Capítulo 6

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Las luces de casa estaban apagadas. ¿Acaso mi madre no sabía que estaba fuera? Quizá Mateo no le había comentado que salí disparada de su casa, quizá no quería alarmarla.

Entré con sumo cuidado y cerré la puerta detrás de mí. Caminé hasta su habitación para asegurarme de que estuviera dormida.

Su cama estaba vacía. No tenía idea de que pensaba salir a estas horas de la noche. Es más, me lo habría hecho saber. Aida tampoco estaba ¿dónde se habían metido?

Encendí las luces y percibí una mancha negra sobre las sábanas. Me acerqué, no era una mancha. Era un ónix.

Mi corazón se aceleró al pensar que mi madre podría estar con ellos. Tomé mi móvil y marqué su número. Al tercer llamado, me di por vencida. Pero no desistiría tan rápido. Marqué el número de Mateo, quién no tardo en atender.

-¿Amelia?- oí su voz al otro lado de la linea

-¿Cómo está Brigitte?- pregunté

-Bien, ya despertó. ¿Tú estás bien? ¿Qué diablos sucede contigo? ¿Volviste al bosque?- una pregunta tras otra, me impedía pensar. Y eso era lo que más necesitaba en éste momento "pensar"

-Estoy bien, y si volví al bosque. ¿Dónde está mi madre? ¿Has visto a mi madre?- pregunté intentando no parecer desesperada.

-No ¿qué ocurre?- contestó. Luego oí la voz de Brigitte detrás de él - Amelia, ¿estás bien?- habló Brigitte.

-Todo está bien, necesito colgar...- dije y lo hice. Mi madre no estaba, Aida tampoco. Tomé la piedra que estaba sobre su cama, como si quisiera asegurarme de que fuera real.

"Sí, esto está sucediendo" me convencí. Fui hasta mi habitación e hice a un lado mi cama, el circulo aún seguía allí. Dibujé sobre él y no dude en lanzarme dentro.

Subí por las escaleras, pero la oscuridad me impedía ver hacia donde iba. Pude distinguir árboles frente a mí, ni siquiera sabía hacia donde ir, por dónde comenzar a buscar.

Aún recordaba el camino hacia la jaula de las bestias. Pero no estaba segura de si acercarme allí o no. En estos momentos necesitaba de Siete, necesitaba que alguien me ayudara a encontrar a mi madre, y a mi hermana. Pero ni siquiera tenía la seguridad de que se encontraran aquí.

Llegué a la jaula de los lobos, pero éstos no estaban. Las jaulas estaban abiertas, otras destrozadas. El temor se apoderó de mi con solo pensar que estaban por aquí, fuera... conmigo. Hasta que oí voces que venían más allá de las jaulas. Me oculté tras un árbol e intenté ver de quien se trataba.

Un grupo de hombres vestían sacos marrones que llegaban hasta sus pies, sus rostros cubiertos y en sus manos unas cadenas, las cuales sujetaban a los lobos. Cuatro jóvenes de gran musculatura cargaban una jaula. Traté de no gritar al ver a Bredd dentro de ella junto a Alfred. Una de las bestias olisqueó en dirección a mí. Luego otro, y otro más. Estaba quieta sin mover siquiera un músculo, noté que había dejado de respirar.

"Nos han invadido, debes correr Amelia" oí la voz de Bredd, lo miré y noté que me observaba. No tenía tiempo de pensar en como había logrado oírlo. Tenía a una jauría a unos cuantos metros.  

Reaccioné al ver que uno de los lobos se acercaba a mí. Tenía que hacer algo, como correr. Tres de las enormes bestias seguían mi rastro. Estaba perdida, me atraparían, me destrozarían. Apoyé mi espalda contra un árbol y me deslicé por él hasta caer al suelo. Tenía miedo de moverme, de respirar. Pero el llanto rompió el silencio, sorbí mi nariz.

Vi el hocico del lobo acercarse a mi hombro. Permanecí quieta, no podía correr. No me serviría de nada, de todas formas me atraparían.

-Detente- dijo un hombre a mis espaldas. El aire volvió a ingresar a mis pulmones, no moriría. No hoy. El lobo cruzó frete a mi enseñándome sus dientes.

Amelia: El infierno de las bestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora