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Al día siguiente, desperté con los rayos del sol entrando a raudales por los irregulares huecos en la cortina. Me levanté y como si de un camión atropellándome se tratase, una brisa fría dio contra mí causándome escalofríos. «¿Hace calor o frío?», pensé abrazándome a mí misma.

No me di cuenta hasta que avancé a la puerta de la habitación, que la cabeza me palpitaba de tanto que me dolía por los mareos. Al caminar por el apartamento en dirección a la cocina, sentía el cuerpo arder de pies a cabeza.

Hoy es lunes, y no he podido ir a la escuela. Teniendo que quedarme en casa, acostada bajo muchas mantas para mantenerme refugiada del frío.

Pero antes, decidí ir al apartamento de los chicos. No tenía comida y a pesar de que me sentía mal por hacerlo, me negaba rotundamente a quedarme el día completo con el estómago vacío.

—Hey —saludé haciendo un gesto con la mano—. No le daré muchas vueltas: estoy hambrienta y mi nevera está más pobre que mi cuenta bancaria.

Matthew ríe.

—Adelante —contesta él—. Uh, ¿estás bien? —me detiene y analiza mi rostro. Niego—. Definitivamente no estás bien, Maddie, estás enferma.

Me encojo de hombros.

—Sí —Coloco los ojos en blanco e instantáneamente me retracto de haberlo hecho, pues me ha dolido la cabeza al hacerlo—. No iré a la escuela, pero este resfrío que pesqué no me impide comer. Permiso.

Me adentro un poco más al apartamento y me encamino al comedor. Los chicos están sentados al rededor de la mesa y se encuentran desayunando.

—Vaya, se levantan muy temprano —comento acercándome y pasándole el brazo por tras del cuello a Matthew.

—Verás —comienza Aaron—, aquí es como una batalla campal levantarse por la mañana. Cualquiera que nos viese, pensaría que somos unos incivilizados e inadaptados marginados salvajes. Y si te descuidas, pierdes tu turno en el baño y créeme —Amplió los ojos—, créeme que no es muy lindo.

—Dios santo, qué terrible sería vivir entre ustedes —bromeé tomando una silla y sentándome en ella.

—¿Y qué haces aquí? ¿Irás a la escuela con nosotros? —pregunta Nash.

Niego.

—He pescado un resfriado, y no creo que a los estudiantes les gustaría tener a alguien en mi situación cerca de ellos. Mucho menos si los finales se aproximan —explico mientras cojo una tostada y me la llevo a la boca, dándole una mordida—. Estoy aquí por la comida.

«Viva la comida», pienso.

—Tú no cambias ni cuando estás enferma, me impresionas, Madison. —ríe entre dientes Johnson.

—Nunca cambiaré, y más te vale que así te guste porque o sino tendremos problemas tú y yo —Le guiño un ojo y me echo a reír.

Retrocedo y coloco mi antebrazo sobre mi boca cuando comienzo a toser con descontrol.

—Estoy bien, estoy bien —digo recuperándome.

—Claro que no estás bien, Madison —gruñe Gilinsky—. Deberías estar en cama, estar aquí podría hacer que te enfermes de verdad. No quiero que eso te pase.

—Oh, vamos. Ya me he resfriado antes, nada que una buena sopa y una siesta no arreglen —digo sonriéndole.

Siento cómo mi rostro cambia ligeramente de expresión cuando una tos trepa por mi garganta. Toso nuevamente pero esta vez, me queda la sensación allí.

Magcon Girl {madison beer}; en EdiciónWhere stories live. Discover now