Capitulo 18

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Solo tardo cincuenta minutos en llegar al hotel. Tengo que admitir que pisé el acelerador un poco más de lo permitido. Siempre me ha gustado la velocidad, y este coche responde muy bien. Aprieto el botón de la llave mientras subo las escaleras y oigo el pitido que tanto me gusta detrás de mí.

Me saluda la chica de recepción con una amplia sonrisa, compruebo la zona y no veo a Manuel. Subo en el ascensor y pulso el botón que me lleva a la casa de César. Vuelvo a sentir el sudor en la palma de mis manos, pero intento ignorarlo. Cinco segundos más tarde estoy en la cuarta planta. Las puertas se abren y salgo nerviosa.

Algo llama mi atención. Hay varias macetas rotas en el suelo y la tierra está derramada por todas partes. Dos cristales rotos y gotas de sangre en el pasillo. Todos mis nervios se activan al descubrir el collarín que llevaba César hace solo unas horas tirado en una esquina. Corro todo el tramo de pasillo que queda pensando en lo peor y totalmente aterrada.

Por fin llego hasta la puerta de la casa y veo que está entreabierta. De un fuerte empujón termino de abrirla y rebota contra la pared, provocando un gran estruendo. Hay más sangre en el suelo, entro en el salón y parece que ha habido un terremoto. Las sillas están tiradas en el suelo, los cojines del sofá, esparcidos por todas partes, y junto a ellos, trozos de jarrón. Creo que voy a desmayarme por la angustia cuando le veo.

—¡César! ¡César! —corro hasta él, está sentado de espaldas a mí, en el suelo de la cocina—. ¿Estás bien? —no se mueve.

Tengo el alma sujeta por un hilo. Está vivo pero inmóvil, no se gira cuando le llamo. Me acerco más y veo que tiene la cabeza hacia abajo, está mirando algo que tiene entre sus manos, pero no sé qué es. Por fin consigo descubrir la boca de una botella. Levanta su cabeza y puedo ver sus ojos. Están muy enrojecidos.

—No deberías estar aquí. Vete —me dice con desprecio.

—César, yo...

—¡Vete! —vuelve a decir, esta vez casi gritando.

—Solo quiero hablar, siento que te debo una disculpa.

—¡No me debes nada! —trata de ponerse en pie, y con dificultad lo consigue. Arrastra la botella con él, puedo ver que es de whisky. Le pega un largo trago.

Camina hasta mí y yo retrocedo, está bastante bebido.

—Tenemos que aclarar algunas cosas —insisto.

—No tenemos nada que hablar, ni hay nada que aclarar —dice mientras sigue acercándose a mí. Está enfadado y lo entiendo.

Ese horrible olor a alcohol que desprende me trae malos recuerdos. Bajo la vista y veo que tiene la ropa manchada de sangre. Busco la causa, y la encuentro en un vendaje provisional de tela que tiene en su mano. Me armo de valor y dejo de caminar para huir.

—Dame tu mano —le digo tragando saliva. Extiendo la mía hacia él para animarle a hacerlo.

Se para en seco y me observa torciendo ligeramente la cabeza. Frunce el ceño en un gesto de no comprender mis intenciones. Da otro largo trago a su botella.

—Vamos, dame la mano, quiero ver qué te has hecho —trato de esconder mi voz temblorosa, no quiero que note que le tengo miedo a su estado de embriaguez. Recuerdos de malas experiencias intentan venir a mi mente de nuevo.

—No es nada —dice para evitar hacerlo.

—No te he preguntado, solo te he pedido que me des tu mano, seré yo quien valore eso —sin más, obedece como un niño bueno. Todo mi miedo se desvanece al sentir su tacto.

Dr. Engel (EL 16/01/2020 A LA VENTA - EDITORIAL ESENCIA DE GRUPO PLANETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora