Prólogo I

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La joven reina lanzó un grito de guerra que tronó por toda la llanura e hizo temblar de miedo a más de un guerrero, aunque por supuesto, nadie lo demostró. Bajo las capas de pintura azul y blanca se escondía una cara aún aniñada pero crispada en la mueca del más puro odio. Desenvainó su pesada claymore y el sonido chirriante del acero hizo que el joven caballo de tiro se removiera inquieto bajo su cuerpo. "Lo que te espera, chico", susurró palmeando con suavidad su cuello. No era su caballo habitual, lo notaba diferente bajo sus piernas, algo más estrecho y fibroso que su Angus. Pero no había querido arriesgarse a llevarlo a la batalla. Era lo único que le quedaba en la vida y precisamente por eso lo había dejado marchar. Nada le aseguraba que fuese a salir con vida. Aún así, se propuso cortar con su Ferlinor tantas cabezas como le permitiese su caprichoso destino. Tras un "¡Arre!" que acabó convirtiéndose en otro grito de guerra, esta vez coreado por sus soldados, se lanzó al galope contra el ejército que la esperaba. 

Cada vez más deprisa, cada vez más cerca, cada vez más furiosa. El estruendo de cientos de cascos de caballos galopando a la vez se confundía en su cabeza con la visión de casi mil hombres arremetiendo contra ella. El cabello pelirrojo le golpeaba la espalda con cada galopada y le acariciaba las mejillas mecido por el viento que se levantaba a su alrededor. Parecía tener la cabeza envuelta en llamas y por un momento se imaginó que así era, que infinidad de llamas le surgían del cuerpo, alimentadas por su odio, y carbonizaban sin piedad a los clanes traidores que se habían deshecho de sus padres y pretendían hacer lo mismo con ella. Frunció más el ceño y enseñó los dientes, a escasos metros del inevitable choque entre ejércitos. El odio crecía en su interior. "Quiero carbonizarlos. Quiero quemarlos a todos." Y como obedeciendo una orden de la reina de Escocia, el fuego acudió a su llamada. Sus salvajes rizos se convirtieron en pequeñas llamaradas que le besaron suavemente el rostro y la espalda, convirtiendo su ropa en ceniza y derritiendo la pintura azul de su cara. El caballo se encabritó con un agudo relincho de dolor. La joven, desconcertada y sintiendo que se encontraba en un sueño, hizo lo único que se le ocurrió mientras, envuelta en llamas, aterrizaba pesadamente sobre la hierba. "¡A ellos!" gritó señalando a los soldados enemigos. Y al instante se encontraron envueltos en un fuego abrasador. La joven reina no se cuestionó que acababa de dirigir con la mente un incendio (que cada vez se extendía más) a sus enemigos, ni siquiera que ese incendio había nacido en su propio pelo. Sólo se levantó con cautela, ajena a los gritos de dolor de los soldados que ardían y con un solo gesto sus propios hombres pararon en seco sus monturas a esperar órdenes. "Vámonos", le gesticuló al general, que se encargó de vociferar la orden. Ochocientos noventa y cinco soldados se dieron la vuelta y se alejaron pausadamente y en un silencio fúnebre de la llanura en llamas. En la delantera iba la reina, aún con el ceño fruncido pero sin ninguna expresión en su rostro. Sus ojos estaban vacíos. No se volteó ni una sola vez para ver el incendio que había surgido de su cuerpo. Ni siquiera le prestó atención al caballo que la había llevado hasta el campo de batalla y había sido el primer herido en una guerra que no tuvo lugar. Caminaba con la cabeza bien alta con un único pensamiento: sus padres y sus súbditos habían sido vengados. Ahora quería volver a casa.

Fidgetweed [[Parada temporalmente]]Where stories live. Discover now