Prólogo

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Llega un momento en la vida de toda persona donde se pregunta adónde va. Irónicamente, no es en la adolescencia, ni en los primeros años de la etapa adulta cuando esto sucede. La mayor crisis existencial llega a los cincuenta. Tus hijos han crecido y pronto se marcharán; tus padres comienzan a envejecer y sientes que todo sucede a contrarreloj; tú misma empiezas a notar cambios y a sentirte más torpe, incapaz de hacer cosas rutinarias tan fácilmente como solían ser. Te das cuenta de que la mitad de tu vida se ha ido volando y que los mejores años de tu vida ya han pasado, que te queda por vivir una etapa de despedidas, dolor, muerte y soledad; de decir adiós a lo que aún te queda. Luego llega la aceptación, y vas adaptándote, acondicionandote, aceptando todos esos hechos mientras van sucediendo. Y entonces pasas a formar parte de la tercera edad, y te quedas sola. Tu casa está ahora vacía, tus tardes se vuelven monótonas y, al contrario que la juventud, vives en el pasado, de los recuerdos, esperando paciente el final de una vida larga e impredecible.
Los achaques de la edad empiezan a hacer mella en mi cuerpo; estoy tumbada en la cama y siento la espalda agarrotada. Un dolor punzante me ataca en las articulaciones debido a la artritis, como una vieja estructura que tras tanto tiempo a la intemperie empieza a corroerla el óxido. Niall está dormido a mi lado. Él nunca ha tenido problemas para conciliar el sueño, ni siquiera ahora en la vejez cuando el insomnio y el frío atacan permanentemente. Los primeros rayos del sol no se cuelan a través de la ventana, así que probablemente queden un par de horas hasta el alba. Costosamente me giro ciento ochenta grados en mi lado de la cama, colocándome de frente a Niall. Los años han acentuado los profundos surcos en su frente y en el entrecejo, que un día surgieron debido al estrés; siempre se preocupó demasiado. Hace años que su pelo tomó el tono plateado que luce ahora, comparable con la leve luz de la luna que se filtra a través de las cortinas.
A veces me pongo a pensar en la pérdida y en la unión, en el amor y el desconsuelo, en el lamento y en la alegría y en cómo unos no pueden estar sin los otros, de qué manera están relacionados, pudiendo llegar a coexistir al mismo tiempo en una persona. Hay quien podría opinar que a nosotros nos juntó un adiós, pero nosotros preferimos no pensar en eso. Nos encontramos sin buscarnos cuando nos necesitabamos mutuamente. Sé que yo vivo con un abismo en el pecho, recordando pequeñas manías y costumbres familiares, y los años me han permitido imaginar que a él le sucede lo mismo. Para ninguno fue sencillo, pero fue y no pudimos evitarlo. Nos completamos cuando estábamos rotos, destruidos, como todo después de una guerra.

Si no te tengoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora