Capitulo 20

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            Estaba harto. Julian se paseó por la habitación sin quitarse la ropa empapada por culpa de Kei. Sabía con seguridad que cuando viese el suelo de madera estropeado por el agua, el chico rubio lo mataría. Sí, eso era muy posible, pero en aquel momento le daba igual. Kei lo había encerrado en la habitación y encima, después de darle la llave a Rykou, le había ordenado al japonés que si intentaba salir de la habitación lo atase de pies y manos a la cama y lo azotase con lo primero que encontrase. ¡Lo odiaba! o al menos hubiera sido fantástico hacerlo. ¿Por qué no podía quitárselo de la cabeza pese a todo lo que le hacia? ¿Sería cierto que le gustaba que lo  humillasen? Se dejó caer al suelo deprimido. No, eso no era cierto.
            Miró a su alrededor desesperado. Era evidente que él era completamente diferente a Kei... tanto en personalidad como en la vida que llevaban y, por mucho que le costase admitirlo, no parecía muy probable que fuera a conquistarlo por su cuerpo o por su extraordinaria inteligencia. Se levantó decidido. Desde que había llegado a Japón Kei sólo lo había tratado peor e incluso había llegado a olvidarse de su existencia. Abrió el armario bruscamente y tras agarrar su maleta metió toda la ropa que encontró en su interior, sin importarte que ésta quedara mal puesta en ella. No pensaba quedarse en ese país ni un minuto más.
            Se acercó a la puerta e intentó abrirla pero como esperaba, Rykou no la había abierto. Se alejó, aún con la maleta en la mano, y se asomó a la ventana. Al ser un conjunto de casas unifamiliares y la mansión ser más grande de ancho que de alto, la altura que le separaba del suelo no era excesiva como para poder matarse. Como mucho, y lo pensó con cierta ironía, conseguiría romperse algún hueso y Kei lo terminaría de matar por desobedecerle. Miró a ambos lados pero no había rastro de Rukou ni de nadie. Era difícil encontrar a alguien merodeando por aquel lugar. Abrió la ventana y tras tirar la maleta y oír como ésta caía con un estrepitoso ruido, no esperó a que Rykou o alguno decidiera averiguar de qué había provenido ese ruido, y saltó cayendo al suelo de culo.
            — ¡Ay! – se quejó, sin animarse a levantarse rápidamente — ¡Eso duele!
            Un ruido no muy lejano hizo que retomara las fuerzas para levantarse a pesar del dolor y saliera corriendo hacia la entrada de la pequeña fortaleza... o la cárcel según se mirase.
            Cuando llegó a la verja de la entrada se sorprendió encontrarla abierta, ya que había esperado que aquel último tramo fuera un desafío y sin poder sentir cierta desconfianza, cruzó la verja como si ésta fuera a cerrarse en el momento de encontrarse él en el medio.
            Desde que había abandonado la casa familiar de los kazahara y había salido de aquel barrio residencial, había comenzado a ser parte de la gran aglomeración de personas que transitaban por la zona centro. Las calles de Tokio eran espectaculares. Letreros luminosos destacaban en los altos y llamativos edificios que representaban la ciudad. También las pantallas gigantes repartidas a lo largo de todas las calles emitían anuncios, las canciones de moda del momento e, incluso, ciertas series de animación.
            No se sentía extraño ni el centro de atención pese a ser extranjero. Era una ciudad pluricultural, aunque la gran cantidad de asiáticos ensombrecían al resto de inmigrantes o turistas. ¡Era un lugar de ensueño! Julian contemplaba fascinado cada escaparate como un niño ante una pastelería o una juguetería. Se sentía pequeño, diminuto en aquella gran metrópoli. Tan insignificante... Sacudió efusivamente la cabeza y borró esa última palabra de su cabeza. Quería salir de Japón y no podría conseguirlo si se deprimía y desmoronaba de nuevo. No conocía el idioma, no sabía como funcionaba aquella parte del mundo, y mucho menos sabía donde estaba el aeropuerto y la moneda que se usaba allí... visto de esa manera parecía imposible que fuera a lograr volver a casa... ¡Oh! ¡Claro que podía! Solo tenía que evitar pensar en Kei... ¡Maldita sea! Ya lo había hecho... Se detuvo y se giró, observando la larga acera llena de gente. ¿Cómo se volvía a la casa de los Kazahara?

Cuando habla el corazón (chico x chico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora