10.- Recuerdos que no deben ser (2ª parte)

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—¿No estás enfadado conmigo por haber perdido tu posición? —preguntó Zero sin saber muy bien a qué venía toda esa historia.

—No, te lo he dicho, estoy mejor aquí —dijo el leónida con una cálida sonrisa que iluminaba su mirada y parecía sincera. Zero recordaba esa sonrisa, y también recordaba esa sensación de sinceridad que había resultado ser falsa. «Solo hacía su trabajo», se recordó. Le había dicho que no estaba enfadado y era cierto, pero no podía evitar sentirse dolido por lo fácil que había sido engañarle—. Poco después de aquello desapareciste —continuó Iván—, y me temí lo peor.

—Entiendo... —dijo frotándose el entrecejo. ¿De verdad daba esa imagen de suicida potencial? Con razón había sido tan sencillo que se creyera lo de la terapia—. Iván, solo para que quede claro. Lo de la sobredosis fue un accidente. Tomé algo en la fiesta que reaccionó con las pastillas para dormir. ¿Estúpido? Sí, mucho. Pero no intenté suicidarme.

—Vale —asintió el leónida, pero no parecía muy convencido. Daba la sensación de que le daba la razón como a los tontos.

—Iván, mi vida es dominio público. Puedes sacar del Fondo de Conocimiento mi historial médico entero, con grabaciones de mi infancia. Es cierto que necesitas una autorización médica para acceder a ello pero sé que no es difícil conseguirla porque todos mis socios la han visto varias veces. Y el personal de servicio —añadió—. Si sigues creyendo que tuviste algo que ver con lo que sucedió te invito a que lo veas.

—Ya lo he hecho —le sorprendió el joven—. Por eso me mortifica tanto haber actuado cómo lo hice. La Valicourt fue... maquiavélica y cruel. Cada vez que pienso en ello, creo que todo fue un plan para hacerte daño y me utilizaron para ello. Supongo que con mi trabajo debería estar acostumbrado a sentirme utilizado. Es... para lo que sirvo, ¿no? Pero eso no me gustó. Todavía recuerdo su voz diciéndome "sé que duele, querido, pero son cosas que pasan. Nos olvidamos de que, aunque sea hermoso y duro, el diamante más perfecto, en el fondo, no es más que un cristal, frágil y quebradizo".

Zero recordó la voz de su tía Grace y en su mente, las palabras del leónida fueron pronunciadas por el rostro de la Valicourt. Palabras hirientes que le trepanaban el cerebro. ¿Frágil? Sí, a veces tenía esa sensación de estar a punto de romperse. Alguien lo había intentado. Incluso puede que ya estuviera roto. Si es que alguna vez había estado entero... Alguien le había hablado de diamantes alguna vez. En realidad, casi parecían las mismas palabras. ¿Dónde lo había oído? No podía concentrarse. Escuchaba el sonido, el golpeteo insidioso detrás de los ojos...

—¿Estás bien? —preguntó Iván agitando su hombro. Zero se obligó a salir de sus pensamientos y se encontró de frente con el rostro del leónida descompuesto en una expresión de absoluto terror—. ¿Qué sucede?

—Nada... —murmuró extrañado. Tenía ganas de vomitar, pero apenas había probado el café así que no podía ser eso. Miró la taza y se sorprendió al encontrar gotas rojas encima de la mesa. Casi por inercia, se llevó la mano a la nariz y notó la cálida y pegajosa sensación de la sangre—. Mierda, otra vez.

—¿Estás bien?

—Sí —se apresuró a contestar—, pásame una de esas servilletas y no te preocupes. El diamante tiene capilares débiles —bromeó mientras se llevaba el papel a la nariz. El molesto martilleo seguía allí y no se desvanecería hasta que no cambiara por completo el tema de conversación y consiguiera derivarla a cualquier cosa que no activara su bloqueo. Al mismo tiempo, se dijo que tendría que comentárselo a Tristan pero todavía no sabía cómo hacerlo sin activarlo de nuevo. Ni siquiera sabía qué era lo que lo había activado—. Háblame de ti —pidió al leónida—. ¿Sigues trabajando en lo mismo? ¿Vives por aquí?

Nadie es perfectoWhere stories live. Discover now