9.

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Me estoy cambiando en el vestuario cuando oigo un quejido que, naturalmente, sólo puede pertenecer a la quejica de Anderson. Me doy la vuelta y frunzo el ceño al ver que su pierna está sangrando. Yo de verdad que no entiendo cómo le pasan estas cosas.

Es algo impactante ver cómo todas las chicas se acercan a ella enseguida.

—¿Estás bien? —pregunta Dom, que está sujetando a Sarah para que no se desmaye.

—¿Debería llamar a una ambulancia? —dice Brenda.

Dom, Anderson y yo la miramos con desconcierto.

—No es nada —asegura, pero lo cierto es que no tiene muy buen aspecto.

Todas nos dirigimos al campo menos ella. Giro la cabeza un segundo, llegando a ver cómo se sujeta la pierna con una mueca. Suspiro. Me acerco al entrenador, que está anotando algo en su portapapeles. Sin levantar los ojos de este, ya sabe que:

—Anderson llega tarde.

—Se ha hecho daño en el vestuario, entrenador —le informa Brenda con las manos en las caderas.

Ahora sí, levanta la cabeza, torciendo el gesto.

—Pero ¿cómo narices...? Muy bien, da lo mismo. Que alguna le lleve el botiquín y empecemos ya con el espectáculo.

—Puedo ir yo —me ofrezco, y me cuesta reconocer mi propia voz. Noto que las chicas me lanzan una mirada extraña, así que no tardo en añadir lo siguiente—. O sea, me da igual.

—Pues a mí más —me asegura Williams, haciendo un gesto hacia su despacho.

Yo asiento una vez y me dirijo a este. No tardo en encontrar el botiquín; al fin y al cabo, no es la primera vez que lo hemos necesitado, ni tampoco será la última. Salgo y paso por delante del campo, donde las chicas ya han empezado un calentamiento que seguramente termine con Brenda vomitando. Otra vez.

Siento que soy una socorrista cuando entro al vestuario, o al menos Anderson me está mirando como si lo fuese. Tiene los ojos más abiertos de la cuenta, incapaz de ocultar su sorpresa. ¿Tan raro es que me haya ofrecido a hacer esto? A ver, Anderson es insoportable, pero creo que se piensa que si la viese desangrándose en la calle, pasaría de largo. Tampoco estamos tan mal.

Me siento a su lado en el banquillo.

—Las chicas han avisado a Williams de que tardarás un poco —le digo—, he ido a buscarte esto.

—¿Por qué has ido tú?

No me queda otra que mirarla cuando dice eso. Siento bochorno en el estómago. Vale, quizá sí es algo raro que haya ido yo.

—Porque estoy enamorada de ti en secreto —respondo, burlona—. Me lo ha pedido Williams.

Sé que he elegido la respuesta correcta cuando sus mejillas adoptan un color rojizo, algo muy típico en Haley Anderson. Sinceramente, creo que podrías decirle "hoy hay lentejas para comer" y se pondría roja, así va el tema.

—Claro, vale.

Apenas consigo reprimir una sonrisa. Abro la botella de desinfectante.

—Esto te va a doler.

Cuando se lo echo en la herida, se estremece. No sé si es un acto reflejo o si simplemente le gusta hacer teatro, pero su mano aterriza en mi muñeca. Me la quedo mirando, seria de pronto, durante los dos segundos que permanece ahí. Y es que la aparta al momento, y eso que no le he dicho nada. Lo cual me lleva a preguntarme: ¿por qué no le he dicho nada?

—No seas llorica, Anderson.

Ella me fulmina con la mirada.

—Gracias, Reagan, tú sí que sabes cómo hacerme sentir mejor.

Pongo los ojos en blanco (esto sí que es un acto reflejo) y comienzo a vendarle bajo la rodilla. Aunque no la miro, noto su mirada sobre mí. Sé que debería decir algo, para que no sea tan incómodo. Esto es lo primero que se me ocurre.

—¿Por qué nunca me llamas por mi apellido? Le quitas la diversión a todo.

Porque, llamarse por el apellido es raro. Y siniestro.

—Para ti todo es siniestro —arguyo.

—Tú eres siniestra —suelta entonces, casi sin pensárselo. Me lo tomaré como un cumplido.

—Demándame.

De forma instantánea, un pensamiento aparece en mi cabeza. ¿Por qué siempre soy tan arisca? A veces me gustaría ser de otra manera, pero no puedo. O, como mínimo, no sé cómo hacerlo.

Sin embargo, ella está sonriendo. Trago saliva y le paso la bolsa de hielo, apartando la mirada. Finjo echarle un vistazo al vestuario, aunque lo haya visto cientos de veces. Las taquillas, las duchas, los baños. Llegados a este punto, estoy bastante segura de que podría entrar con los ojos vendados y no me chocaría con nada.

Fijo la mirada en la bolsa de hielo, sobre su pierna. Me coloco un mechón de pelo detrás de la oreja. Todo esto para no mirarla, porque en el fondo lo sé, lo noto. Anderson me está observando.

Al final, levanto los ojos y frunzo el ceño al darme cuenta de que así es. Pero no aparta la mirada, tal y como habría esperado. La acabo de pillar y lo sabe, pero no sé lo que eso significa. Quién sabe, quizá no signifique nada. El caso es que ninguna habla, pero tampoco dejamos de mirarnos. Por primera vez desde que la conozco, no sé qué es lo próximo que va a pasar, y eso me desconcierta. Es más, me aterra.

—¿Reagan?

Gracias a Dios.

—¿Qué?

Supongo que había estado conteniendo la respiración, porque se me nota en la voz. Me pongo recta para compensarlo.

—Lo del partido, y el trabajo y todo eso... No cambia nada entre nosotras. Quiero decir, no somos amigas.

Levanto las cejas, incrédula. Suelto una risa que realmente me sale de lo más profundo. Es raro, pero de alguna forma, hasta agradezco que haya dicho eso. Me ha recordado exactamente por qué nunca nos llevaremos bien. Y si el equipo tiene que seguir dividido por ese motivo, que así sea. No me importa.

—Reagan... —repite, ahora algo arrepentida.

—Créeme —me adelanto—, no podría interesarme menos ser tu amiga.

Me pongo en pie y, por un momento, considero marcharme sin más. Pero sé que no me quedaré a gusto si no digo lo que estoy pensando.

—¿Sabes lo que me da rabia? Siempre hablas de mí como si fuese cruel por querer ser la número uno, pero tú quieres exactamente lo mismo. Al menos yo puedo admitirlo.

Me marcho hacia el campo, incordiada por haberme perdido parte del calentamiento. ¿Por Anderson? Nunca más. Todo lo que le he dicho, lo pienso de verdad. Si necesita que yo sea la mala de la historia, no tengo ningún problema en serlo.

Number twenty-one (Reagan's version)Where stories live. Discover now