Capítulo 8

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Los ojos me comenzaron a arder en cuanto salí al exterior. Debió de ser por la cantidad de tiempo que pasé en la oscuridad. Reagan me cogió del codo con fuerza y tiró de mi unos metros hasta que pude acostumbrarme a la luz. Me ayudó a subir unas pequeñas escaleras antes de poner ambas manos sobre mis hombros y tocar una enorme campana junto al timón.

—¡Escuchad, borregos! – fruncí el ceño, dispuesto a pedirle que no les insultara, pero no me dio tiempo antes de que todos se congregaran frente a nosotros – Esta es Caris – me dio un golpe sobre el hombro y la camisa se resbaló por ella, haciendo que me sintiera expuesta. Arreglar esta camisa es mi nueva prioridad. Me siento casi desnuda... – A partir de ahora formará parte de la tripulación, queda totalmente bajo mi protección – todos tragaron saliva o bufaron ante aquella declaración. ¿Ser la protegida del capitán es malo? ¡¿Por qué no pude mantener mi bocota cerrada?! ¡No! Tenía que ponerme a cantar – Si me entero de que alguien la toca un solo pelo de la cabeza, la amenaza, la toca o cosas peores... – observó a su alrededor, haciendo una pausa dramática – Creo que no hace falta que lo explique, todos sabemos lo que pasaría... ¿Queda suficientemente claro? – pregunta, a lo que todos asienten – Continuad con lo vuestro... – se alejó de mi después de que todos murmuraran algo y se dispersaran por la cubierta. Reagan decide volver al timón mientras me da una ligera mirada de advertencia. Mientras, me distraigo observando el lugar donde pasaría los próximos años.

El barco era lo suficientemente grande para que hubiera al menos veinte miembros de la tripulación más los cargos importantes, el capitán, Dereck, el cocinero y yo. La cubierta debería tener casi veinticinco o treinta metros de eslora, con doble cubierta, doble mástil central, una mesana en popa, varias cofas entre ellas y una gigantesca gavia que llevaba toda la fuerza del viento.

Me sobresalto cuando noto un ligero tirón en mi manga izquierda. Me giro y observo a Derek mirarme desde abajo con una enorme sonrisa en el rostro. Está jugueteando con sus manos mientras entorna la mirada entre su padre y yo. ¡Qué tierno! Me muerdo el labio mientras intento no reír, es que es super tierno.

—Esto... – juguetea con sus pies hasta que carraspea y me mira a los ojos – E-eres más guapa con luz – ¡juro que me lo como! Me agacho hasta estar a su altura y le peino con una enorme sonrisa. ¿Cómo puede alguien enfadarse con este pan de Dios?

—Tú también eres muy guapo – susurro, haciendo que se sonroje – ¿Te digo un secreto? - él asintió, curioso de lo que le iba a decir. Me acerqué a su oído y carraspeé – Eres incluso más guapo que tu padre – él me miró con el ceño fruncido y yo estuve a punto de reírme a carcajadas – ¿O me equivoco? – pregunto haciéndome la pensativa.

—¡NO! – gritó mientras se pasaba una mano por el pelo – ganándose una mirada curiosa de los que pasaban entre nosotros.

—Y seguro que incluso eres más fuerte y valiente que él, ¿verdad? – él asintió con rapidez sin quitarme la vista de encima.

—¡Sí, lo soy! – gritó haciendo una pose heroica.

—¿Y serás tú quién me salve de los monstruos? – pregunté haciendo un puchero.

—¡Sí! ¡Serás mi damisela en apuros! – corrió escaleras arriba y sacó de alguna parte una espada de madera de su tamaño. Era un pequeño pirata.

—¿Y de qué apuro me vas a salvar si está tu padre al mando? – le pregunté entre susurros, señalándole con la mirada mientras me tapaba un lado de la cara.

—Pues... em – pensó poniendo una mano bajo su barbilla.

—Caris tendrá que salvarte a ti si no vas inmediatamente a dar tu clase de matemáticas – interrumpió Reagan cruzado de brazos detrás de él.

—Nos vemos luego, Caris – se acercó, me dio un beso en la mejilla que me dejó anonadada y se marchó hacia quién sabe dónde a la carrera. Me levanté y sonreí abrazándome a mí misma.

—Nunca ha confiado tan rápido en nadie – susurró el capitán mientras llevaba sus manos a cada empuñadura de sus armas.

—Será porque está rodeado de hombres – contesté encogiéndome de hombros.

—Una vez pensé en llevarlo a un matasanos. Su timidez no era normal – comentó encogiéndose de hombros.

—Aquí el loco sois vos. ¡Es solo un crío! – dije golpeándole el brazo ligeramente.

—Tan educada como siempre, Caris – comentó Jonathan detrás de mi junto a un cubo y un cepillo de fregar.

—¿No tienes nada que hacer, grumete? – preguntó Reagan con el ceño fruncido.

—Igual que tú no sabes mantener el pico cerrado, John – comenté cruzándome de brazos, ignorando el comentario de Reagan – ¿Ahora sabes lo que es que te miren desde arriba?

—¿Esperas una disculpa? Porque tu esclavitud era cosa de mi madre – contestó mientras yo arqueaba una ceja. Reagan se mostraba más confuso que antes.

—¿Os conocéis? – preguntó señalándonos.

—No sabría decir si es una desgracia o una fortuna – comenté sentándome en las escaleras. Crucé las piernas y me pasé un mechón de pelo detrás de mi oreja.

—Gracias a mí, no te vendieron como puta, ¿recuerdas?

—Ya te lo agradecí en su momento, no quieras ganar el ego de tu hermano – recordé con los labios fruncidos.

—Él ya no es mi hermano – echó el cepillo al cubo y comenzó a fregar con la mirada perdida y los músculos tensos – Y te recuerdo, que si estoy aquí es por tu culpa.

—¿Mi culpa? – me señalé sin poder creérmelo – ¿Acaso te pedí ayuda aquella noche? No, lo hiciste porque te dio la gana, así que no me vengas con estupideces, John.

—Si tu no hubieras llegado a la taberna nada de esto habría pasado – murmuró enfadado.

¿Y él qué narices se cree? No es nadie para reprocharme nada. Él quiso ayudarme, yo no se lo pedí, ¿por qué me recrimina de esa manera? Me levanté y miré a mi alrededor, no había demasiado que hacer, pero supongo que podré bajar a la cocina o algo.

—¿Dónde está la cocina? – pregunto con mi mejor sonrisa, intentando calmar las voces que me gritaban que contestara a Jonathan de forma cruel.

—Segunda cubierta a la izquierda – dijo Reagan con el ceño fruncido. ¿Esperaba que contestara? Lo lleva claro si cree que me rebajaré a su nivel.

—¿Eres tan cobarde que ni contestas? – preguntó el que creía que era mi salvador. ¡Una mierda!

—¿Sabes, John? Te creía más listo como para intentar calarme. ¿No te has fijado que llevo más de una década soportando las estupideces de tu hermano y tus padres? Contestándote con algo hiriente hacia tu persona solo haría que rebajara mi dignidad a la tuya, así que solo te digo una cosa – me acerco a su oído y aprieto cerca de la yugular con mis uñas. Las tenía lo suficientemente largas para ejercer presión – Más te vale no volver a intentar humillarme o lo pagarás caro. ¿Lo has entendido? – pregunté de forma lenta y pausada, como si él no fuera a entender lo que decía.

—¿La niñita al final saca sus garras? – preguntó bajo la atenta mirada del capitán.

—Recuerda mis palabras, John. El que avisa no es traidor – aparté mi mano de golpe, haciendo que un fino hilo de sangre corriera por su cuello hasta su pecho, quizás sorprendiendo un poco a Reagan.

Nunca había sacado ese carácter con nadie, pero ahora era medianamente libre, y aquello me hacía sentir eufórica en mi interior. Me limpié la uña en los pantalones y comencé a caminar hacia la cocina en completo silencio.

Una nueva Caris salía desde lo más profundo de mi.

Podría dejar de ser esa niña asustadiza que no era capaz de levantar la voz ni defenderse, y solo necesitaba la ayuda de alguien que supiera pelear bien.

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