Un favor.

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El parque manifestaba un ambiente de calma, las hojas de los árboles se me mecían por el viento, y niños corrían de un lado a otro, mientras sus mamás hablaban plácidamente de cosas vánales seguramente. Atravesé el patio de juegos y me senté en la jardinera más lejana a la gente. No es que fuera huraño pero estaba cien por ciento seguro que las madres protectoras no me darían una buena mirada si encendía un cigarro en presencia de sus bellos ángeles y tampoco quería dañar a los mocosos. Amaba este lugar.

Alguien conocido para mí, se sentó a mi lado sin decir una palabra. También este tipo de compañía me gustaba. No se necesitaba de charlar para saber que no te encontrabas solo, la mera presencia bastaba.

Bastián golpeo mi brazo capturando mi atención.

—Te he dicho mil veces que no me toquetees con tu huesudo codo —gruñí dándole una mirada asesina.

—Esto es algo que vale la pena ver.

Eleve la vista en dirección a la que me indicaba y estaba en lo correcto, por esta ocasión pasaría por alto su molesta manía.

—Es Alex —Estaba completamente embelesado.

Con esta era la milésima vez que me la mostraba, aún me preguntaba cómo es qué sabia su nombre para empezar.

Su cabello rubio iba peinado en una coleta, sus enorme pechos ocultos bajo una sudadera ancha no por descuido sino por comodidad, perfectas piernas y cadera estaban cubiertas por un pantalón de mezclilla ajustado que parecía ser costoso. Sabia pocas cosas de aquella chica, y aunque Alex Utam era lo que toda chica debía ser físicamente, sospechaba que era un mujer horrorosamente presuntuosa.

Paso frente a nosotros sin darnos una mirada si quiera, dejando tras de ella el fantasma de su perfume.

—Es tan linda —Dijo mi amigo soltando un sonoro suspiro. En ocasiones me preguntaba si en su otra vida había sido una romántica empedernida.

Le di una calada al cigarro.

—Consíguela si tanto la añoras, así de simple.

«Nada en esta vida es simple»

El negó con la cabeza, desanimado.

—Soy poca cosa.

—Es sólo una chica Bastián, más grande, sofisticada y rica que tú pero al fin de cuentas una chica —Bromeé divertido.

Bastián un chico demasiado bueno para ser hermano de quien era. Siempre amable, penoso, carente de sentido común y distraído. Siempre intentado ser alguien quien no era para cumplir las expectativas de su hermano mayor. Su aspecto habitual; un par de botas negras resistentes, jeans rotos de las rodillas algo anticuados debo decir, y playeras ajustadas en tonos oscuros generalmente. Algo normal y sencillo. Siendo un par de años más chico que yo, podía considerarlo mi amigo más cercano.

—¿Vas a trabajar hoy?

—¿Estas invitándome a salir? —Eleve una ceja y no pude evitar soltar una carcajada al ver su cara de fastidio.

—¿Vas a trabajar hoy? —Repitió la pregunta claramente fastidiado.

—No. Bastián—Tire la colilla del cigarro a un contenedor cercano—. Es mi único día libre, ¿tienes algo en mente?

Él se removió incómodo.

—Leví quiere hablarte —Introdujo sus manos en los bolsillos de su cazadora.

Esto no era bueno.

Encendí otro cigarro.

Cuando chico tuve el infortunio de andar en malos pasos, peleas, alcohol y demás vicios. Cargaba con un don nato para meterme en problemas, así caí en manos de Levi. Al parecer vio algún tipo de potencial en mi para ser explotado. Gracias a la ayuda de mi padre y uno que otro terapeuta logre salir de ese agujero de ratas en el que caí. Ahora intentaba ser alguien mejor.

—¿La has visto por tu trabajo? Debe de ir seguido.

Tarde un segundo en entender que se refería a Alex y que la utilizaba para cambiar de tema.

—Claro que no, ella no es el tipo de chica que se pasea por esos lares de mala muerte.

—No seas exagerado es un cine, Zeta.

—Creí que hablabas del bar, tengo dos trabajos ¿recuerdas? —Le sonreí, sabía que hablaba del cine—. ¿Qué quiere tu hermano de mi?

El esquivo mi mirada, maldición.

—Dijo que le debes un favor —Hablo apenas abriendo los labios.

Sí, claro que le debía un favor, cualquiera que hubiese caído en el mundo bajo le debe uno ¿Pero por qué a mí? teniendo a tanta gente como "amigos"

Toque la puerta un par de veces antes de que Zoe me atendiera.

—Llegas un poco tarde —Se recargo en el marco de la puerta y cruzo sus delgados brazos sobre su pecho. Lo único que ella y Levi tenían en común era la inteligencia. Zoe por desgracia no era tan atractiva, ni de lejos. Tuvimos nuestros amoríos pero nada más. De esas noches con sabor a soledad que piden a gritos ser saciadas con algún cuerpo lleno del mismo vacio.

—Yo creo que no, es un gusto verte de nuevo.

Ella soltó un bufido y se movió para dejarme libre la entrada.

—Está en la sala —Dijo antes de desaparecer en la cocina.

La casa por fuera lucia exactamente igual que las otras casas de la colonia; color blanco, un pequeño jardín en donde con mucho esfuerzo entraba un carro pequeño. El interior pintando de color hueso le daba un buen aspecto, La cocina y la sala dividas por unas escaleras rectas que daban a un pasillo y hasta ahí llegaba mi conocimiento. Supongo que habría un par de habitaciones y de baños.

Voces de televisión provenían del cuarto principal. Tome un respiro y me adentré

—Amigo —Un hombre de espeso cabello color rubio y piel exageradamente pálida, se levanto de su cómodo asiento y me saludo con un par de palmadas fuertes en la espalda.

Él era el tipo de persona corrupto. En muchas ocasiones en las películas románticas vi que el amor lo podía todo, esto no aplicaba aquí. Lo manejaba el dinero, él seguro vendería a su abuelita y a su mama si le hacías una buena oferta.

—¿Qué hay? —dije un poco más casual de lo que pretendía.

Percibí un ligero ceño fruncido que enseguida fue remplazado por una sonrisa fingida.

—¿Te ha dicho Bastián que es lo que necesito?

—No realmente—dije como quien no queriendo la cosa, no sabía que contestar, no quería que lo reprendiera.

—Pasa, siéntate.

Apago el televisor y yo me senté en un sillón individual bastante cómodo.

—¿Quieres algo de beber?

—No, gracias.

Alcanzo una cerveza que descansaba sobre una pequeña mesa de centro y le dio un largo trago sin alejar sus gigantes ojos chocolates de mi, escrutándome.

Siempre le gustaba hacer todo con misterio, no podía estar mucho tiempo más en su presencia. Me recordaba todo lo malo que llegue a hacer y cuan estúpido fui.

Dejo la botella vacía en el suelo.

—Bien, bien —enlazo sus manos, algo que me pareció bastante tétrico— Es muy sencillo mi viejo amigo, necesito que hagas un último trabajo para mí.

—¡Oh vamos!, sabes que ya no hago más esas cosas.

Elevó una ceja.

No me intimidaba, ya no le temía como antes, ya no era un crio.

—No es para eso.

—Habla entonces.

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