2

22 6 12
                                    

Chuuya estaba genuinamente sorprendido. No todo el mundo exigía la muerte de Dazai. A ver, sí, por los gritos parecía que medio Japón estaba ahí, pidiendo su muerte y dispuesto a lincharlo antes incluso de que los policías que lo escoltaban pudieran meterlo en el coche que le trasladaría al edificio donde sería juzgado, pero entre los gritos de «¡Asesino!», «¡Queremos justicia!», «¡Pena de muerte!» y «¡Ranpo estará siempre con nosotros!» había quien decía otro tipo de cosas menos reivindicativas.

- ¡Déjenle en paz, está bien guapo!

- ¡Con esa cara no puede haber matado a nadie!

- ¡Si te sueltan ven a verme!

Dazai le miró de reojo, como preguntándole qué esperaba. Tenía razón, por supuesto. Es bien sabido que la moral tiene criterios estéticos.

Chuuya sabía que si Dazai hubiera llevado las esposas puestas por cualquier otro motivo puede que hubiese guiñado un ojo a la audiencia y lanzado besos. La mayor parte de personas que estaban ahí habían ido tan solo por el espectáculo y él habría estado encantado de darles espectáculo. Tal vez a la mañana siguiente, tras haberse deshecho de los cargos de los que le acusaban sin problemas, hubiera despertado en la cama de alguna de esas personas. Pero no esa vez. No cuando estaban a punto de juzgarle -y seguramente de condenarle, aunque el abogado intentó descartar ese pensamiento - por el asesinato de Ranpo.

Ya quedaban cinco pasos para llegar al coche.
Cuatro. Los gritos aumentaron viendo que Dazai ya se iba.
Tres. Los fotógrafos se apresuraron a tomar sus últimas imágenes.
Dos. Un policía abrió la puerta.
Uno. Otro agente agarró a Dazai y le hizo subirse al vehículo.

- Puedo hacerlo yo solo, ¿sabes? - creyó oírle decir Chuuya, aunque no estaba seguro por la intensidad de los gritos.

- ¡Criminal!

- ¡Todos cometemos errores!

- ¡La sangre con sangre se paga!

De pronto, una pregunta se abrió paso entre todas las exclamaciones.

- ¿Por qué?

Un aluvión de flashes recibió a Ranpo al entrar en la sala. Molesto, se tapó los ojos con la mano. Sospechaba que jamás se acostumbraría a aquello. Las luces, los sonidos, la enorme cantidad de gente... Desde luego, esa era la parte que menos le gustaba de su trabajo.

Ver los cadáveres, por muy desfigurados o descompuestos que estuvieran, no le parecía un gran problema y perseguir al criminal, aunque peligroso, le divertía. Hasta los largos y tediosos interrogatorios para hacer confesar al delincuente aquellas cosas de las que él ya estaba seguro le gustaban en comparación con aquella tortura. Lo peor eran las preguntas que revelaban la estupidez de la gente. Dios santo, siempre le hacían las mismas.

Tomó asiento. No llegó a contar ni hasta a tres en su mente cuando comenzó la lluvia de preguntas.

- Señor Edogawa, ¿ha sido este el mayor reto al que te has enfrentado?

- Llámame Ranpo, por favor. El señor Edogawa era mi padre - la gente soltó las previsibles risitas -. Y no, me resultaba más desafiante ganar a mi abuela al go que esto.

Más flashes. Sonido de bolígrafos apuntando. Una persona había estornudado en la tercera fila.

- Ranpo, por favor - le llamó la atención una mujer -. Si tan fácil era atraparle, ¿cómo es que la policía no capturó antes que tú al asesino?

- Porque la policía es idiota - más risas y murmullos escandalizados -. Nah, no hablo en serio. Estoy seguro de que hay muy buenos agentes, solo que aún no les he conocido - miró a una de las cámaras -. Es broma, Minoura-san, ya sabe que le aprecio mucho.

Buenas noches (una historia de Bungō Stray Dogs)Where stories live. Discover now