P21. CUANDO EL AMOR APRENDE A ESPERAR

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Allison

El aeropuerto no siempre significa despedida; a veces es una promesa con alas.
Lo vi pasar el filtro con esa calma de quien no huye, solo sigue su ruta. Antes de que la fila lo tragara, me llegó su mensaje:

> Ohtani: “Cuando toque tierra, te digo ‘aquí estoy’.”

Guardé el teléfono con la serenidad aprendida. Afuera, Monterrey amanecía limpio: montañas nítidas, aire recién lavado. Volví a casa con una certeza tranquila: lo que es verdadero no se corta, se sostiene.

Ese día retomé la vida como quien riega una planta que ya enraizó: trabajo, café con canela, los audífonos quietos. Ana me dejó un dulce de tamarindo y el mismo gesto de siempre: “para cuando el mundo se ponga serio”. Sonreí; el mundo seguía siendo el mismo, pero yo ya no.

A media mañana, escribí en mi cuaderno:

> “La paciencia no es espera: es confianza con abrigo.”

Cuando su mensaje llegó —más tarde, con el horario cruzado—, el pecho me hizo ese clic que suena como vaso acomodándose en su base:

> Ohtani: “Aquí estoy.”
Yo: “Aquí te espero.”

La tarde se volvió liviana. Grabé un video breve para el canal, sin decirlo todo: “La costumbre de la luz”.

> “Una llamada a destiempo, una foto del cielo, un ‘llegué’ que entra como cobija. A veces amar es sostener el hilo, sin jalarlo.”

Subí el video. Respondí dos correos. Hice sopa. Cuando me senté frente a la ventana, la ciudad parecía hablar en voz baja para no interrumpir mi calma.

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Ohtani

El avión tocó tierra con esa dulzura de rueda bien puesta. Mensaje enviado: aquí estoy.
En el trayecto a casa pensé en el patio del pueblo, en el laurel, en Lunes bostezando como si nos bendijera. El reencuentro con mi rutina no fue choque: fue encaje. El campo olía a pasto listo; la ciudad, a velocidad conocida. Yo, por dentro, traía otro ritmo.

En casa, la noche tenía el sonido chiquito de las cosas en su sitio. Preparé una taza, saqué la libreta y escribí:

> “Hay distancias que no separan: miden.”

El primer día pasó entre entrenamiento, video, carrera corta. En las pausas, su voz respondía sin prisa a mis mensajes. Nada largo; lo justo.

> Yo: “El estadio amaneció con neblina; parecía pensar.”
Ella: “Aquí el sol se acordó de la ventana. Estamos empatados.”

Guardé el teléfono en el bolsillo, como se guarda una piedra lisa que alguien te dio en la infancia. No para mirarla siempre, sino para saber que está.

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Allison

Los días empezaron a parecerse a una canción conocida con arreglos nuevos.
La mañana, su “buenos días, ¿dormiste?”
El mediodía, mi “comí tarde, pero rico: sopa con pan”
La noche, su “hoy el campo fue amable”, mi “yo también” —aunque yo hablara de la vida.

Al segundo día, me pidió una foto del mural. Caminé hasta “Vuelve despacio” y la tomé con el celular temblando poquito. Le mandé dos: una clara y otra borrosa —la que más se parece a la memoria.
Él respondió con el eco perfecto:

> Ohtani: “Que vuelva, sí. Sin empujar. Te leo ahí.”

Me tocó reír sola en la banqueta. Un perro se me acercó como preguntando a qué olía mi risa. Olía a paciencia luminosa.

✨EL HILO INVISIBLE ✨Where stories live. Discover now