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Toda mi vida he sido un número.

En general, me he dado cuenta de que los números dominan mis días. ¿Cuántos goles he metido esta temporada? ¿Cuántas asistencias? Tengo que batir ese récord. Mierda, van a superar mi récord. ¿Cuánto mido? ¿Cuánto peso? ¿Cuánto peso puedo levantar? No he corrido suficientes kilómetros hoy. Con esas notas, no me gradúo. Tengo que dormir más horas. ¿Cuántos días hasta la graduación? Quiero ser mayor. No, ya no tengo edad para esto. Se me acaba el tiempo.

En el campo, llevo el número veintitrés. Pero, por encima de todo, soy la número uno.

El verano ha terminado y no lo voy a echar de menos.

Hace ya un par de años que el verano no me lo parece, así que volver a clase no me resulta un gran drama. Pasé todo el mes de julio en un campamento de fútbol al que Williams insistió en que me apuntara. La mayoría de las chicas del equipo también suelen ir, excepto Anderson. Intentamos no mezclarnos, a no ser que no nos quede otro remedio.

Mi madre insiste en llevarme al primer entrenamiento del curso, aunque habría preferido conducir yo sola, con mi música. Me paso casi todo el trayecto mirando por la ventana a pesar de que ella no deja de hablar. O mejor dicho, de quejarse. He aprendido a silenciarla en mi cabeza.

No me doy cuenta de que hemos llegado al aparcamiento hasta que apaga el motor. La miro cuando me acaricia el pelo, ofreciéndome una sonrisa débil.

—¿Vas a presentarte a capitana este año? —me pregunta, y frunzo el ceño.

—Claro.

Me doy cuenta de que he sonado brusca y me siento algo culpable, así que intento reformularlo.

—A ver, no voy a dejarlo justamente ahora.

—Ya, pero con lo estresante que es el último curso... —Se encoge de hombros—. No tienes que demostrarle nada a nadie. Ya sabes que tu padre estaría orgulloso igual.

Yo río por la nariz. Me entran ganas de decirle "¿Ah, sí? ¿Te lo ha dicho él?". No me gusta que la gente me diga esas cosas. "Seguro que tu padre está muy orgulloso de ti", etcétera, etcétera. Lo peor es que casi siempre viene de personas que ni siquiera llegaron a conocerlo. Por todo lo que sabemos, mi padre podría estar llevándose las manos a la cabeza, preguntándose cómo puedo tomar tan malas decisiones. Y no digo que sea el caso. Sólo digo que es imposible saberlo.

—Bueno, gracias. Pero no lo hago por eso —le aseguro, y empujo la puerta para salir del vehículo.

Mi madre se inclina sobre mi asiento, alzando las cejas. Parece intrigada de verdad.

—Y entonces, ¿por qué lo haces?

Cierro la puerta y me agacho, posando una mano sobre la ventana abierta. Antes de marcharme, le doy lo más parecido a una sonrisa que consigo.

—Para ser la mejor.

Number twenty-one (Reagan's version)Where stories live. Discover now