Capítulo 3

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Tomé la mano de Aida, como si quisiera protegerla. Pero la que necesitaba un, "todo está bien" no era ella. Era yo.

Frente a mí los árboles se abrían ofreciéndonos dos caminos. Miré a Alfred de soslayo, en busca de alguna indicación para dirigirme al camino correcto. Con un largo y blanquecino dedo índice nos apuntó al camino de la derecha, mientras se adelantaba.

-Háblame de "él"- dije. Quería saber a quien se refería. La curiosidad me consumía, había cierto respeto en la voz de Alfred al nombrarlo, o quizás hasta un poco de temor.

-Mi deber es instruirte para así, poder enviarlo nuevamente de regreso. Su nombre no puede ser pronunciado aquí dentro.- finalizó. No contesté, estaba muy concentrada en asimilar aquella respuesta. ¿Tanto temor influía sobre ellos, que ni siquiera podían nombrarlo? Tal vez yo también debería temerlo, pero lo único que lograba despertar en mí era curiosidad y un enorme deseo de conocerlo, o tal vez un enorme deseo por descubrir que había de malo en él. -¿De regreso?- pregunté después de unos veinte interminables segundos- ¿Cómo se supone que lo enviaré de regreso, si no se de quién me hablas?- de todas formas seguía intentando sacarle información sobre él.

-Vendrá por ti. Pero no puedes volver a cometer el mismo error que hace años atrás.

¿Hace años atrás? ¿Acaso ya lo conocía? La imagen del joven del lago cruzó por mi mente una vez más. ¿Cuántas veces lo había recordado en este día? ¿Una? ¿Diez? No estaba segura. De lo único que podía estar segura, era que no podía quitármelo de la cabeza.

Hice a un lado su rostro y me concentré en lo que tenía delante. Unas enormes jaulas de acero cubiertas de follaje, encerraban a dos lobos por cada jaula. Su tamaño era tres veces mayor que lo normal, y sus pelajes de color blanco. Caminaban inquietos dentro del poco espacio que le ofrecían aquellas prisiones.

Había soltado la mano de Aida hace varios minutos atrás. Pero al ver a las enormes bestias que tenía frente a mí, el temor hizo con que quisiera alzarla y tenerla en mis brazos. No la encontré, no estaba a mi lado. Mi corazón hizo una pausa al verla con la manita sobre el hocico de uno de los lobos. -¡Aida!- grité.

El lobo giró la cabeza hacia mí, y comenzó a inquietarse tras el grito. Se elevó sosteniéndose sobre sus patas traseras y descargó toda su fuerza sobre la jaula. Aida, producto del golpazo cayó de espaldas. Corrí hacia ella, pero antes de que pudiera alcanzarla un joven la alzó del suelo.

-Los asustas- me dijo con Aida en brazos, sin intenciones de devolvérmela. Era un muchacho de unos veinte años, con el cabello rubio que caía en ondas a los lados de su rostro, sus ojos verdes como todo el paisaje que nos rodeaba, me observaban de forma amistosa.

-Gracias- dije. Pero mi respuesta pareció no convencerlo.-Por entregarme a mi hermana- hablé una vez más, extendiendo mis brazos hacia Aida.

-Aún no te la he entregado- las comisuras de sus labios se elevaron formando una sonrisa.- Parece sentirse a gusto conmigo, espero que tu también.- Me lanzó una última mirada antes de voltear. - Nos veremos muy a menudo- yo lo seguí y miré a Alfred sobre mi hombro, éste me sonreía.

-¿Quién eres?- pregunté

-Mi nombre es Bredd. Te preguntaría cual es el tuyo, pero ya lo sé- hablaba con naturalidad, las palabras se deslizaban sobre sus labios con tanta rapidez, que hasta se me hacía un poco difícil seguir su ritmo.- Por lo que podrás notar Alfred ya no nos sigue el paso - apuntó con el pulgar a sus espaldas, sin siquiera mirar atrás. Yo si lo hice. Decía la verdad, ni siquiera me había dado cuenta el momento en que Alfred se alejó de nosotros. - me temo que seré yo quien tenga que instruirte, si... exacto digo "me temo" por que no pareces ser una chica muy sociable.- ésta vez me lanzó una mirada sobre su hombro, como si quisiera recibir alguna respuesta de mi parte. Porque hasta este momento, el único que hablaba, y hablaba era él.

-¿Hablas, cierto?

-No... ¡¿Qué?! Si, claro que hablo- restregué mis manos contra mis ojos, en busca de concentración.

-Eso es un alivio para mí, porque tendría que aprender lenguaje de señas.- yo lo miré un poco desorbitada, ¿nunca se callaba? - Lobos de Amarok - señaló a las bestias - cazan y devoran a cualquier idiota que se cruce por su camino. Cazan solos, pero estos han sido entrenados para trabajar en manada, ya que uno solo no bastaría para luchar contra él. - y volvían a hablar de aquel sujeto, pero no quería preguntar nuevamente quien era. La última respuesta que obtuve acerca de él no había sido satisfactoria. Preferí seguir oyéndolo. -El odio lo fortaleció, su fuerza equivale a la fuerza de cien de estos- volvió a señalar a los lobos.

-¿Quién conserva tanto odio dentro?- estaba desconcertada, todo aquello era nuevo para mí. ¿Lobos gigantes? ¿Qué clase de experimento practicaron sobre ellos para dejarlos así? ¿Un hombre con la fuerza mayor que todas aquellas bestias?

-Él- contestó- después de haber sido expulsado de la primera jerarquía, su instinto lo llevó a encontrarse con la causa de su expulsión. Tú.

¿Qué estaba diciendo? ¿Yo? Los nervios que sentía me revolvían el estómago. ¿Yo había sido el motivo por el cual habían expulsado a un sujeto, que ni siquiera conocía, de un trabajo que tampoco conocía? -¿Yo?- pregunté.

Bredd asintió con una mirada comprensiva, como si realmente supiera lo desorbitada que me sentía.- Su búsqueda duró por muchos años, pero no logramos mantenerte oculta por mucho tiempo. Lo amabas, él te amaba. Pero no permitiríamos que llevaras una vida de miseria junto a él. Éstos mismos lobos lo destruyeron. Y lo volverán a hacer una vez más.- finalizó con un largo suspiro. Yo quedé boquiabierta, pasmada, mis piernas caminaban por pura inercia.

-A penas tengo dieciocho- dije, refiriéndome a la extensa búsqueda de muchos años de aquel hombre.

-Aquí, en esta vida.- me entregó a mi hermana -toma ésto, la necesitarás- dijo mientras me extendía una piedra similar a la que tenía Alfred. La tomé y recordé sus palabras, "debes saber como y donde utilizarlas" - No sé utilizarla- hablé como si realmente pensaba utilizar una piedra para abrir alguna puerta, o algo similar.

-No es nada de otro mundo, simplemente necesitas saber el lugar exacto. Ahora debes volver, una hora aquí son diez minutos exactamente allí arriba. Tu madre está aparcando el coche- yo lo miré asombrada, ¿como sabía que mi madre no estaba en casa? es más, ¿como sabía que había ido en coche?

-Adiós- le dije. Di media vuelta y corrí en dirección a las escaleras con Aida en brazos. Mi madre moriría si no me encontrara en casa. Además si llegaba tarde ¿que le diría? "Mamá, hay un bosque debajo de mi cama. Al parecer tengo más de dieciocho años y más de una vida. Las piedras allí se utilizan para abrir puertas." No, definitivamente no podía decirle eso. En vez de pagarme la universidad el año siguiente, me pagaría unas cuantas consultas con un psiquiatra.

Bajé las escaleras y miré hacia arriba. Aquello debería tener algún límite, había caído de allí arriba, pero... ¿cómo haría para subir hasta allí? Ni siquiera veía el final de aquellas paredes de piedra, todo estaba oscuro. Entonces noté las mismas figuras que había visto debajo de mi cama, ahora debajo de mis pies. Tracé el circulo sobre ellas y éste se abrió haciéndonos caer a mi hermana y a mí.

Nuevamente en mi habitación, moví la cama a su debido lugar, ocultando las figuras y nos tumbamos en ella nuevamente. Oí la puerta crujir, era mi madre. Estaba de vuelta. Y yo también.


Amelia: El infierno de las bestiasWhere stories live. Discover now