El fin de una era

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Desde la ventanilla del coche, todo parece de color rosa, familias sonrientes, niños jugando, gente hablando... Sin embargo, sé que desde esta ventanilla no se ven las cosas malas, los llantos de medianoche, las discusiones, los gritos... En mi caso también es así. Mis padres sonríen en público, y parece que se odian cuando estamos en casa. Mi hermana y yo siempre hacemos oídos sordos. 'Todo está bien, no pasa nada'... tengo tatuadas en el cerebro esas palabras de tanto repetirlas. Mis padres, como siempre están discutiendo, mi padre es el conductor, mi madre copiloto, mi hermana detrás del conductor, y sentada a su lado con un asiento entre nosotras yo. Ella tiene 15 años, yo 13. Nos llevamos bastante bien, pero ahora mismo estamos enfadadas. No me quiere dar un libro. Nuestras discusiones siempre suelen ser sobre libros, ese es nuestro mundo. Mis padres cada vez gritan más, así que opto por imitar a mi hermana y empeza a escuchar música del móvil. Saco los cascos de mi mochila, los enchufo y me sumerjo en un mundo de relax cuando me pongo los auriculares. Pongo el volumen a tope, y cierro los ojos. Sigo oyendo los gritos de mis padres, deben de tener un buen motivo para discutir esta vez. Me concentro en la música. Miro por la ventana. Del cielo caen enormes copos de nieve que cubren de blanco la carretera. Es muy raro que nieve aquí, pero en la televisión ya anunciaban mal tiempo en el país. Mis padres cada vez gritan más.

-¡No tienes razón! -grita mi madre.

Mi hermana y yo ya no intentamos que no discutan, porque al final siempre terminan gritando más. Al principio los juzgábamos, decíamos quién tenía razon. Después muchas veces llorábamos cuando gritaban fuerte. Pero ahora, ya estamos acostumbradas, y muchas veces los ignoramos. Estamos llegando a la rotonda para entrar en la recta para entrar al pueblo, y mis padres no han más que aumentado su bolumen. Muchas veces tengo miedo de que se separen, pero otras veces pienso que se lo tienen merecidos, porque no saben apreciar a la ota persona. Cada vez estamos más cerca de a rotonda, y no parece que mi padre esté frenando. El coche dá un pequeño esbalón, acabamos de pasar por encia de un trozo de hielo o algo parecido. El resbalón hace que me agarre con fuerza al manillar del coche. Cierro fuerte lo ojos y me vuelvo a concentrar en la música. 'Todo está bien, no pasa nada' dichosas palabras. El coche se agita, y puedo notar cómo las ruedas del coche se despegan de la carretera para a continuación dar tres vueltas y media de campana dejándo el coche boca abajo. Sigo con los ojos muy cierrados. No se si estoy muerta. Supongo que no, porque si no no podría pensar ¿o si? Me duele el brazo derecho y las dos piernas. Noto un terrible dolor en las rodillas, y algo pesado sobre ellas. Cuando por fin me atrevo a abrir os ojos, lo veo todo borroso, la cabeza me pesa, y cierro los ojos instintivamente. Me pitan los oidos, y me duele la boca, que hasta ahora, llevaba fuertemente cerrada. Vuelvo a abrir los ojos, esta vez despacio, ojalá no lo hubiera hecho. El asiento de mi madre se ha partido por la mitad, y cae sobre mis piernas. Tengo el brazo derecho lleno de minúsculos cristales de la ventana, que ha debido de romperse, como todas las demás. Miro hacia delante, pero como el asiento de delante aún me tapa la vista, desvío la mirada hacia mi padre. Se está moviendo. Vá hacia mi madre. Me gustaría decirle que todo esto es por su culpa. Que no ha estado atento, y que hemos volcado por su culpa, pero las palabras no me salen de la boca. Intento estirar el cuello, pero me duele, así que balanceo mi cuerpo hacia la derecha para ver a mi madre. Está muerta. Creo que el cristal que tiene clavado en el cuello es la causa de su muerte, pero no puedo ver su cuerpo entero. Una única lágrima cae por mi mejilla. Creo que mi padre está gritando, pero no oigo nada. Mi padre se estira un poco más, y de algún modo, un cristal termina clavado en su brazo. Empieza a respirar entrecortadamente, y de repente deja de moverse. Aparto la cabeza de un movimiento bruscl, provocándome dolor en el cuello. Miro a mi hermana, tiene un cristal clavado en la tripa, está sangrando. No, ella no puede morir. Una fuerza hasta ahora inexistente crece en mi interior dándome fuerza para estirar el brazo hasta ella, y poder agarrarle la mano. Tiro de ella con toda la fuerza que puedo, y ella grita. Milagrosamente, el cristal de su tripa ha caído. Me arrepiento de haberlo hecho al instante. Está sangrando cada vez más. Mierda. Para qué haré nada. Intento acercarme a ella para intentar solucionarlo, pero el peso en las piernas no me deja moverme. Pataleo desesperada haciéndome más daño del que esperaba. Se oyen gritos en el exterior. No sé lo que dicen. Las sirenas de la ambulancia suenan a lo lejos. Mi hermana entre cierra los ojos. No, por favor, no me hagas esto. Por favor, no te vayas, no me dejes sola... Su pecho deja de agitarse. Rompo a llorar. A muerto. Mi hermana. Ha muerto. Gritaría si hubiese asimilado lo ocurrido. No creo que lo vaya a asimilar núnca. Un cansancio espontáneo lucha por llevarme con él, pero no puedo hacerle eso a mi hermana. No puedo creerlo. Mi hermana ha muerto. Aún peor: He matado mi hermana. Con ese pensamiento en mente, le agarro la mano a mi querida hermana, cierro los ojos, y dejo que el cansancio me lleve con él mientras lloro.


Sufrimiento contínuoWhere stories live. Discover now