Siento los dedos de César detrás de mi oreja, toma mi móvil y me lo arrebata. Me quedo boquiabierta viendo lo que hace.

—Buenas noches, señora. Soy César, el amigo de Natalia. ¿Cómo está? —mi boca cae hasta el piso de la habitación—. No he podido evitar oír su invitación. Su hija tiene el volumen del teléfono muy alto —ríe escuchando algo que le está diciendo mi madre—. De acuerdo, mañana sin falta estaré en su casa, yo también quiero conocerles —se despide de ella y cuelga.

Estira su mano, devolviéndome el teléfono, y su cara de satisfacción lo dice todo.

—Te habrás quedado a gusto. ¿No? —le digo con tonito.

—Mucho —su ceja está levantada pícaramente, y luce una amplia sonrisa.

—No tienes remedio... —le digo negando con la cabeza y con los brazos apoyados en mis caderas—. ¿A qué hora quiere el señor que venga a por él? —suelto con sarcasmo.

—A las nueve estaría bien, así me haces una ruta turística por la zona. ¿Te parece bien?

—Qué remedio... —resoplo fingiendo—. A las nueve estaré aquí.

Me acompaña hasta el coche. Nos despedimos con un beso en la mejilla y se queda conmigo hasta que estoy dentro y he cerrado la puerta. Se hace a un lado para que salga del aparcamiento, y cuando me alejo lo suficiente compruebo por el retrovisor que entra en el edificio.

Al llegar a casa mi madre me está esperando en la puerta. Sé que está ansiosa por saber. Pero le cuento lo mínimo. Que es un buen amigo, y que me ha ayudado y apoyado en mi ruptura con Mario. Parece que se queda satisfecha, porque minutos después se despide y se va a la cama. Los demás ya llevan rato durmiendo. Estos días están siendo agotadores para ellos. Llevan semanas preparando la competición benéfica que realizan todos los años en nombre del taller.

A la mañana siguiente me despierto una hora antes y me arreglo para ir a recoger a César. Mientras voy de camino, mentalmente trazo la ruta turística. Quiero que conozca lo más significativo del lugar. Los pequeños monumentos. La ermita y las ruinas árabes. Creo que le gustarán.

Cuando casi estoy llegando puedo verle sentado en los escalones de la entrada del hotel. Se ha puesto ropa cómoda. Un pantalón de chándal negro con una tira lateral amarilla, una camiseta del mismo color que la tira y unas zapatillas de deporte. Está escandalosamente atractivo así. Parece más joven.

—Buenos días, preciosa —dice con su agradable sonrisa. Me pasaría la vida mirándole cuando sonríe así. Entra por la puerta del copiloto y, acercándose, me besa en la mejilla.

—Buenos días —le digo aún con la sensación de su dulce beso en mi cara—. ¿Qué tal has dormido?

—Bastante bien, la verdad. La cama es muy cómoda y la gente que trabaja aquí, muy agradable —se acaricia la barriga—. La cocinera me ha obligado a probar varias tartas que ha hecho —río a carcajadas. Conozco a Rosita y sé la obsesión que tiene por que sus inquilinos queden saciados.

—No te preocupes, con la caminata que pienso darte rebajarás el empacho.

La mañana pasa volando. Visitamos más lugares de los que tenía previsto. César se muestra entusiasmado con todo lo que ve, y hace varias fotos de cada sitio al que vamos. Insiste continuamente en que el lugar es precioso y que jamás había visto algo así. La verdad es que estamos situados en la misma falda de la montaña y el paisaje es espectacular.

Llega la hora de ir a comer, y no puedo negar que estoy nerviosa. Mientras nos dirigimos a casa trato de disculparme continuamente por lo que sé que va a pasar. Él le resta importancia, pero sé que mis padres le harán miles de preguntas y mis hermanos le mirarán con cara de asesinos, como aviso por si se le ocurre hacer algo a su hermanita. Llamo al timbre con las manos sudorosas y un pequeño nudo en el estómago. Él, en cambio, está tan tranquilo, parece que haya estado viniendo aquí cada día.

Dr. Engel (EL 16/01/2020 A LA VENTA - EDITORIAL ESENCIA DE GRUPO PLANETA)Where stories live. Discover now