Capítulo 1

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Estaba por cumplir mi décimo octavo aniversario, me encontraba frente a un pastel enorme de color verde y una multitud de familiares a mi alrededor entonando la horrible y pegadiza cancioncilla del "cumpleaños feliz"

-...Pide un deseo...- oí la voz de mi abuelo. A su lado estaba mi madre, esperaba verla con una radiante sonrisa como en mis aniversarios pasados, pero no... Podía sentir la tristeza que traía encima, comencé a preocuparme. No sabía que le ocurría...

"Que sea lo que esté destinado a ser" dije mentalmente recordando la historia que me había contado mi abuelo años atrás, antes de soplar las velas. Para mi sorpresa las dieciocho se apagaron junto a la luz de toda la casa. Todos comenzamos a murmurar entre nosotros. "Tan solo ha sido un apagón" decían algunos a mi izquierda, mientras yo permanecía quieta frente al pastel, que por cierto ahora ya no veía. Le temía a la oscuridad, creía que al llegar a los dieciocho pasaría pero el temor seguía allí, retorciéndome el estómago.

Los faroles de la casa volvieron a encenderse después de unos minutos, todos comenzaban a encimarse formando un circulo, estaba asustada y no lograba comprender que estaba sucediendo. Abrí paso entre mis familiares y llegué al fondo del circulo... Mi corazón paró repentinamente, intenté inhalar pero el aire se negaba a llegar a mis pulmones. 

Mi madre de rodillas lloraba con desesperación junto a mi abuelo que se encontraba tendido en el suelo. Antes de que pudiera asimilar lo que estaba frente a mí, alguien me tomó del brazo y me llevó fuera de la casa. Mi tía Catrina con los ojos llenos de lágrimas me abrazó sin siquiera darme explicaciones. 


Nueve semanas después

El corazón de mi abuelo se había detenido, se había apagado en el momento que lo hicieron aquellas velas. Repasaba cada día aquellos minutos en mi cabeza, queriendo comprender el porqué de aquella terrible noche. Pero nada lograba explicarlo, ni el doctor, ni mi madre, nadie podía explicarme por qué me lo habían arrebatado de aquella manera.

La sonrisa de mi madre había vuelto, se había acostumbrado a la idea de que ahora solamente seríamos tres, con mi pequeña hermana Aida y yo.

-Amelia iré al pueblo ¿necesitas que traiga algo para ti?- preguntó mi madre mientras abría la puerta de mi habitación. Negué con la cabeza- No, estoy bien- le dije esbozando una sonrisa.

Aida entró corriendo y se tumbó sobre mi cama, llevaba puesto el vestido rosa que le había obsequiado nuestro abuelo años atrás.-Bien, Aida necesita un baño y no olvides revisar el buzón- dijo mi madre para luego marcharse.

-Amelia...- habló mi hermana casi susurrando- Tengo que decirte un cuento...- yo reí al oírla. Era muy inteligente para ser una niña de cuatro años.

-¿Contarme un cuento querrás decir?- pregunté mientras dejaba a un lado mis libros. Aida asintió sin decir nada. -Bien ¿que me dices si me lo cuentas mientras tomas tu baño...?- dije mientras me dirigía al baño para preparar la bañera con agua caliente.

-¡Aida!- la llamé desde el baño, pero no la oía venir. Fui a la habitación y luego a la cocina. Comencé a preocuparme, no estaba por toda la casa. -¡Aida! no juegues conmigo ¡le diré a mamá!

Oí su risita nuevamente en la habitación, corrí hasta ella y la vi al lado de mi cama. -¿Qué haces?- pregunté extrañada, habían pasado tan solo unos segundos desde que había revisado la habitación y no se encontraba allí.

-No te enfades, necesita hablar conmigo- contestó sin alejarse de la cama.

-¿Quién necesita hablar contigo?

-Alfred, ven tienes que conocerlo- me tomó de la mano y me llevó hasta mi cama. Comenzaba a asustarme ¿quien era Alfred? No sabía a que se refería y por lo que lograba entender alguien llamado Alfred se encontraba debajo de mi cama y eso no me tranquilizaba para nada.

Amelia: El infierno de las bestiasWhere stories live. Discover now