Abro mis ojos, sorprendida. Una luz cegadora me hace volver a cerrarlos. Hay una enorme lámpara encima de mi cabeza. Por fin consigo enfocar a la enfermera, y por un momento siento confusión. «¿Será cierto? ¿Me habré caído por la escalera? Es cierto que tenía que salir a la compra, pero... no recuerdo haber bajado ningún escalón...». Y es ahí cuando soy consciente de lo que realmente ha pasado. Puto mentiroso.

-No lo recuerdo, señorita -digo aterrada, tratando de ocultar lo ocurrido.

-Natalia -me sobresalto, la ronca voz masculina de antes suena a mi derecha.

Me giro para verlo y lo primero que encuentro es a un enorme hombre vestido de verde. Mide alrededor de un metro noventa. Musculoso y con los ojos más azules que he visto en mi vida. Tiene el cabello despeinado, es rubio y lleva una barba de tres días. En ese justo momento dudo... «¿Estoy en un hospital, o en el cielo?».

-Soy el Doctor Engel, su traumatólogo -ahora sí que no tengo duda... estoy en el cielo.

-Encantada, Doctor Engel -mi voz suena tímida. Tiene un ligerísimo acento y creo que puede ser alemán.

-Vamos a tener que vernos durante algún tiempo, Natalia. Tiene varias contusiones que debemos vigilar. No son graves, pero hay que tenerlas bajo control. Especialmente la de su brazo izquierdo -en ese mismo momento descubro que lo tengo inmovilizado.

-Doctor... ¿varias? -contesto con la voz entrecortada. Me parece increíble que hable de varias, cuando hasta el momento no tengo ningún dolor.

Miro hacia arriba y veo botes de suero colgados y goteando. De ellos salen varios tubos transparentes que acaban en el doble de mi brazo sano.

-Sí. También tiene dos costillas afectadas, además de un golpe muy feo en el mentón -roza mi mandíbula para girarme la cabeza y observarlo mejor.

Me mira directamente a los ojos y veo rabia e impotencia en los suyos. Con una voz seca y seria a la vez, prosigue.

-Perdona que insista, Natalia, pero... ¿Seguro que no recuerdas nada de lo ocurrido?

Sus palabras hacen que un escalofrío recorra mi espalda. Si no actúo bien van a descubrir que miento. Quizás lo intuyen, pero no puedo arriesgarme. Retengo el aire en mis pulmones, y siento como si un elefante me pisara. En ese instante compruebo que mis costillas están tan afectadas como él ha dicho. Con gesto de dolor contesto:

-No, Doctor Engel, no recuerdo nada...

No me siento cómoda mintiendo. Yo no soy así. Mis padres siempre se han preocupado por enseñarnos a mis hermanos y a mí a ser sinceros. Les estoy traicionando. Noto cómo me observa, estoy segura de que ha descubierto mi batalla interna. Levanto la mirada y ahí están de nuevo esos preciosos ojos azules clavados en los míos. Juraría que esta vez es pena lo que veo en su expresión. Pero, aun así, no quiero que deje de mirarme... Me pierdo detrás de sus tupidas pestañas. Mis problemas se desvanecen mientras observo los mares que tiene por iris y me sumerjo en ellos.

-Bien, entonces aquí ha terminado mi trabajo por ahora. Te veo en unas horas -su voz me saca de mi ensimismamiento. Pestañeo. Hay enfado en su manera de hablar y no dice nada más. Deja unos folios a los pies de la cama y no espera a que me despida ni le dé las gracias. Da media vuelta y se va.

Me quedo a solas con la enfermera y en silencio. Ella también parece estar extrañada por la forma en la que se ha marchado el Doctor Engel. Se queda mirando la puerta durante unos segundos y oigo cómo resopla mientras se vuelve hacia mí

-Vale, vamos allá -me dice poco convencida-. Terminaré yo de explicarte lo que vamos a hacer ahora. Te vamos a dejar en esta sala durante algunas horas. Necesitamos saber el porqué de la pérdida de consciencia que has sufrido. Aunque creemos que se trata de un traumatismo craneal menor. Vendrá a verte nuestro neurólogo.

-¡Suena horrible! -digo asustada

-Tranquila, esto suele ocurrir cuando la cabeza se mueve muy rápido debido a un golpe. Posiblemente al de tu mentón. Si te sientes mejor, y las exploraciones que te hagan son correctas, podrás irte a casa, pero alguien deberá vigilarte allí durante las próximas 24 horas.

Media hora después, el neurólogo está conmigo probando todos mis reflejos. Cuando se va, me pierdo en mis pensamientos. Los ojos del Doctor Engel. Tan azules, tan expresivos, me dan paz... me relajan... Me relajo y me duermo...

-De acuerdo, Natalia -vuelvo a oírle. Me despierto asustada y jadeando. Por un momento, no sé dónde estoy, hasta que me oriento y lo recuerdo todo. Al notarme alterada, el doctor pone una mano sobre mi cabeza mientras se acerca para hablarme. Ese gesto tan familiar consigue que mi respiración se calme-. Pues parece que has tenido suerte esta vez y te vas a casa... -si él supiera no lo llamaría suerte.

-Eso parece -contesto sin demasiado entusiasmo.

-No podemos hacer más si no nos ayudas, querida.

-¿Cómo? -siento el corazón en los oídos.

-La enfermera Adelaida y yo llevamos demasiado tiempo trabajando juntos en traumatología como para saber qué heridas o traumas son compatibles con caídas y cuáles no. Casualmente, este no parece ser el caso...

«Mierda, mierda y más mierda», me digo. Apenas puedo respirar, y no por el golpe.

-No sé de qué me está hablando, doctor -respondo sin pensar.

-Ojalá esté equivocado, pero yo creo que sí -me quedo muda. El latido de mi corazón me golpea en las sienes. Creo que mi silencio acaba de traicionarme.

Me mira directamente a los ojos y me sonríe. Es una sonrisa lastimera. Sin decir una palabra más, empieza a quitarme todos los tubos con ayuda de la enfermera. Estoy muy incómoda, y lo único que quiero es irme de ahí lo más rápido posible, pero solo pensar lo que me espera fuera hace que me plantee la idea. No sé qué es peor... Tierra trágame.

-Nos vemos en un par de días, Natalia -dice el doctor-. Te dejo el informe de alta, ya que tus lesiones no requieren ingreso. Solo necesitas mucho reposo y estos calmantes -me señala una caja verde-. Ahí también está la cita para que sepas dónde acudir. El jueves a las cinco de la tarde te veo -sin más explicaciones vuelve a irse de nuevo, sin darme tiempo a nada.

Cuando me quedo sola recojo los papeles, los reviso y descubro entre ellos su número de teléfono y algunos documentos de asociaciones dedicadas a ayudar a víctimas del maltrato. No puede estar pasándome esto a mí...

Un celador tiene que ayudarme a vestirme. Hasta ese momento no he sido consciente de lo difícil que van a ser para mí estos días. Mi madre, una de las dos personas que podría ayudarme, está viviendo en Toledo. Tampoco quiero asustarla, por lo que se lo ocultaré todo el tiempo que sea posible. Y a Laura, mi mejor amiga, no voy a poder engañarla. Ella sabe algunas de las cosas por las que he tenido que pasar, debido a que necesitaba desahogarme. Aunque siempre he tratado de quitarle todo el hierro que he podido al asunto con ella.

Cuando me llevan a la sala de espera donde están los familiares allí está Mario. Cuando se gira hacia mí siento cómo se me eriza el pelo, al igual que a un animal asustado. Al momento, me doy cuenta de que está afectado. Juraría que siente remordimientos.

Sé que siempre se arrepiente después de nuestras peleas. Verle así me da tanta lástima que le perdonaría cualquier cosa. No es mal tío, solo que se altera con facilidad. Está pasando por una mala racha.


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Dr. Engel (EL 16/01/2020 A LA VENTA - EDITORIAL ESENCIA DE GRUPO PLANETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora