Capítulo XXV: Cual lluvia de meteoritos.

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Capítulo XXV:

Los rayos de sol que se filtraban por la ventana me despertaron. Pestañeé varias veces y me estiré en la cama. Hoy hacía un buen día. Repasé mentalmente la lista de aburridísimas tares que tenía que hacer. Limpiar el polvo de la enorme biblioteca, cuidar de Valerie... Y, entonces, un solo recuerdo se adueñó de mis pensamientos.

Paul, lluvia, baile, beso. Todas las imágenes se repetían sin cesar en mi cabeza. Tendría que hablar con él, aunque... Tal vez limpiar el polvo de toda la biblioteca no estuviera tan mal.

Decidí que no podía pasarme todo el día en la cama, aunque era lo que realmente deseaba. Me levanté y entré en el baño. Miré mi reflejo en el espejo, sin ver nada realmente. Me sentía como en un trance. Abrí el grifo y automáticamente deslicé la ropa por mi piel. Entré en la bañera. Cerré los ojos, fuerte, y sumergí la cabeza en el agua con la inocente idea de que así conseguiría borrar todo. Me sentí decepcionada y estúpida cuando abrí los ojos y descubrí que no había sido así.

Notaba el agua fría en cada centímetro de mi piel, despertando poco a poco mis aletargados sentidos. Respiré, y me di cuenta de que había olvidado hacerlo durante todo ese tiempo.

¿Qué se suponía que debía hacer? No lo sabía. Estaba harta de tener siempre la misma pregunta rondando en la cabeza y nunca conseguir una respuesta. ¿Me gustaba Paul? Tuve claro, desde el mismo momento en que sus labios hicieron contacto con los míos, que no. No me gustaba, sentía algo mucho más fuerte que eso por él. ¿Me rendiría a ese sentimiento? No.

Pasé las manos por mi pelo mojado y volví a sumergirme. No pretendía borrar el mundo de nuevo. No, ya no. Eso sería demasiado simple, y si algo sabía era que la vida hacía todo lo posible por no serlo.

Vacié mi mente, sentí como si todas mis preocupaciones y sentimientos se deslizaran fuera de mí, flotando en el agua. Y me rendí. Sabía que cuando saliera de la bañera, todo volvería a mí. Debería construir de nuevo un muro para protegerme, sin dejar entrar ningún sentimiento externo. Incluso cuando eso suponía no dejar salir a los que ya estaban dentro y llevaban años carcomiéndome. Pero no importaba. Lo único que tenía claro era que debía seguir adelante. Y demostraría a la vida que no podía conmigo, que aunque me atizara miles de veces seguiría levantando. Porque tenía una promesa que cumplir.


***


Terminé de vestirme y me senté en la cama.

-¿Luciana?-miré a mi izquierda y vi a Roza entrar-Zumo de naranja. Tu favorito.

Alargué el brazo para coger el vaso y lo bebí todo de golpe.

-¿Tienes algo más fuerte? No sé... ¿whisky, por ejemplo?-pregunté.

La oí suspirar. Se sentó en la cama conmigo y me pasó una tarrina de helado de chocolate y dos cucharas. Sabía lo que venía a continuación.

-Llamó a las cuatro de la madrugada a mi puerta. Lo tuve que echar a golpes, literalmente-abrió la tarrina y hundió su cuchara en el cremoso chocolate. Luego, mi miró, entrecerrando los ojos, y susurró-Cuéntamelo todo.


***


Pasé el dedo por la estantería que estaba limpiando en esos momentos, mientras canturreaba mi canción favorita y me permitía sumirme en mis pensamientos, ya que no había nadie para molestarme. Y llegué a la misma conclusión que siempre. Por mucho que me costara, necesitaba hablar con él antes del ataque. Hice las cuentas mentalmente. Tenía apenas cinco días para armarme de valor y hablar con el hombre que había monopolizado mis pensamientos.

Apoyé mi pie en el penúltimo escalón, provocando que éste se enredara con mi vestido y acabara tirando la escalera. Y, cómo no, arrastrando con ella la estantería entera. Bendita suerte la mía.

Conseguí parar la estantería para que no me aplastara –bendita telequinesis--, pero los libros eran otra historia. Todos cayeron sobre mí cual lluvia de meteoritos. Vale, tal vez la comparación era un poco exagerada, pero dolía igualmente.

Me sacudí el ejemplar que había aterrizado en mi cabeza y observé la pequeña montaña de libros que se había formado a mi alrededor. Gemí, pensando que tendría que volver a ordenarlos todos. Una risa detrás de mí me sobresaltó. Oh, no. No podía ser. Me giré lentamente, tirando algunos libros en el proceso.

-¡No tiene ninguna gracia!-exclamé.

-¿El qué, que hayas conseguido tirar toda una estantería o que estés literalmente enterrada en libros?

Paul se acercó a mí, apartando los libros. Al final, terminamos los dos sentados sobre una pequeña montaña de libros. Surrealista.

Oí cómo él me decía algo, pero en lugar de hacerle caso, me puse en pie e intenté bajar. Pero solo lo intenté, porque resbalé con un ejemplar del Diccionario de la Lengua Inglesa y acabé cayendo de culo al suelo.

Paul se levantó para ayudarme, pero le sucedió lo mismo. Aterrizó a mi lado soltando un quejido. Ahora me tocaba reírme a mí, aunque fue una risa nerviosa, casi histérica. No parecía mi risa.

Unos brazos me cogieron por los hombros y me acercaron a él. Noté un escozor en mi garganta y picor en los ojos. No tenía ganas de llorar, no era eso. Era solo desesperación.

-Luciana, deberíamos hablar...

Apoyé una mano en su pecho. Le separé de mí y me puse en pie, recuperando la compostura, aunque seguía sintiendo un leve escozor en mi garganta cuando hablé.

-Luego. Ayúdame a recoger-dije, señalando los libros detrás de mí.

---

¡Helloooou!

¿Qué tal estáis?

¿Os acostumbráis bien a la rutina?

¿Os ha tocado algún profesor amargado?

Bueh, espero que no, son insoportables.

¿Qué os ha parecido el capítulo :)?

Es un poco -bastante- de relleno, pero espero que os haya gustado igualmente :).

Siento no haber actualizado el lunes, pero estuve bastante liada y no encontré el momento. Aunque intentaré que no vuelva a pasar, si sucede actualizaré al día siguiente.

Un besazo y muchas energías para el largo curso que se nos avecina ;),

Constança .


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