- Christine duérmete o volveré a hacerte el amor y todavía estás dolorida.

- Puedo soportarlo. - Quería hablar, que le contara cosas, pero él no le dejó, la besó con pasión haciendo que olvidara todo a su alrededor y ya no durmieron.

***

Las primeras luces del alba entraban por el ojo de buey, despertándolo. Tenía mucho calor y notaba un peso que lo inmovilizaba a la cama. Abrió los ojos y se encontró con el cuerpo de Christine encima suyo, dormía plácidamente. Se la quedó observando, era preciosa, con ese pelo negro azabache, esos ojos pardos que le prometían guerra siempre que le miraban y esas curvas que podían enloquecer a cualquier hombre, como lo había hecho con él. Había estado con muchas mujeres, pero nunca lo habían excitado tanto como lo hizo ella, incluso había acabado antes que ella, como si fuera un adolescente en su primera relación, pero la deseaba mucho y no podía esperar. Menos mal que luego la había resarcido sino su hombría quedaría en entredicho.

Apartó suavemente su cuerpo y se levantó de la cama, ella se dio la vuelta y se volvió a dormir. Ahora tenía un problema, si salía del camarote haría ruido al abrir la puerta rota y no quería despertarla. Muy despacio movió el mueble y abrió la puerta sin que perturbara su sueño. Debería haberse despertado pero esa mujer tenía el sueño muy profundo. Samuel salió a cubierta solo con los pantalones y se quedó mirando el amanecer, siempre se levantaba pronto para poder observarlo. Un espectáculo así era digno de admirar. Aspiró la suave brisa matutina del mar y bajó a la cocina. Preparó todo lo que quería en un plato y volvió a su camarote.

Sus hombres se estaban despertando y bajaban a la cocina para empezar su jornada. En la cofa estaba Miguel, el vigía, con su catalejo controlando el peligroso mar y todas sus amenazas. Para cerciorarse de que no había ningún peligro subió el mismo a la cofa.

- Miguel - le saludó.

- Buenos días, capitán - le dijo dándole el catalejo. Samuel miró por todos los lados, norte, sur, este y oeste. Nada, no había ningún barco, ni la estela de uno a lo lejos y eso le sorprendía. Todo estaba demasiado en calma. - Capitán se acerca un corriente frío puede producir niebla

- ¿Estás seguro, Miguel?

- Mi pierna nunca me falla

Los marineros y sus supersticiones, él no creía en ninguna de ellas pero Miguel nunca se equivocaba.

- Está bien, baja a cubierta y mantente cerca de las anclas donde se encuentran las serviolas y vigila desde allí. Si ves algo extraño, avísame.

- Sí, capitán - dijo mientras bajaba el mástil.

Samuel se quedó arriba mirando el horizonte, la línea de tierra que une mar y cielo y preguntándose por qué no había rastro de navíos. Tendrían que estar detrás suya, persiguiéndolos, tanta paz en el mar le daba un mal presentimiento.

Dejando sus malos pensamientos en el cielo, bajó y cogió la bandeja que había preparado para encontrarse con la dama y agradecerle la noche que habían pasado. Entró y la puerta se cayó al suelo.

- Mierda - masculló. Voy a mandar a arreglar esa puerta ahora mismo - pensó

Se giró para disculparse con Christine pero ella no se había enterado, seguía profundamente dormida. Podría tocar una orquesta en el camarote y ella no se hubiera inmutado. Parecía que estuviese muerta, sino fuera por los movimientos que hacía su pecho para respirar así lo creería, incluso acercó sus dedos a su nariz para comprobar que salía aire. Como aún tardaría algo en despertarse, dejó la bandeja y salió de nuevo a ver a su contramaestre. Robert estaba sentado en la cama desayunando.

Un mar revuelto (En Corrección)Where stories live. Discover now