P3.LO QUE SE MUEVE SIN HACER RUIDO

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Allison

El día empezó con la casa sonando a desayuno: platos que se tocan, risas en el pasillo, el radio prendido a volumen bajito. Me senté con una taza de café y miré por la ventana como si hubiera algo que descifrar en las líneas de la calle. No esperaba nada, pero, desde el aeropuerto, algo en mí ya no camina igual: voy más despacio, como si el mundo pudiera dejarme notas en cualquier esquina.

Mis primos se pusieron de acuerdo a medias para salir: que el centro, que una feria de libros, que la tienda de recuerdos. Me colgué la bolsa, metí mi cuaderno y salimos. Afuera olía a pan dulce. Una señora barría la banqueta con paciencia. El camión pasó repleto y un niño pegó la cara al vidrio, como si buscara a alguien. Sonreí sin saber por qué.

En la plaza, había puestos con libros usados y fotografías antiguas. En uno de ellos, un señor vendía postales del estadio "cuando todavía era más chico", dijo. Me mostró una con el pasto de un verde brillante poco creíble. La compré por capricho. Quizá quería coleccionar pruebas de que lo que siento no es inventado, sino una cadena de cosas reales que me van encontrando.

En el camino, paramos en la cafetería de siempre. Pedí mi americano con canela y la barista me reconoció; no porque yo signifique algo, sino porque la costumbre hace familia. Me senté junto a la ventana y abrí el cuaderno. Escribí: "Hay días que no te dan respuestas pero acomodan las preguntas." Debajo, dibujé un rectángulo con ventanas alineadas, como si contarlas diera tranquilidad. Tal vez sí.

Cerca de la puerta, un hombre sostuvo la entrada para que pasara una mujer con carreola. El gesto me conmovió más de la cuenta. Desde hace semanas, los gestos pequeños me dejan pensando todo el día. A veces creo que por eso me golpeó su presencia en el aeropuerto: por la calma con la que caminaba, por la forma de mirar como quien escucha.

Más tarde, cruzamos frente al centro cultural. Un grupo de niños subía por la escalera de piedra con cartulinas de colores. En la reja, un póster anunciaba actividades de lectura. Nos quedamos fuera un momento. Había sombra, bancas, un saxofón a lo lejos que todavía buscaba su canción. No entramos. Yo me quedé mirando la puerta como si de ahí pudiera salir una respuesta.

En la tarde, mi primo quiso pasar a la tienda del equipo "solo a ver". Había un cajón de llaveros con formas de pelota, de guante, de huella. Tomé uno con huella sin pensar. La chica de la caja dijo que parte de la compra iba a un refugio. "Mejor", respondí, y me imaginé una perrita dormida debajo de una mesa, con esa paz que no juzga a nadie.

Volvimos a casa caminando. Un niño contaba en voz alta las ventanas de un edificio, y cuando se equivocaba, volvía a empezar. Me vi en él: siempre he sido esa que vuelve a empezar. Me gustó reconocerme sin tristeza.

Por la noche, le mandé un audio a mi mamá: "Estoy bien. La ciudad me está cuidando." Me respondió: "Quédate con lo que te hace bien." Apagué la luz con esa frase en la boca. No sé qué vaya a pasar, pero no quiero dejar de mirar.

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Ohtani

La mañana fue de esas en que todo cae en su lugar: el agua caliente, la cuchara que suena tres veces en la taza, el perro que entiende cuándo esperar. Mi esposa sirvió sopa para el niño y me preguntó a qué hora iba a regresar. "Temprano si no se complica", dije. Me gusta cuando puedo responder con certeza, aunque sea chiquita.

En el camino al estadio, la ciudad parecía estarse peinando. Un señor puso sillas en la banqueta para un puesto de jugos. Una muchacha barría la entrada de una panadería y el olor a mantequilla salió como una invitación. A veces pienso que la mitad de la vida ocurre sin que nadie la nombre.

✨EL HILO INVISIBLE ✨Where stories live. Discover now