34.

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Ha ocurrido. Haley Anderson y yo nos hemos besado. Casi me alegro de que no funcionara en el autocar, por mucha rabia que me diera no poder sentarnos juntas. Porque este momento con ella, a solas en una piscina de Nueva York, ha sido lo mejor que podría haberme pasado.

Empezamos a tener frío así que salimos del agua, riendo constantemente, sin motivo. Supongo que en realidad, el motivo es este. Nosotras.

Haley coge mi toalla y me la pone sobre los hombros, tapándome. Sonríe al darse cuenta de que ha sido un gesto un poco raro, o quizá lo habría sido de haber sido cualquier otra persona. Sin embargo, viniendo de ella me hace reír, nerviosa, pero contenta a la vez. Me muerdo el labio y junto mi palma con la suya, jugando con nuestros dedos hasta que encuentro la valentía para entrelazarlos. No sé si vuelvo a respirar o si dejo de hacerlo cuando su pulgar acaricia el dorso de mi mano, tentativamente, y aunque quizá no debería, siento que es lo más normal del mundo.

En silencio, emprendemos el camino de vuelta a las habitaciones. Ella se está secando el pelo con la toalla, usando su mano libre. No me explico cómo puede estar tan guapa incluso así, despeinada y tiritando, pero lo está. Aunque no hablamos hasta que llegamos a mi habitación, no es incómodo.

—Bueno... —empieza ella.

—Bueno —repito yo, incapaz de dejar de mirarla.

Haley sonríe y me derrito por dentro.

—Me lo he pasado muy bien. Gracias por decirme que viniera.

—Gracias por venir.

Sonrío de lado y hago ademán de abrir la puerta, pero ella me detiene.

—Reagan, una cosa.

Cierra los ojos con fuerza mientras lo dice, de forma que tengo que contener otra sonrisa, hasta que los abre de nuevo.

—Dime.

—Me... No me... —suspira, seguramente consciente de que suena algo patosa—. Lo que acaba de pasar... No me gustaría que fuese sólo cosa de una noche. Sólo quería decirlo.

Mis comisuras se levantan y doy un paso hacia ella. La acerco por los bordes de su toalla.

—Mejor. Porque yo tampoco quiero que lo sea.

Haley sonríe, casi incrédula, cosa que me cuesta comprender. Soy yo la que no puede creerse su suerte.

Se coloca un mechón mojado detrás de la oreja, frunciendo el ceño.

—¿Dónde nos deja eso? —pregunta con suavidad e inocencia—. Es decir... ¿Qué significa?

Suspiro sin soltarla.

—Significa que ya no te vas a librar de mí. Por lo que a mí respecta, esto va para largo, Anderson.

Ella asiente lentamente, riendo. Comienza a andar hacia atrás, aguantando todo el tiempo posible antes de tener que soltarme la mano.

—Vale, vale. Guay, sí. Y otra cosa más.

Alzo las cejas, a la espera. Haley regresa hasta mí y me besa de nuevo, sus manos en mis mejillas. Sonriendo, la beso también mientras mi estomago da un vuelco que ahora está reservado para ella. La rodeo con los brazos de forma que se me resbala la toalla, y ambas cuando cae al suelo.

Haley se separa, todavía con los ojos cerrados. Sonríe y los abre, asintiendo complacida.

—Ya puedes irte.

Me río, negando con la cabeza.

—Eres tú la que se tiene que ir —la informo.

—Claro, es verdad.

Cómo no, ninguna de las dos quiere hacerlo. Incluso mientras ocurre, sé que es un momento muy "no, cuelga tú", pero creo que por fin lo entiendo. Sonriendo, Haley anda hacia atrás por el pasillo, y no deja de mirarme hasta que desaparece por la esquina.

Esa noche, vuelvo a tener fe en que todo es posible. ¿Cómo lo sé? Bueno, principalmente porque he visto que las cosas pueden cambiar, y no sólo a peor. También pueden ir a mejor. Como Haley y yo.

De enemigas, a amigas, a... nosotras. 

Number twenty-one (Reagan's version)Where stories live. Discover now