27. Dolor, impotencia, empatía

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Para Alessa, fue como si todas sus emociones y estados mentales se hubiesen puesto en fila, uno tras otro, para invadir sus pensamientos, primero sorpresa, luego confusión, después miedo y finalmente furia al sintetizar toda la información disponible en su memoria. Así lo sintió Alessandra, quien reaccionó incorporándose de golpe y cargando de energía su puño derecho, sus ojos magenta brillaron intensamente al abrirlos por completo.

—Tú... Tú... TÚ... ¡TÚ NO ME VAS A EXPLICAR NADA! —gritó Alessandra mientras encendía el aura de la nube unida a ella, preparándose, para atacar.

Sin embargo, tan pronto echó el brazo hacia atrás, a punto de dar el primer paso adelante, algo la detuvo. Era Annelien, sosteniéndole con fuerza, utilizando ambas manos. Alessandra se giró rápidamente a mirarla, sus ojos la cegaron por un instante con su intensa luz, y su mirada confundida y cargada de furia la hizo estremecer, pero aun así, siguió aferrada firmemente a su brazo.

—Alessa, por favor, detente —dijo Annelien, con un hilo en la voz, en un tono que evocaba la más sentida de las súplicas.

—¿Ahora lo defiendes? —gruñó Alessandra entre dientes— ¡Suéltame, maldita sea! —dijo al momento en que sacudió el brazo agresivamente, forzándola a soltarla. No cabía dentro de sí misma de la rabia, al punto de sentir el impulso de golpearla, pero logró contenerse.

Ante aquella brusca reacción, Annelien primero miró a Alessa incrédula, todavía con la mano con la que le había sostenido el brazo levantada en el aire, y aunque estuviese intacta por fuera, se sintió profundamente herida por dentro. Luego miró su mano, cerrando su puño mientras cerraba al mismo tiempo los ojos, para a continuación abrirlos con un rostro mucho más serio y autoritario. La tomó del hombro y la forzó a voltear en dirección a ella, tomándola por sorpresa.

—¡Me vas a escuchar, Alessandra! ¡Déjalo en paz! ¡Aún no te he contado mi parte! ¡No es Imperos, es él! ¡Tienes que escucharme! —le dijo Annelien a Alessa con gran ímpetu, sin dejar de mirarla a los ojos.

Jamás se hubiese esperado que alguien tan cálido como Ann le hablara de esa forma. Al verse a sí misma reflejada en ella al verla defender a Richard de esa manera, Alessandra quedó atónita. Ella era quien estaba furiosa, pero la rabia se esfumó de golpe, ella era la más poderosa, pero se sintió completamente desarmada, ella era la que siempre sabía que decir, pero no se le pudo ocurrir preguntar otra cosa.

—Yo... Ann... Tú... ¿Acaso tú y él...? —balbuceó Alessandra, pero no era necesario terminar la pregunta, una actitud como esa era inconfundible, la mirada nerviosa de Annelien le dijo todo.

—No te culpo si quieres acabar conmigo, Alessandra. —Habló Richard, anticipándose a cualquier intento de respuesta de Annelien, y sin que ellas lo hubiesen notado antes, se encontraba ahora mucho más cerca, a escasos metros de ambas—. Me declaro culpable de pensar que, manteniéndolas al margen de todo y ocultándoles la información, las protegería, pero no... No hice más que retrasar lo inevitable...

Alessandra no pudo evitar sentirse indignada al oír esto.

—¿Y desde cuando la ignorancia ha sido un mecanismo de protección? —dijo Alessa, mientras sus ojos brillaban por la furia remanente en ella.

—Pues mira todo lo que nos ha ocurrido por el simple hecho de dejar de ser ignorantes, por el simple hecho de saber —dijo Richard de forma seca y fulminante, hizo un breve silencio y prosiguió—. El punto es que, si vas a matarme, hazlo luego de te explique cómo salir de aquí. No hay mucho tiempo, a ustedes les queda poco, y a mí... Ya yo me quedé sin tiempo...

—¡No, Richard! ¡No digas eso, por favor! ¡Te sacaré de aquí a ti también, no importa cómo! —gritó Annelien, alterada por aquellas palabras—. Mírate, eres tú y solo tú...

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