Saco una manta de la mochila y la extiendo en el suelo. Me siento sobre ella y doy palmaditas a mi lado para que se siente conmigo. Lo hace.

—¿Dónde está ese hotel? —me pregunta mientras termina de acomodarse.

—Estás en él —le digo. Apago la linterna y le señalo el cielo—. Bienvenido a mi lujoso hotel de miles de estrellas.

Mira donde le señalo. Su boca cae abierta. Me mira y vuelve a mirar el cielo.

—¡Halaaa...! —dice con los ojos muy abiertos—. ¡Se ven millones de estrellas!

—En Madrid es imposible disfrutar de esto, debido a la contaminación —le digo.

—¿Eso de ahí es la Vía Láctea? —me pregunta.

—Exacto —le digo mientras observo su cara de niño entusiasmado.

—Solo la había visto en libros y documentales —en su mirada hay sinceridad.

—Pues sigue mirando que ahora viene lo mejor...

—¿Hay algo mejor? —dice tiernamente.

—Sí, lo hay —le sonrío—. Te traje aquí por esa razón. Hoy es noche de lluvia de estrellas...

—¿En serio? ¡Siempre he querido poder ver una! —levanta la cabeza mirando al cielo y veo cómo su mano toca su cuello. Un pequeño gesto de dolor por su parte me indica que algo no va bien.

—¿Te duele? —le pregunto.

—Tengo todavía una pequeña contractura que me está molestando bastante.

—Déjame ver —le digo.

Me siento un poco culpable, seguro que con la carrera de hoy he hecho que empeore su lesión. Me pongo de rodillas detrás de él. Con mis dedos intento buscar la contractura. Su cuello es ancho, caliente, y tiene los músculos bien definidos.

Baja sus hombros para darme mejor acceso, y recorro con mis manos toda la zona dolorida. Su respiración es profunda y relajada, la mía está algo más alterada. Intento hacer caso omiso a las corrientes eléctricas que siento en mi cuerpo al tocarle...

Por fin encuentro la pequeña bola de dolor y la masajeo suavemente. Creo que me está gustando más a mí hacer esto que a él. Me siento tan bien tocándole... Cuando creo que he podido aliviarle vuelvo a sentarme a su lado.

—¿Estás mejor? —le pregunto con interés.

—No podría ser de otra manera —me dice cariñosamente.

—Siento lo de hoy —le digo apenada—. No debería haber dejado que subieras al coche —la culpabilidad no me deja tranquila.

—La decisión fue mía —dice mirándome a los ojos—. Y no dudaría en repetir —sonríe—. Finalmente, conseguiste que, dentro de mi terror a la velocidad, disfrutara.

—¿Le tienes miedo a la velocidad? —le pregunto.

—Digamos que tuve malas experiencias de pequeño... —mira al frente.

Noto que le incomoda el tema. Ato cabos y llego a la conclusión de que algo muy malo debe haberle pasado. Nunca habla de su niñez ni de su familia. Y las palabras de Erika... Sacudo mi cabeza tratando de sacarla de mis pensamientos. Desde que César me aclaró lo que pasó no quiero volver a saber nada de ella.

Una corriente de aire demasiado fresca llega hasta nosotros. Por instinto pongo mis manos sobre mis brazos, tratando de taparme un poco.

—Debí haber cogido una sudadera —al ser los últimos días del verano ya refresca, en la montaña.

—¿Tienes frío? —me dice.

—No todo el rato —contesto—. Ha sido la corriente fría, cuando se vaya todo estará bien de nuevo.

Sin pensarlo, se levanta de la manta y se sienta detrás de mí, pasando una pierna a cada lado de mi cuerpo.

—Ahora me toca a mí cuidarte —me dice, y pega su pecho contra mi espalda mientras me rodea con sus brazos—. ¿Mejor? —pone su barbilla sobre mi hombro.

—Sí... Infinitamente mejor —le digo. Mi yo interior está saltando de alegría. No sabía cuánto necesitaba tenerlo cerca hasta ese mismo instante.

Justo en ese momento los dos vemos cómo una luz cruza el cielo.

—¡Pide un deseo! —le grito señalándola.

—¡Otra! —grita él apuntándola con su dedo.

Me giro para ver su cara, y su mirada se clava en la mía. Trago saliva, tengo un gran nudo de sentimientos acumulados en la garganta. Estamos tan cerca... Todo su cuerpo está en contacto con el mío. Muero por besarle. Su mirada baja hasta mis labios, como si él hubiera pensado lo mismo que yo.

—¿Has pedido el deseo? —le pregunto con un tono mucho más suave, apenas puedo hablar.

—Natalia... —susurra mirando mi boca—. Lo único que deseo en esta vida lo tengo ahora mismo delante de mí.

—No lo entiendo —el corazón me golpea fuertemente en el pecho. Su mirada vuelve a mis ojos.

Pone su mano en mi cuello y sus dedos se enredan con mi pelo. Sus labios húmedos se entreabren y acaban posándose sobre los míos. Me pierdo en nuestro beso. Mentolado y fresco. Quiero saborear cada rincón de su boca, cada centímetro de su lengua, y se lo hago saber. Lentamente acabamos tumbados sobre la manta. Él sobre mí.

Su mano está debajo de mi ropa, acariciando mi cintura. Su lengua lamiendo mis labios, y yo correspondiéndole y disfrutando de cada segundo que pasamos así. Mi piel se ha vuelto mucho más sensible, cada caricia suya me hace estremecer y querer más. Estamos atravesando el punto de no retorno, pero no me importa.

Su mano sigue escalando y acaricia mis costillas. Uno de sus dedos se cuela debajo de mi sostén. Gime en mi boca. Su respiración es fuerte y agitada. Levanta su cabeza para tomar aire y mirarme por unos segundos.

—Sabes igual que ayer —me dice con travesura. Y cuando intenta besarme de nuevo giro la cabeza para que no lo haga.

—¡Te has estado acordando todo el tiempo! —le reprimo e intento levantarme. Lo evita aplastándome más con su cuerpo.

—Es lo único que ni siquiera diez botellas de whisky conseguirían que olvidara —vuelve a besarme.

Dr. Engel (EL 16/01/2020 A LA VENTA - EDITORIAL ESENCIA DE GRUPO PLANETA)Where stories live. Discover now