9. Travesura realizada.

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Al faltar poco para la última prueba, Dante se recluyó en libros de química y convirtió el estudio en su pasión. Les pidió a todos que no lo molestaran y nadie, ni siquiera An, ha roto aquella promesa.

—Dante se ha esforzado mucho —comentó ella mientras suspiraba—. Nos ha estado evitando, el tonto almuerza en otro lugar.

—Necesita concentrarse, la prueba es importante para él —dijo Nick a la vez que le acariciaba el hombro.

—Lo sé, pero me preocupa que se exija demasiado. ¿Tú qué opinas, Sophie? —preguntó volviéndose hacia mí. Aparté la mirada del libro en mis manos para dirigirla a sus ojos.

—Estoy de acuerdo con Nick, si él quiere estudiar, debemos dejarlo —respondí, observando como An asentía resignada. Realmente me sorprendía, su relación fraternal era admirable, aunque según la propia An, el chico no revelaba su lado poco simpático frente a ella.

No pude evitar cuestionarme acerca de Dante por lo que decidí echarle un vistazo al salón.

—Iré a comprar un jugo antes de que termine el receso —anuncié al mismo tiempo que me ponía de pie.

—¿Quieres que vaya contigo? —inquirió An, probablemente sospechaba que mentía.

—No hace falta, regresaré pronto —tranquilicé y emprendí mi camino hacia el primer edificio. Cuando caminaba recordé que había descubierto la identidad del segundo, tercer y cuarto lugar en cuanto a rendimiento académico se refería. La dirección escolar acostumbraba colocar listas en el edificio central y nunca me percaté. Yo lideraba el ranking de nuestra clase y el segundo lugar le correspondía a «Dilery Wood». No tenía idea de quien era, pero no había motivo para pensar que no era buena persona. Su nombre me gustaba.

Como tercer y cuarto lugar estaban An y Nick. An era tanto bella como inteligente. Ahora que le prestaba atención, noté que en la clase de álgebra siempre acertaba a la hora de resolver ejercicios. Por su parte, Nick tiene una memoria impresionante. No creía que fueran tontos al principio, pero tampoco imaginaba tanta excepcionalidad.

Me encontraba caminando en el pasillo previo al de nuestra aula en el momento que sentí como alguien me empujó. No había nada con lo que sostenerme, por lo tanto, caí al suelo estrepitosamente y mi rodilla resultó lastimada al igual que mis manos porque las utilicé para evitar golpearme la cara.

Alcé la vista, topándome con tres chicas que reían y me observaban satisfechas. Una de ellas, de cabello y ojos marrones, sostenía mi ejemplar de «Peter Pan» entre sus manos. No me importó que mi cuerpo estuviera sufriendo una absoluta agonía, me levanté lentamente ya que ese libro era edición coleccionista y su portada era arrebatadoramente hermosa.

—¿Quieres esta cosa? Es una lástima —dijo con una sonrisa. Una de sus amigas le dio una botella de agua que abrió, vertió su contenido en mi libro y posteriormente lo arrojó a mis pies.

—Te mataré —declaré en un rugido mientras me abalanzaba sobre ella.

Solo pude asentarle dos golpes en su rostro, dejándolo un poco más deforme de lo que estaba, cuando las otras dos me apartaron de su amiga e impidieron que me moviera. La castaña se incorporó, sobándose los pómulos y maldiciéndome entre gruñidos.

—¿Quiénes son? —espeté y me retorcí en un vano intento por escapar.

—¿Y a ti qué más te da? Lo único que tienes que saber es que te odiamos muchísimo, conseguiste estar al lado de An —lo dijo con una expresión dolida—. Ella era mi mejor amiga, pero ahora ¡solo está contigo! —Esto último lo gritó a centímetros de mi rostro a lo que retrocedí horrorizada. Dios, está demente.

Me soltó dos puñetazos en el abdomen, provocando que abriera la boca en busca de aire. La sangre me hervía, me sentía inútil al no poder liberarme y me sentía aun más miserable porque deseaba que alguien me ayudara. Retorcerme no evitaría que continuaran sosteniéndome los brazos y tampoco me libraría de recibir golpe tras golpe de esta loca.

—¡Aléjate de ellos! ¡Devuélveme a An! —vociferó con el rostro impregnado de rencor.

—¡Eres tú la que debe alejarse de ella, Dilery! ¿Cuál es tu problema? —bramó una voz que me sonaba muy familiar, pero debido a la paliza de hace unos momentos, mi vista se tornó borrosa. Inesperadamente las manos que me sostenían desaparecieron y apenas podía mantenerme en pie por mí misma. An me había recargado en contra de una pared. Cerré los ojos con fuerza y cuando volví a abrirlos descubrí que mis agresoras estaban tendidas en el piso porque la chica pelirroja se encargó de golpearlas. No podía ver bien en qué estado se encontraban, sin embargo, no dudaba en las habilidades defensivas de la chica. Las había derrotado en un par de segundos.

—Nunca fui tu amiga, simplemente dejaba que me siguieras e intentaras agradarme. ¿Crees que consideraría amigas a un trío de cobardes? No vuelvas a acercarte a mí o a Sophie, te arrepentirás si lo haces —Esa amenaza de parte de An fue lo último que escuché antes de perder el conocimiento.

(...)

—Deberíamos hacer algo —propuso An al día siguiente del altercado. Los recuerdos posteriores a mi desmayo estaban un tanto difusos. Me dijeron que An me llevó a la enfermería y ahí me curaron. También escuché los gritos de mi madre donde advertía que demandaría a esas tres. Tranquilicé tanto a mi progenitora como a la pelirroja que podía propinar patadas de karate.

—Será inútil, solamente conseguiremos meternos en problemas —dije negando con la cabeza.

—No, te equivocas, aprenderán que no deben meterse con nosotras. Somos amigas, se supone que nos defendemos unas a otras, ¿no es cierto? —dijo ella a lo que sonreí.

Una semana después, An me convenció de jugarle una broma a las chicas. An es una maestra del mal cuando se lo propone. Ella le contó a Nick y Dante sobre el asunto, quienes se ofrecieron a participar como carnada y así distraerlas durante el almuerzo, como consecuencia, no se dieron cuenta del laxante en su comida.

Debo admitir que fue realmente divertido ver a las tres levantarse al mismo tiempo e interrumpir la clase para pedir permiso para ir al baño. Y fue todavía más placentero escucharlas confesar que tenían diarrea. Todos en el aula se rieron a sonoras carcajadas.

An se rio bastante ese día. Me guiño el ojo al mismo instante que decía:

—Juro solemnemente que mis intenciones no fueron buenas, Cornamenta.

—Travesura realizada, Canuto —repliqué entre risas.

Amigas, ¿eh? No me molestaba en absoluto.

FIN CAPÍTULO 9.






Otra comedia romántica absurda [OCRA #1]Where stories live. Discover now