Capítulo 38: El eslabón perdido

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Mientras miraba la puerta a la entrada de la habitación de Red, América dejó escapar un sonoro suspiro. La misma se hallaba aun parada, como hacía rato había estado. La puerta parecía mirarla, pensaba, juzgándola en silencio. Retándola a entrar, a enfrentarse a lo sucedido.

Su estomago se revolvió por las nauseas y por un momento pensó que iba a vomitar. Sintiéndose mareada por los recuerdos, camino hasta que consiguió sentarse en una de las sillas.

Sus piernas temblaban y por un momento pensó que caería al suelo por la debilidad que sentía en sus miembros.

Su vista se movió, desplazándose de la puerta hacia la entrada a la capilla, todo hospital tenía una, comúnmente las familias iban allí. América no creía en Dios, pero mientras más se quedaba mirándola, se pregunto en qué momento había dejado de creer en él.

«Ya lo sabes» se dijo mentalmente «Cuando sucedió. Cuando todo eso sucedió»

No quería recordar el pasado, pero se lo debía a Red, le debía la verdad de lo que le ocurrió. Había prometido no más secretos, ¿verdad?

—Deberías entrar —sorprendida, se giró para encontrarse a una anciana sentada en una de las sillas junto a ella. Se permitió echarle un vistazo, aun conmovida por la sorpresa. Tenía el cabello suelto, sobre los hombros, de un color grisáceo.

Las arrugas se marcaban claramente en su rostro, pero no era severo como se podía esperar, desprendía cierta amabilidad y poder que le sorprendió.

—Disculpe... ¿nos conocemos? —preguntó, no podía ver que colores llevaba, ni de qué color eran sus ojos, pero el olor a menta y rosas que entró por sus fosas nasales fue demasiado familiar. Casi como si lo hubiera olido antes, solo que no recordaba donde.

—Eso depende de lo que definas como "conocerse" —le contesto la mujer, dándole una media sonrisa—, ¿Alguna vez hemos hablado? No ¿Alguna vez me has visto? Diría que muchas veces. En cierta forma, todos lo han hecho al menos una vez.

América frunció el ceño, aun más confundida. No tenía idea de que quería decir con sus palabras.

—¿A qué se refiere? —le preguntó, decidida a salir de aquella atroz interrogante.

—Vengo cuando me llaman —la mujer le dijo, acercándosele, hasta susurrarle las palabras. Como si se un secreto se tratase—, les oigo. Y les acompaño hacia la eternidad. Supongo que eso tiene un nombre por aquí, ¿no?

América abrió la boca, como si fuera a responder algo, cuando una enfermera se acercó.

La mujer caminaba a paso veloz, y se detuvo junto a ellas, cruzándose de brazos y mirando de una forma cariñosa e intentando parecer reprobatoria, a la anciana de junto.

—Regina, has vuelto a escaparte —ayudo a la anciana a levantarse, reteniéndola del brazo de manera suave—, siento las molestias causadas jovencita.

América sonrió y negó, las palabras de la mujer aun rondaban su cabeza.

—No hay problema —dijo, restándole importancia

—Nosotras nos vamos a tu habitación —América pudo leer en la tableta de presentación el nombre de "Illiana".

—¿Ella se encuentra bien? —pregunto América, sin poder detenerse al ver a Regina.

Illiana la miró, sonriendo tranquilamente

—La edad le hace decir unas cuantas locuras —la mujer le guiño un ojo—, pero no creas una palabra de lo que te dijo.

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