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Eran las cuatro de la tarde de un caluroso día de abril y llevaba seis horas sentada en el mismo asiento del coche. Joe siempre tan cabezota, insistió en ir en coche y, además, en salir a las diez. No hubiera sido mala hora si hubiéramos podido parar a almorzar, pero nos habíamos perdido y llevábamos dos horas intentando orientarnos. Pero ciertamente había acertado de pleno en el fin de semana que decidió ir de viaje. Llevaba todo abril diluviando, pero precisamente el tercer fin de semana de abril de 1983 toda probabilidad de lluvia había desaparecido por completo, dejando un despejado cielo turquesa para nosotros.
Tenía el cuerpo dolorido y sólo hacia retorcerme en mi asiento buscando una posición cómoda. De fondo sonaba una canción en la radio, desconocida para mi a pesar de que Joe se la sabía y cantaba absolutamente toda.
-¿Qué te pasa? -cortó de repente su concierto, dirigiéndose hacia mi.
-Nada - respondí, con una voz gangosa debida al sueño.
-¿Nada de verdad?
-Sólo estoy cansada.
-Vamos mujer, no te enfades. Ya estamos a punto de llegar.
-Claro, como hace tres horas -realmente estaba cansada, pero importó poco cuando al mirarle no pude evitar reírme. En el fondo aquella situación tenía cierta gracia.
-Esa señal me guiaba a la derecha, de verdad.
-Si la derecha es la izquierda, sí.
Entonces me dirigió una mirada divertida que decía totalmente «qué voy a hacer contigo» mientras colocaba su mano en mi rodilla.
Tan sólo cuarenta y cinco minutos más tarde, tras media hora de ellos rogándole, hicimos un descanso y por fin pude estirar las piernas. Muy bueno tenía que ser el destino para que mereciera todo aquel suplicio, aunque realmente ambos sabíamos que disfrutaríamos más aquellas horas encerrados en el coche que todo el turismo que pudiéramos hacer.
Decidí dar un paseo antes de volver a aquel asiento lleno de hierros. Estábamos en medio de ningún lado rodeados de árboles de los que se le caían millones de hojas secas, a pesar de que todos estaban cargados de ellas y no encontraba zonas donde llegaran a escasear. Tras cinco minutos andando llegue a un claro donde había un lago. No era de aguas cristalinas y frescas, en realidad el agua estaba verde, pero yo tenía calor, estaba sudando después de tantas horas encerrada y parecía ser divertido. Qué podría salir mal.
Me deshice de los vaqueros claros y la camiseta de algodón que llevaba estampado el logo de coca cola y me tiré sin pensarlo. El agua estaba helada y en el fondo había algo gelatinoso que resbalaba. No volví a tocar pie en todo el tiempo que estuve en el agua.
Cuando empezaba a preguntarme cuánto tiempo llevaba allí dentro y si debería salir, empecé a oír ruidos. Las hojas secas chasqueaban, así que era una persona o un animal, y no sabía qué era peor. No me dio tiempo a reaccionar cuando vi aparecer a Joe. No sabría decir cuál de los dos se sorprendió más.
-¡Joe, me has dado un susto de muerte! - grité con el corazón aún en la boca.
-Pero, ¿qué haces ahí? -Me preguntó con tono bromista, sorprendido.
-Tú qué crees. - Tras decir esto, me di cuenta de que verdaderamente no era muy común, así que decidí explicarle. - Lo vi, tenía calor y me tiré. Pensaba salir ya cuando te he oído.
Joe asintió con la cabeza, aún asombrado, sin terminar de creerse lo que acababa de hacer. Dos segundos más tardes también él se había tirado al lago.
-No puede ser -dije, riendo sin poder parar.
A partir de ese momento, fue imposible callarme y Joe acabó contagiado. Continuamos riendonos un rato, acabando por salpicándonos. Nos quedamos allí un rato hasta que vimos que se nos hacia de noche, así que decidimos volver al coche.
Yo coloqué los pies sobre el salpicadero y Joe posó su mano sobre mi rodilla, como llevaba todo el camino haciendo. Así me quede dormida hasta que llegamos y, como había predicho, nada del viaje fue mejor que nuestro ataque de risa en el lago, aguantándonos el uno al otro para no hundirnos, ni las nueve horas y media metidos en el coche.

Si no te tengoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora