Días.

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El cine estaba casi desierto, las costuras del estúpido uniforme me picaba como de costumbre, si había algo que odiaba en el mundo era esta horrenda cosa, hecha de un material barato, el pantalón me quedaba algo corto para rematar, lucia como un idiota.

Hoy me tocaba estar en la dulcería, la ventaja de esto, es que de vez en vez podía comer de esas gomitas agridulces con forma de cereza o piña. Eché a andar la máquina de palomitas, mi día estaba perfectamente organizado. Tenía tiempo suficiente para ir a casa, darme una ducha y ponerme mi siguiente uniforme.

Un par de chicas compraron entradas y se dirigieron a comprar palomitas y refrescos. Una era alta y delgada, su piel morena y tersa me invitaban a tocarla, amaría enterrar mis manos en su cabello negro. Capto mi total atención en cuanto ambas se detuvieron frente a mí, no preste mucho atención a su amiga, ordenaron y mientras lo hacían la primera chica me lanzaba miradas que sólo podían significar una cosa.

Serví su orden y las vi alejarse, y antes de que ambas entraran a su sala correspondiente la amiga regreso y me tendió un papel con un número escrito en el.

—Llámala —Fue lo único que dijo antes de desaparecer.

Sonreí con suficiencia y guarde el número en mi bolsillo trasero, la satisfacción no duro mucho, a mi mente vino la sonrisa de Alex y su mochila llena de cosas que se hallaba abandonada en un rincón de mi apartamento, no quería ni verla siquiera. Me provocaba dolor de cabeza demencial, me faltaban muchas cosas por hacer.

Mi día estaba perfectamente organizado, al salir de mi primer trabajo, tenía tiempo suficiente para volver a casa, darme una ducha y ponerme mi siguiente uniforme. Este era más sencillo, pantalón de mezclilla y cualquier camisa negra que encontrara cómoda, después de todo pasaba todo el tiempo tras la barra. Era un trabajo más cómodo para mí, podía conocer a muchas chicas y divertirme con mis compañeros, que solían ser agradables la mayor parte del tiempo, incluso dejaban buenas propinas y los dueños del negocio también eran buenas personas.

Un par de horas después, el ruido llenaba mis oídos, las luces intermitentes paseaban de un lado a otro, y la gente se aglomeraba en la barra para pedir sus bebidas. Muchas chicas se paseaban en pequeñas faldas y tops igual de cortos, algunas apenas y eran mayores de edad, ¿cómo sus padres las dejaban salir así?

Trabajaba codo a codo con Dante, él sí era un verdadero barman y hermano del propietario del establecimiento. Cada bebida que hacía era asombrosa, estudio un par de años en España gastronomía y tomo unos cuantos curso de cocteleria, según me ha dicho.

Despachaba una botella de whisky, cuando una mata de cabello negro y espeso salió de la pista de baile y se acerco a la barra.

—¿Qué diablos haces aquí? ¿quién te dejo entrar? —Grite para hacerme escuchar. Nadie que fuera menor de edad tenia la entrada permitida.

La sonrisa blanca de Bastian se extendió por toda su cara.

—Él tipo de la entrada conoce a mi hermano ya sabes el resto de la historia.

Por supuesto que lo sabía, Leví podía entrar en cualquier lado que quisiese y por consecuente mi amigo también.

Una chica ordeno un trago, le pase una botella de agua a Bastián.

Odiaba verlo en lugares como este.

—Ahora vuelvo, no te muevas.

Necesitaba hablar con él, pensaba en contarle lo que sucedido con Alex y el embrollo en que me había metido.

—¿Qué haces aquí? —Pregunté una vez que la gente dejo de pedir cosas.

—Dando un paseo nocturno.

Le di una mirada a mi reloj. Las doce de la noche y aun era muy temprano, no saldría hasta la madrugada así como iba.

—Salgo a las cinco de la madrugada con suerte, tengo algo que decirte, es importante.

Lo piensa un momento antes de contestar.

—Mejor te veo mañana

Dio un último trago a su agua y desapareció.

Diria a Bastián que necesitaba ayuda con las cosas de la rubia. Deseaba entregárselas sin mucho problemas, quería ser una buena persona pero al mismo tiempo necesitaba el dinero de vuelta. 


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