a Arthur), mientras que Molly seguiría en el búnker junto a Samantha y los todos los niños.

Los Winchester, Pansy y Perséfone Samaras pasaron la noche en la mansión Malfoy y habían desayunado a eso de seis de la mañana. Pansy había aprovechado de guardar el máximo de alimentos en el bolso de cuentas de Hermione, ayudada por Oco, quien se había esmerado en hacer los mejores manjares para que los viajeros pudieran llevar. Esta vez, nada les faltaría. Pansy quería demostrar sus capacidades organizativas por lo que se había dedicado a repasar cada detalle. Con eso no había dormido lo suficiente como para estar en condiciones óptimas, pero aun así su ánimo no decaía.

Sin embargo, Perséfone, la exdiosa del olimpo, quien no se permitió algo tan humano como dormir, había analizado todos los documentos que Luna había dejado sobre el escritorio así como revisado el medio de transporte a utilizar: el famoso cofre. Evidentemente ese artefacto había sido elaborado por una deidad y por lo mismo debía de ser único, así que si ellos tenían ese cofre, estaba claro que Osiris e Isis habían utilizado otro medio de transporte hacia el pasado. No confiaba en el débil argumento de que ellos tenían otra parte, más bien (y lo podía asegurar) ese par poseía algo más que un simple cofre para abrir un portal. Si tan dioses eran, más de una sorpresa debían guardar. Tal secreto era lo que debían destruir para evitar que fuese utilizado de nuevo. De eso se encargaría ella. Ninguna diosa de segunda categoría le ganaría a Perséfone Samaras, doncella del inframundo e hija de Zeus. Ese par no sabía con quiénes se habían metido. Tanto ella, como los magos y los cazadores estaban dispuestos a defender su mundo de la amenaza a la que nuevamente estaban expuestos.

Por otra parte, Rolf Scamander, el socio y amigo de Luna, quien no era bien visto por Ronald Weasley, estaba de pie junto al escritorio dando lectura nuevamente a un papiro. Era notorio su cansancio, pues por más que Draco les había ordenado dormir, el joven Scamander había solo logrado dormitar un par de minutos debido a su preocupación por mantener el portal abierto para que nadie quedase atrapado y por temor a cometer el más mínimo error. Todo eso, simplemente le había quitado el sueño.

Mientras limpiaba las gafas para continuar con la lectura, fue sorprendido por Luna que posó una mano en su hombro, a fin de captar su atención.

—¿Están todos listos? —preguntó la muchacha mientras les mostraba la llave en forma de estrella que abría el cofre. Todos se voltearon a mirar ese artefacto que estaba en manos de ella y que era por demás mágico e inmemorial, cuyo valor era ilimitado—. Bien, voy a poner la llave en el cofre y apuntaré hacia la chimenea. Allí se abrirá la puerta que nos llevará al Egipto antiguo. He hecho los cálculos necesarios de acuerdo a lo que descifré y por lo tanto, el margen a error es muy poco —dijo como lo más natural del mundo. Todos se miraron asombrados y un tanto impacientes por la declaración.

OJOS DE ANGEL IV: SOMBRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora