10.- Recuerdos que no deben ser (3ª parte)

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—Respecto a eso... antes tuve un encontronazo con otro bloqueo —comentó como quien habla del tiempo. No quiso darle importancia pero el óptimo no pareció opinar lo mismo. Sin previo aviso, dejó lo que estaba haciendo, le agarró la cabeza y se la echó hacia atrás. Palpó detrás de las orejas y le bajó los párpados para contemplar sus ojos—. Estoy bien —dijo Zero con hastío.

—No parece que hayas sufrido hemorragias oculares o...

—Te he dicho que estoy bien —insistió, apartando al médico—. Ni siquiera dolió mucho. Solo fue molesto y... náuseas, tuve náuseas. Eso es nuevo. Y me sangró la nariz, como siempre.

—No pienses en ello —dijo Lenda—. Piensa que estas en pelotas en medio de un salón con un médico loco, pero rematadamente atractivo, que tiene ganas de meterte cosas. Oh, eso no sonaba tan fuerte cuando lo he pensado. No te pongas caliente, ¿eh? No quiero desencantarte pero ese rollo vuestro no me va mucho. Claro que nunca había pensado que besaras tan bien.

—Capullo —gruñó Zero, pero sonrió a su pesar.

—Ahora acabo de empalmar esto y... Ups, lo he vuelto a hacer, ¿verdad? No quiere decir que tú te vayas a empalmar ni nada de eso. Ahora tengo este tubo y lo meto por aquí y... un poco de gel conductor, para que todo resbale mejor... —Lenda iba diciendo todo haciendo incidencia en todas las posibles connotaciones de sus palabras mientras acababa de ensamblar las partes del dispositivo. Después, colocó una generosa cantidad de gel verdoso en uno de sus cabezales—. Esto te va a pringar un poco—dijo, mientras le hacía que extendiera los brazos—. Extremidad anterior derecha. —Y, dicho y hecho, procedió a dibujar toda su anatomía con el pequeño aparato.

*

—¿Sabes? —dijo Zero, bajando las escaleras con el albornoz mientras se secaba el pelo con una toalla—. Cuando Tristan me dijo que me traerías un regalo no pensaba que sería un masaje con rodillos y gelatina.

Lenda le ignoró y siguió trabajando con el ordenador domótico, estudiando la imagen que se proyectaba ante él a pequeña escala. Cuando había ido a la ducha para quitarse todos los restos del potingue viscoso, había dejado al óptimo peleándose con sus maquinitas. Se había demorado en la ducha porque la gelatina se resistía a disolverse con agua y jabón pero media hora más tarde, Lenda estaba tal y como le había dejado.

—En la maleta está tu regalo —dijo sin apenas mirarle.

Zero iba a decir algo pero vio al óptimo tan concentrado que no quiso interrumpirle. Supuso que si lo había dicho así, sería porque lo reconocería en cuanto lo viera. Y, en efecto, así fue. El estuche oscuro destacaba entre los compartimentos metalizados que se distribuían por el interior. No pudo evitar una sonrisa al reconocerlo, aunque los recuerdos acudieron en tropel sin ser invitados. Recuerdos de su etapa en la Pandora y lo que había sucedido después. No eran buenos recuerdos. Un hondo malestar le hizo ver que su lista de enemigos era mucho mayor de la que usaba para trabajar.

«No te preocupes por eso», le había dicho Tristan. «Esos son mis problemas, de eso me ocupo yo. Tú ya tienes bastante con los tuyos». Y no podía quitarle razón, pero al mismo tiempo tenía la molesta sensación de tener un gran cabo suelto amenazando su espalda.

Y ahora Tristan estaba lidiando con eso él solo.

—Lenda —dijo con suavidad, procurando no molestar mucho—. No es la mudanza lo que retiene a Tristan, ¿verdad? No ha querido contarme lo que sucedió en la Odisea después de que...

—¿... te matara? —Zero asintió.

—No te he dado las gracias por salvarme —deparó, incómodo.

Nadie es perfectoWhere stories live. Discover now