El Dios Faraón

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Hermione llevaba horas en la habitación. Había dado vueltas y vueltas por todos los rincones, mirando y memorizando cada centímetro del lugar en donde se encontraba. Quería mantener activa su mente porque temía que en cualquier momento ese ser que llevaba dentro pudiera nuevamente despertar, a pesar de que hacía muchas horas de que no se había manifestado. Eso le daba pavor.

¡Cuánto añoraba estar en casa! ¿Qué estaría haciendo Draco y el resto? De seguro debían estar buscando la mejor manera de regresar al pasado e ir por ella. Por lo menos sabía que si venían en su búsqueda, sus hijos no quedarían solos. Confiaba plenamente en Samantha y sabía que el tiempo que tardasen en regresar del Egipto, tanto Scorpius como Rose, estarían en buenas manos. Todavía no entendía esa reacción desmesurada de Draco cuando ella le había contado que había contratado a la muchacha. En fin, estaba convencida que todo obedecía a la famosa sustancia narcótica a la que habían estado expuestos en el museo.

Dio un largo suspiro, mientras tocaba la suave tela que colgaba de la cama adolesada, tratando de calmarse y de pensar en los pasos a seguir. Sabía qué terreno estaba pisando y por lo tanto debía estar atenta a cualquier detalle, porque su situación no era fortuita y que no era casual que ella, precisamente «ella», estuviese allí. Algo debía haber detrás de todo, pero la pregunta era qué. No escatimaría en sus capacidades para indagar y entender de una vez qué ocurría, qué se traía entre manos ese tal Salazar Slytherin o dios Osiris (como decía llamarse); también debía investigar qué papel jugaba la figura femenina que habitaba dentro de ella y, lo más importante, saber qué rol jugaba ella en medio de todo eso.

Desde que Osiris la proclamó como su Gran Señora, ya había transcurrido casi un día entero y ella sin poder salir de la habitación que, a pesar de contar con todas las comodidades (incluyendo un baño que por muy rústico que fuera, le era bastante cómodo) sentía que algo no andaba bien, pues la voz en su interior desde que estaba en Londres, que no la escuchaba. Suponía que algo le había ocurrido a Isis, pues se sentía completa, como si nunca hubiese tenido a un huésped en su interior.

—Isis óyeme, ¿dónde estás? ¿Qué te ocurre?

Se preguntó, pero no obtuvo respuesta. No obstante, su corazón comenzó a latir más fuerte, una especie de taquicardia tan fuerte que se tuvo que sentar. Luego reconoció esos latidos. Eran los que ella en alguna oportunidad sintió cuando fue policía y se enfrentaba a los malhechores. Eran los latidos del miedo y por ende, sabía que se enfrentaba al peligro.

—Dime Isis, ¿qué te ha hecho? ¿Por qué no me hablas? ¿Sigues aquí conmigo?

Pero no tuvo necesidad de esperar respuesta de la diosa. Ella ya lo había entendido. Isis había sido puesta en un estado de latencia, pero ¿quién lo había hecho? Y, ¿por qué? Aunque realmente para saber quién lo había hecho, no tenía que ir muy lejos para obtener respuesta, pero otra vez la pregunta inquietante regresaba: ¿qué planes tenía ese hombre llamado Osiris?

Mientras se abrazaba a sí misma para darse un poco de calor, ya que su vestido de tul y seda poco o nada le abrigaba, en consideración a que a esa hora en el desierto la temperatura descendía ostensiblemente, sintió que alguien se acercaba a la habitación, pensó que podría ser nuevamente Osiris, sin embargo, cuando las alas de la puerta se abrieron, vio que se trataba de dos guardias vestidos con sus habituales taparrabos y sus cuerpos pintados con diversas líneas que llegaban secundados por una mujer que vestía de blanco y llevaba su boca cubierta por un tul transparente.

—Oh, futura Gran Esposa Real, tengo instrucciones de llevarla ante nuestro faraón, Jety V, quien va a presentarla formalmente ante algunos nobles invitados y miembros del Consejo Real.

Hermione no dijo nada. Todo se le complicaba, ¿quién era ese faraón? ¿Y dónde estaba Osiris? Es decir, ahora no iba a casarse con Osiris, sino que con que un tal ¿Jety V? Pero, ¡¿qué diantres estaba sucediendo?! Dio un suspiro, tragó en seco y asintió, siguiendo de inmediato a la mujer. Detrás de ellas iban los dos hombres que seguramente tenían el rol de ejercer algún tipo de fuerza en caso de intentar alguna huida o ser la escolta. Como fuera, la presencia de esta «especie de policías» le incomodaba. ¿Qué dirían sus compañeros de la academia de Tampa si se enteraran de todas peripecias que habían vivido desde que se mudó a Nueva York? De seguro, nadie le creería. Aunque quizá su fallecido amigo, Hans Petterson, con su mente brillante y mágica, de seguro le habría dedicado un comic para alegrarla.

OJOS DE ANGEL IV: SOMBRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora