Capítulo 1

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19 de Septiembre del 2003

Danielle Morgan.

Estoy en la cocina preparando la cena del día de hoy, el cerdo de mi esposo no ha llegado, no para de drogarse y de embriagarse con los mal nacidos de sus amigos, tengo siete meses de embarazo; un hermoso niño, lo único que en los años que tengo de vida ha logrado hacerme feliz.

Desde que me casé con Ashton soy la mujer más infeliz de la tierra, mi padre me ofreció a él por dinero, su empresa iba al vacío y por amor a mi madre, al cual necesitaba de fondos económicos para llevar sus medicamentos al día, estuve de acuerdo. Nunca me ha faltado nada, Ashton es un hombre muy rico, pero suele maltratarme de una manera tan cruel, me he mantenido alejada de todo lo que tiene que ver con sus asuntos. No puedo trabajar, o mejor dicho, no me lo permite. Siempre estoy encerrada en esta maldita mansión, atrapada en cuatro paredes sin vida social. Alejó mis amigos, sus celos me han robado el aliento y mis deseos de vivir. Si no fuera por mi bebé de seguro me hubiera suicidado.

La familia Lopez es una manada de arpías, en excepción de Alexandra, la hermana menor de Ashton, la única que ha vivido mi sufrimiento y ha visto la tristeza detrás de cada una de mis sonrisas.

—¡Danielle! —escucho nudillos tocar la puerta.

Limpio mis manos y me dirijo a la entrada. Quito las cerradura y veo el rostro pasmado de Sandra, mi mejor amiga. Abro la puerta completamente y ella entra. Me mira fijamente y siento toda la carga que he llevado durante unos cuatro años.

Me abraza y empiezo a llorar sin control sobre su hombro, a veces pienso que mi vida nunca tendrá sentido o simplemente no nací para ser feliz.

—Oh, Danielle, no soporto verte llorar —dijo limpiando mis lágrimas con sus dedos—, mataré a ese bastardo por convertirte en esto.

—Soy su esclava, me repugna, llega borracho y drogado. A veces trae mujeres para tener sexo en mi propia cara, lo odio. Y lo peor es que no tengo el valor de hacerle nada, me da miedo, es un monstruo —digo sollozando.

—Todo esto algún día pasará, y tú podrás ser libre, y vivirás en paz con tu bebé —dijo tocando mi enorme barriga.

Ella tenía razón, lo único que me mantiene el con los pies sobre la tierra es mi bebé, ha sido lo más hermoso que ha llegado a mi vida y lo que siempre me proporcionará esa chispa de esperanza.

Sandra me acompañó a terminar en la cocina, nos tomamos unas tazas de café y por un buen momento me relajé un poco. Ella ha sido la única de todos mis antiguos amigos que no me abandonó al saber el ogro de marido que me iba a tocar, siempre suele invitarme a las cenas ejecutivas de negocios, pero no por voluntad propia, sino por no darle qué hablar a la prensa.

El tiempo pasa volando y Sandra por más que quisiera quedarse, tiene responsabilidades familiares.

Subí a mi habitación para darme un baño, el embarazo me da una fatiga enorme. Me despojé de toda la ropa que tenía y me introduje en la tina llena de agua caliente, necesitaba relajarme un poco. Lavé mi pelo con gel de vainilla.

Mi momento de paz fue interrumpido cuando escuché pasos por las escaleras, risas de una chica y de Ashton. Rodé los ojos.

Envolví mi brilloso y sedoso cabello color almendra en una toalla, al igual que mi cuerpo. Busqué en mi armario un camisón y me lo puse. Salí y me dirigí afuera, se escuchaban gemidos en el mismo pasillo, caminé y por una pequeña abertura que había en la puerta pude ver como Ashton tenía una chica de pelo negro entre sus piernas.

—Oh sí, bebé.. Ya casi Ashton, me voy a venir —gemía la muy zorra.

—Si lo haces te dejo con las ganas, aún no he terminado —su respiración está agitada y le dio una cachetada en el trasero, lo cual ella respondió con un jadeo.

Presenciar esta escena me da asco, ganas de vomitar. Es un cerdo, lo odio y estoy cansada de que me engañe y me utilice cuando le place. Mis ojos se llenaron de lágrimas, sentí mi cabeza dar vueltas y torpemente me sujeté de la puerta y esta se abrió, la cara de Ashton mostraba enojo, y la chica estaba sorprendida, pero no le importaba una mierda que los hubiera encontrado.

Miré nuevamente a el hijo de puta de mi marido y salí de inmediato a mi habitación, pude oír sus pasos detrás de mí. Traté de cerrar la puerta, lo que fue algo imposible porque entro uno de sus pies en ella.

Me tomó de la muñeca con fuerza y apreté los ojos.

—¡¿QUÉ CREES QUE HACES?! —gritó—. No puedes interrumpir mis momentos, jodida idiota.

—¡Estoy harta de soportarte tus infidelidades, que te tires todas esas zorras que traes a mi casa! ¡Por lo menos respeta que estoy embarazada de ti, maldito hijo de... —y antes de terminar dirigió su mano a mi mejilla soltando un golpe en ella.

—¡No te atrevas a llamarme así! ¡Esta es mi casa! ¡Y me cojo a quien yo quiera, y a ti no te debe importar! —me tomó por los cabellos—, eres una malagradecida, debes darle gracias a Dios que aún vives y estás aquí, estúpida, ese pequeño gusano que llevas dentro lo acepto por obligación. Se pueden ir a la mierda ¿Me entiendes? —me arrojó al suelo.

—¡Eres un bastardo, te odio! —grité con los ojos llenos de lágrimas—. Algún día lamentarás todo lo que me has hecho, me iré de aquí.

Vuelve a pegarme.

—¡Pues, ¿Qué esperas, perra? ¡Vete y conviértete en una prostituta barata que para eso quizás sirvas! ¡Mis necesidades no las sabes complacer! ¡No sirves para nada! ¡Eres una puta!

Esta vez fui yo quien se llenó de ira y le pegué en la cara.

—¡Fuiste el primer hombre en tenerme! ¡Maldito asqueroso! ¡Me das asco infeliz! ¡TE ODIO!

Agarró mis manos y me lanzó a la cama, traté de luchar, pero todo fue en vano.

—¡Sueltame!

—Ahora te enseñaré a respetarme, verás que tu no eres nadie para venir a joderme la vida, pedazo de mierda.

Rompió mi camisón y con las tiras que quedaron de el me ató las manos. Olía a puro alcohol y cigarrillo, me provocaba náuseas, empezó a lamer y besar mis labios de forma brusca y feroz, con un enojo enorme. Por más que trato de sacármelo de encima, no puedo, es muy fuerte. Mordí su labio inferior con fuerza y gritó, me miró con una malvada sonrisa.

—Así que eres una fierecilla ¿eh? —me pegó de nuevo en la cara—. Veremos qué haces ahora.

Me penetró con furia y grité de dolor, era muy rudo y exagerado. Sus embestidas eran de castigo, no podía dejar de llorar, él disfrutaba al verme sufrir, le daba placer verme llorar. Era un enfermo, atrapó mis labios y yo no correspondía el beso.

Volvió a embestirme y sentía al bebé moverse, estaba cansada. Cada vez que abusaba de mí y me humillaba hacía que me estremeciera de miedo.

—Así, quédate quieta —jadeaba.

Esto no me daba placer, por eso nunca disfrutaba esto, donde se supone que debería experimentar placer. Hubieron ocasiones en que mi vagina sangraba por lo brusco que era, me castigaba por reclamarle. Gruñó y sentí como llenada mis piernas de sus fluidos, lo que más deseaba era que acabara éste desagradable momento. Salió de mí y se arregló los pantalones mientras yo me ponía en posición fetal en la cama lamentando el momento en el que decidí entregarme a este hombre.

—Veremos si vuelves a desafiarme. Ahora iré a disfrutar lo que no me dejaste terminar —se fue alejando por la puerta y empecé a llorar.

No aguantaba más, debía irme de aquí, éste no podía ser el futuro que le esperaba a mi hijo, eso jamás lo permitiría. Mi cuerpo empezó a pedir descanso y coloqué una almohada en mi cuello y cerré los ojos.

Mañana a primera hora en lo primero que pensaría es en cómo salir de éste infierno. Jamás volveré a confiar en un hombre. Eso jamás...

****

Hasta Ayer©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora