Capítulo 2.

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Ya era de noche cuándo Fergie llegó a su casa. Pasaban de las 10 y la luna brillaba en el cielo en su más grande esplendor. Un escalofrío le recorrió al verla; brillante y hermosa (había que admitir que lo es) haciendo que resaltara su pálida piel y sus ojos grises.

Normalmente se hubiera quedado un rato viéndola y apreciandola, pero el cansancio y las ganas de ver a su hermano eran muchas (aunque éste capaz ya esté durmiendo).

Con paso firme se adentró a su casa, hace dos meses que no la pisaba, y había olvidado ese calor hogareño que ésta tenía.

— ¡Fergie! —unos musculosos brazos la rodearon y la apretaron de una forma muy familiar. Obvio que sabía quien era.

— ¡Will! —sonrió abrazándolo de vuelta. Le había echado de menos; sus bromas tontas y las pequeñas peleas que solían tener.

Definitivamente no se volvería a ir.

— Te extrañe tanto, gnomo —gnomo, aquel apodo que siempre odio (y siempre odiaría), otra cosa que extrañó. A pesar que siempre le dijo y exigió que la dejará de llamar por ese estúpido apodo, él jamás la dejará de llamar así.

Y tampoco quiero que lo haga, pensó.

— Yo también, Einstein —y ése era el apodo que él odiaba, odia y odiaría.

Fergie se burlaba de él por ser un genio total (notase el sarcasmo) ya ambos estaban acostumbrados a que de una manera u otra terminaban diciéndose esos tontos apodos. Que aunque no lo dijeran en alto, les gustaba.

Fergie subió a desempacar las maletas para después poder hablar con su hermano. Se adentró a su habitación y cerró con pestillo, abrió la pequeña nevera que tenía y luego abrió una específica maleta, viendo su contenido.

Luego de treinta minutos pudo vaciar todas las maletas. Se quitó la chaqueta que tenía y se hizo un moño en su larga cabellera rubia; luego bajó a la sala, donde su hermano la esperaba.

Se sentaron en el mueble y empezaron a hablar; poniéndose al día todo lo que hicieron en el verano. No dejaban temas de lado, la confianza entre ellos era tanta que, prácticamente, se contaban hasta las veces que iban al baño y que hacían. A pesar de que solo eran hermanastros, ellos se querían, amaban y apreciaban como hermanos.

A la mañana siguiente ambos se despertaron temprano (algo que nunca hacían) para irse a clases. Aunque realmente se despertaron temprano gracias a un niño llorón.

Ya en el auto de Fergie (que había dejado allí todo el verano) se dirigieron al instituto, el cual no estaba muy lejos. Cuando llegaron todos se quedaron mirando el llamativo auto de Fergie, a pesar de que llevaban desde el año pasado viéndolo, sus ojos no se acostumbraban a él.

El Lamborghini Aventador negro que con ayuda de su hermano había conseguido, relucía en todo el estacionamiento del instituto. Algunos nuevos miraban fijamente al carro, curiosos de quién iba dentro.

Aparco en el puesto de siempre, y se sorprendió al ver a alguien esperándola con el ceño fruncido y los brazos cruzados.

Rayos, pensó Fergie.

— Creo que te veo adentro, hermana —habló Will. Le dio un beso en su mejilla y se bajó del auto. Saludó a la persona con un asentimiento de cabeza.

Fergie con toda la paciencia del mundo se bajó del auto con su bolso y sus lentes de sol puesto.

— ¡Chloe! –saludó con una sonrisa segura acercándose a ella. Sus pasos eran seguros y firmes. No le importaba que ella estuviera molesta. Es su mejor amiga y le hizo falta en todo el verano.

DeanwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora