Yamyam Quş

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Yamyam Quş es un monstruo muy peligroso. Procede de Azebaiyán y su nombre quiere decir Pájaro Caníbal. Le llaman así porque viste como un pájaro y es caníbal. Mucha gente cree que es un ave, pero se equivocan, ya que él es un duende. Y come gente.

¿Nunca has oído hablar de él? Es probable. Se camufla muy bien... Y eso no quiere decir que sus asesinatos sean discretos, no. Lo que pasa es que sabe a quien atacar y a quien asustar para que nadie se entere de nada. Pero él mismo sabe que solo lo hace por pereza, porque si alguien lo descubriera y se lo demostrase a todo el mundo, no le costaría nada matarlos o esclavizarlos a todos. Así que si te lo encuentras, ni se te ocurra decírselo a nadie...

Por los pocos datos de los cuales dispongo hay pocas cosas que puedo afirmar con seguridad, pero una de ellas es que solo deja las manos. Todo lo demás, incluidos los huesos se los come. Con ellos hace un caldo en el que cuece la carne. Y algunas veces, la vende a precio bajísimo en restaurantes de poca monta; esa es una mínima pista que deja. Si ves que un restaurante sucio y viejo se cierra repentinamente por motivos de sanidad, es posible que sea porque han descubierto que sirven carne humana.

La manera de proceder de Yamyam Quş es bastante desagradable. Primero se fija en si tu carne podría ser de buena calidad y está unos días espíandote para ver si tu dieta es saludable. Si así es (o está demasiado hambriento como para buscar a alguien más) se colará detrás de ti en tu casa y se esconderá entre las sábanas de tu cama, mientras se quita su disfraz de cuervo y muestra a tu almhoada su seca y artificial piel verduzca, así como su sonrisa malévola y su mirada de locura. Todo eso sin mencionar los desagradables pelos sudorosos que le crecen escasamente en el cráneo y las manos.

Entonces, cuando estás dispuesto a entregarte al sueño y te arropas con las mantas, él dice: ¡Yamyam Quş ac! Y te amordaza e inmobiliza. Entonces, te lleva a tu propia cocina y va tarareando cosas mientras afila el cuchillo con la luz apagada. Y cuando ha terminado, te corta: empieza por la lengua y acaba por los dedos de los pies. El resto de la cabeza la utiliza para dar más sabor al caldo. Y en cuanto a las manos... En realidad nadie lo sabe a ciencia cierta, pero hay una teoría en un lugar recóndito de internet que habla de una civilización subterránea aliada con Yamyam Quş que comercia con... manos... No tienen moneda en sí misma. A medida que vaya investigando sobre ellos (se les llama Basiliscos Ciegos, porque nadie sabe si existen realmente y no tienen muy buena vista) ya haré otro capítulo dedicado a los mismos.

En fín, y eso es todo. Ahora procedamos a relatar la experiencia de su última víctima conocida:

Jack estaba reventado cuando llegó a su casa. Había tenido un largo día, lleno de broncas de su jefe y burlas de sus compañeros. Y para colmo, no había nadie esperándole en casa, alguien que le hubiese preparado la cena. La verdad es que no era el tipo de hombre que buscaba la gente. Tenía cuarenta años, el pelo escaso y lacio de un color canoso a pesar de los incesantes intentos de teñírselo en casa. Era delgaducho y su nariz demasiado aguileña no inspiraba mucha simpatía. Aún así, el pobre hombre intentaba cuidarse todo lo posible, con la esperanza de ir mejorando a la par que su dieta. 

Aquella noche, mientras cenaba una sopa fría, varias veces se giró hacia la ventana con la sensación de que alguien le miraba, pero atribuyó esa extraña sensación a su agotamiento físico. Después de dejar el cuenco en el fregadero, se puso el pijama, se lavó los dientes y se fue a la cama, pero no pudo dormirse. Otra vez sentía que le miraban, y el impulso de girarse era demasiado grande como para no obedecerlo. Finalmente Jack decidió salir a la calle a ver si había alguien. Se calzó unas zapatillas que le regaló su tía abuela antes de morir y salió al portal. Justo cuando salía, vio como una rama caía de lo alto del árbol que tenía delante de su casa. Temeroso, Jack alzó la cabeza y escrutó entre la frondosidad de la copa, pero no vio nada. Nada, salvo un cuervo enorme que le miraba fijamente desde una de las ramas más altas. Algo intranquilo, se metió de nuevo en su casa y cerró con llave. Al cabo de un rato, se durmió por fin.

El siguiente día, pasó con patética lentitud. Los días de Jack eran de una previsibilidad ridícula. No había nada que cambiase lo que iba a pasar. Hasta que se hiciera de noche, claro. Pero eso no lo sabía nuestra víctima. Ella pensaba que todo iba bien (todo lo bien que le podía ir a una persona como él), que aquella noche iba a cenar una sana cremita de puerros y que luego se iría a dormir y a soñar con verduras que volaban. Qué poca imaginación.

El principio de la velada pasó tal y como Jack esperaba. Cenó sin prisas y luego se puso el pijama, se lavó los dientes, se lavó las manos, se puso su poción para la calvicie y fue a la cama. A la fatídica cama. 

Nada más meterse, sintió cómo unas manos escamosas y frías le rodeaban la cintura lentamente, oyó un gorgogeo incomprensible y vio como un ser extraño con la piel verde y los ojos brillantes le arrastraba hasta la cocina y sacaba un cuchillo afilado. En el estado de shock en que había entrado minutos antes, no se había dado cuenta de que la cosa le había immobilizado con unas cuerdas gruesas y recias que le rozaban en la piel. El ser verde cogió el cuchillo y comenzó a dar golpes furiosos y poco profesionales a los brazos delgaduchos de Jack, quien intentaba zafarse y gritar. Al caba de un rato de sufrimiento en que perdió un brazo y media pierna, quedó inconsciente por la falta de sangre.

Cuando despertó, estaba en un carrito que avanzaba lentamente por un túnel que parecía subterràneo por lo oscuro y húmedo que era. Quizás un metro abandonado. A su espalda, oyó como una voz aguda cantaba en otro idioma: ¡Yamyam Quş ac!, ¡Yamyam Quş ac!

Y, después de lo que le pareció una eternidad, el carrito llegó a una sala forrada de tierra iluminada con antorchas. Se oían murmullos y voces extrañas que comenzaron a gritar alborozados al verle llegar. Finalmente, su corazón no tuvo sangre que bombear y se paró.

Hay una teoria que dice que los ojos retienen en la retina la última imagen que vieron. Si eso es cierto, lo que la retina de Jack retuvo antes de morir, fue una imagen que mostraba a un hombre muy pálido con los ojos blancos y ciegos, que sonreía. En el brazo llevaba un tatuaje con un basilisco sin ojos y en sus labios había quedado congelada la frase: Yo me quedaré con tu mano.

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